viernes, 18 de septiembre de 2015

Matanzas, Cuba: alerta de huracanes, un compromiso solidario.


Llegamos a la provincia de Matanzas, avanzando hacia el centro de la isla. El calor de esta estación, que se supone debe ser lluviosa, pero que atestigua una de las sequías más violentas de las últimas décadas, nos llena de sudor y de una sensación de pesadez. 

El camino, a través de esas anchas y despobladas carreteras cubanas, deja ver un paisaje bucólico, donde la palma real, el árbol nacional cubano, se despliega por la llanura interminable. Hasta dar al mar, cuya presencia ya se intuye desde el polvoriento transcurrir en que vamos. Busco con ansiedad las plantaciones de tabaco, que tanto me hacen recordar los campos verdes que llenaban el viejo paisaje de mi pueblo, Puriscal. Sin embargo, hasta ahora no lo he logrado ver. 

Detrás de estas primeras impresiones, hay otra más compleja que se puede notar cuando se observa con más detalle. Mi compañero Alexei Castro, además de su profesión de vida que es el trabajo humanitario y la organización comunitaria, es economista agrícola, y vamos conversando sobre los efectos notorios del déficit de agua en las cosechas. El maíz, sobre todo, se ve abatido por el exceso de sol y la dura sequedad del suelo. No se ha desarrollado lo suficiente y se nota que los rendimientos serán bajos. 

En el municipio de Jagüey Grande tienen las cosas muy claras. Su municipio está expuesto a los extremos del agua: la escasez que lleva a los estiajes y sequías y el exceso, cuando vienen los huracanes y las tormentas del Caribe. Aquí se realizan fuertes trabajos de preparación de la población y de las instituciones. Acciones basadas en las personas, las comunidades y  la capacidad fundamental y determinante del recurso humano. 
Una combinación de actores sociales y políticos


El sistema de defensa civil cubano es altamente reconocido en el mundo por su gigantesca capacidad de acción. Las cifras respaldan esa aseveración superlativa: en un período de diez años la isla fue impactada por 14 huracanes de categorías 4 y 5 que dejaron afectadas 1 millón de viviendas y pérdidas superiores a los 18 millones de dólares. La organización nacional y local logró realizar la evacuación preventiva de 11 millones de personas y solo 35 personas perdieron la vida en todo este período. Un performance envidiable para todos los países que se encuentran en la ruta de los huracanes y tifones en el mundo. Pero ¿porqué Cuba, un país con recursos limitadísimos debido a un bloqueo comercial antediluviano, consigue lo que otros países, con recursos propios o millonarios aportes de la cooperación internacional no consiguen?

Mi experiencia con los llamados “sistemas de vigilancia” o “sistemas de alerta temprana” comenzó en 1991. Un terremoto de gran potencia afectó el Caribe costarricense y uno de los efectos principales fue la gran destrucción en las zonas boscosas de la cordillera de Talamanca.  Miles de árboles fueron arrancados de sus bases y millones de metros cúbicos de deslizamientos cayeron o se acercaron a los cauces de los ríos. Las cuencas del río la Estrella, el río Banano y el Bananito, entre otras, quedaron seriamente afectadas y con un altísimo potencial de avalancha e inundación, debido a todo ese material que les aportó el terremoto. El sismo fue en abril, justo a las puertas de la estación lluviosa y la temporada de huracanes. Una vez dada la alerta por parte de los grupos científicos del país, nos dedicamos a instalar sistemas de vigilancia que permitieran observar la lluvia y el cauce de los ríos. El trabajo implicó muchas horas de caminata entre selvas y bananales, gente como Víctor Fallas, Gerardo Quirós y José Joaquín Chacón fueron determinantes para que esto se logrará realizar a tiempo. El sistema se instaló y funcionó. La principal lección aprendida de este proceso fue la importancia del trabajo comunitario, de la observación local, del aprovechamiento del saber y el conocimiento de quienes viven en ese entorno verde y lluvioso. Años después, con el Huracán Mitch, observamos pequeñas comunidades en el río Cuero, Honduras y en el Río Coyolate en Guatemala, que lograron protegerse a tiempo y con eficiencia, con sistemas basados en la población, mientras que una inversión millonaria, cargada de tecnología de punta, instalada en el Valle del Sula, fue incapaz de aportar un solo dato útil para salvaguardar vidas y bienes. 

En Cuba, este tipo de situaciones no es considerado un éxito aislado digno de estudios particulares, simplemente porque es así en todo el país. Si bien es claro que los niveles de exposición y organización son diferentes y que, como todo sistema humano, está sujeto a altibajos, la alerta temprana en Cuba es un proceso integral que forma parte de su cultura, de su forma de vida, de su educación y, sobre todo, de una gran práctica solidaria. 

Hay muchas especulaciones sobre el funcionamiento de este sistema, y muchas dudas sobre la posibilidad de replicarlo. Quizás la que más he escuchado es sobre el papel de las fuerzas armadas y lo que la gente llama una sistema castrense y vertical, en donde, supuestamente, toda la población obedece porque no tiene más remedio. El solo hecho de acercarse a la realidad de este sistema muestra cuan errado es este criterio. Veamos:

  • La existencia de fuerzas armadas no es, de ninguna manera, una garantía de eficiencia en los sistemas de evacuación y alerta temprana. Si consideramos que en América Latina únicamente Costa Rica, Panamá y Haití no tienen ejército, habría que considerar que todos los otros países tienen una capacidad de respuesta eficiente y un alto nivel de protección de su población, dados sus ejércitos y sus recursos humanos y materiales disponibles. Solo asomarse un poco a la historia reciente demuestra lo falaz de esta suposición, cuando hemos atestiguado el fracaso de gobiernos, instituciones y sistemas, que a pesar de la inversión y la existencia de estos recursos logísticos, no han sido capaces de aportar a su población las condiciones de seguridad necesarias: miles de muertos a lo largo de los litorales así lo atestiguan. Por otra parte, el huracán Katrina, el Tsunami de 2010 en Chile, el terremoto en Perú en 2007, son solo algunas evidencias contundentes de esta realidad.

  • Ningún sistema centralizado y vertical es capaz de lograr un buen performance en la evacuación preventiva y a tiempo de grandes cantidades de población. Una población mal informada y mal organizada es imposible de movilizar adecuadamente solo con órdenes, decretos o sistemas de colores que nadie entiende. 
  • Las condiciones de inseguridad locales requieren soluciones también locales, cercanas, al máximo, a los escenarios de impacto. Esperar la llegada de un ejército o de instituciones centrales, es inviable y los resultados, después de décadas o siglos de centralización, son evidentes.
  • Los sistemas de alta tecnología, que implican sensibles brechas tecnológicas, son ineficientes, difíciles de mantener y aún más difíciles de absorber en países y comunidades cuya disponibilidad tecnológica cotidiana es escasa.


Movilizar 11 millones de personas en un período de diez años solo se puede conseguir con un sistema basado en la educación, en el trabajo local permanente, en el compromiso y rigor de quienes observan, alertan y responden. Esa es la realidad cubana: un sistema en donde se conjugan todos los factores y recursos disponibles, desde lo local hasta lo central, desde la voluntaria en la comunidad lejana que capacita, informa y apoya, desde el líder comunitario que ayuda a organizar y mantener el sistema, hasta el sistema nacional técnico y científico que estudia, analiza e informa. 

Aquí, en la provincia de Matanzas, en la comunidad de la Luisa, a unos kilómetros de Jaguey Grande, no hay una ambulancia motorizada, no hay grandes instalaciones militares o ministeriales. Hay escuela y centro de salud y alrededor de ellos gira el sistema comunitario de alerta y aviso. Hay grupos de interés, voluntarios y voluntarias, Cruzrojistas, agentes comunitarios, CDR. Gente capacitada y ansiosa de aprender más. Los medios locales son la base de la respuesta, así que conocerlos, practicar y aprender son requisitos básicos para que el sistema funcione.
Ambulancia improvisada y muy efectiva

Voluntariado, participación, trabajo comunitario


El sistema de alerta temprana se basa en el compromiso de las personas, en la gente y su historia. Aquí queda claro que lo importante no es el equipo, ni el diseño ni la tecnología. Visité un “punto de alerta temprana”, muy cercano a la escuela de La Luisa. Entramos a la casa de don Benedicto y su familia. Un veterano, supuestamente retirado, pero más activo que nadie. Su casa no parece nada fuera de lo común. Me hace recordar las casas de mis abuelos, con su sitio especial poblado de imágenes de yeso, el altar de la virgen de la Caridad del Cobre, y los adornos brillantes y limpios, que acompañan a los santos. Al lado el viejo equipo de sonido, con su plato para discos de vinilo. Hace calor, mucho calor, y la esposa de don Benedicto está sentada en su mecedora, abanicandose y mirándonos con curiosidad hospitalaria - Pasen, compañeros - nos dice. Están en su casa. Observo alrededor, para registrar bien este sitio, este centro fundamental de la organización local, de la estructura estratégica de alerta y aviso comunitario, de reducción del riesgo y de la asistencia comunitaria y solidaria. Al lado del equipo de sonido hay un radio de telecomunicaciones. En la cocina, debajo de las ollas y las especies está la planta eléctrica. Don Benedicto la saca y muy orgulloso la enciende - Funciona - nos dice - siempre la pruebo. En los cuartos, debajo de las camas esta el equipo de rescate y apoyo. Las linternas están limpias, las baterías cargadas. Todo funciona, integrado a la realidad humilde de una vivienda de barrio. Nos enseñan las bitácoras de revisión del equipo, permanentes, rigurosas. De ellas depende la vida y la salud de nuestros vecinos.


Don Benedicto, columna de un sistema basado en la gente

Un punto de alerta temprana


Eso es un sistema de alerta temprana basado en la gente, en la participación, en los valores comunitarios, en el interés por los otros, por lo colectivo. Eso es lo que hace diferente esta organización y este país.




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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

Leer también: Primera estación, Pinar del Río.
Primera estación: Pinar del Río


Con el compañero Benedicto

martes, 25 de agosto de 2015

Cuba, primera estación: Pinar del Río


 (primero de una serie de artículos sobre mi experiencia en Cuba)


Pinar del Río. Tierra de humedales y de tabaco. Lo primero, después de saludar al grupo con el que vamos a trabajar hoy, es un pequeño presente, lleno de cariño y de sabor a tierra: un par de puros. Cubanos de verdad, fragantes, con olor fresco a campo verde, a llanuras prolongadas donde el viento mueve las hojas del tabaco y parece que el mar y la tierra se hubiesen fundido. Mirar y oler me hizo volver a mi campo y a mi niñez, no en balde a nosotros los puriscaleños nos dicen "tabacaleros". Reminiscencias de una vieja práctica agrícola que se ha perdido casi totalmente. Recordé a mi hermana Anabelle trabajando en el despalillado del tabaco. Allá casi nadie recuerda que es eso, aquí todo el mundo.

Huracán Gustav entrando por el litoral pinarense
Cuba es tierra de paso de huracanes. Su posición en el mar Caribe la expone anualmente a la entrada de todo tipo de ciclones. Muchos de los más destructivos han tocado esta tierra. Aquí, en el municipio de Consolación del Sur, donde estamos trabajando, la memoria del huracán Gustav está muy fresca en todas las personas. Te enseñan todo lo que se llevó, la huellas indelebles, marcadas en la piel de la ciudad, en los ojos y en las manos de quienes vieron el poder del viento usando, no reclamando, el espacio que le corresponde. 

Consolación del sur después del paso del huracán Gustav
El huracán Gustav se formó el 25 de agosto de 2008, allá a 500 kilómetros de la costa Haitiana. Tocó tierra por primera vez en la zona de Jacmel y alcanzó categoría 4, con vientos superiores a 250 km/hora. Afectó la isla Hispaniola (Haití y República Dominicana), varios países del Caribe y varios estados de los Estados Unidos. En su trayectoria quedaron 86 personas muertas en el Caribe y 8 en los Estados Unidos. En Pinar del Río los vientos del ciclón alcanzó su mayor dimensión y se registraron ráfagas de 340 km/hora. La capacidad de destrucción de vientos de está velocidad es elevadísima,  la ciudad de Consolación del Sur fue arrasada, pero nadie murió. Nadie.

La pregunta obligada es ¿por qué? ¿cómo fenómenos cuya fuerza puede resultar en cientos o miles de muertes, aquí en Cuba no se da? Nos pasamos años insistiendo, argumentando, hasta que las ideas se quedan lucias de tanto usarlas, que los desastres no son naturales; que no es la fuerza del huracán o del terremoto, la causa verdadera de la destrucción y el sufrimiento, sino esta humanidad nuestra, las estructuras de poder y la forma de desarrollarse, las verdaderas causantes. Sin embargo, hasta el día de hoy, los progresos en este reconocimiento son muy pocos. La invocación de lo fatal y de la naturaleza castigadora sigue siendo el lugar común. Pero no en Cuba.

Las conversaciones con la gente aquí, en Consolación del Sur, con personas voluntarias, autoridades municipales, la Cruz Roja o los ministerios, son abiertas, autocríticas y, sobre todo, con visión del bien común y de solidaridad. El manejo de las situaciones de desastre es una asunto de todos. No es un slogan pegado en la pared, no es el discurso bonito del ministro o el jefe de la protección civil (como en tantos de nuestros países), sino algo que pasa todos los días. Al contrario de lo que mucha gente piensa, la capacidad de respuesta del sistema cubano no está basado en la centralización o la verticalidad, al contrario, está basado en la organización local, en el recordatorio permanente y sistemático de que la responsabilidad no es de todos sino de cada uno. Aquí, socorrer o albergar a los vecinos no es una orden, es un asunto de comunidad. 
En Pinar del Río he podido ver como pocos recursos pueden hacer mucho. Me he pasado muchos años observando grandes inversiones, alta tecnología y proyectos millonarios que terminan en estaciones satelitales enviando mensajes a la nada, a la triste soledad luminosa de un aparato que circula allá arriba a 45 mil kilómetros sobre la tierra. 

Aquí, los recursos son escasos y cada radio, cada botiquín y cada mínimo recurso se cuida y se mantiene. Con constancia y cariño, quizás las palabras clave que tanto hemos estado buscando.








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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

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Los comentarios y apreciaciones de esta publicación son una opinión personal y no representan a ninguna institución o autoridad nacional o internacional.

Fotos personales. Foto del huracán Gustav tomada de Wikipedia


y bueno.... Benny Moré


sábado, 6 de junio de 2015

Persiguiendo el agua


La ciudad de Beira, provincia de Sofala

La ciudad de Beira, en Mozambique, por donde el río Zambezi suelta las aguas que recogió en un largo itinerario de 6 países, miles de kilómetros, cataratas y cocodrilos, tenía gravísimos problemas de inundaciones y anegamientos. Como resultado de los conflictos armados por la independencia, la ciudad se había vuelto un caos y todos los planos de su construcción y estructura se habían perdido. Cada cierto tiempo, las aguas volvían a pasar, arrasando solares y miserias, llevándole al mar lo que él nunca había pedido. Así, como Beira, miles de ciudades, han cubierto de cemento la respiración del suelo, calentando el aire y cerrando los minúsculos sumideros cuya función ha sido la de infiltrar lentamente las aguas.
Inundación urbana

Hace unos años, el presidente municipal de Beira1 decidió que era hora de controlar esas inundaciones, inventadas por el caos político, la dinámica urbana y la exclusión social. El problema era la falta de mapas o planos para ubicar los desagües diseñados en la construcción de la ciudad. Entonces, alguien salió con la idea de observar el comportamiento del agua: cada vez que lloviera, la comunidad debía salir a mirar donde entraba y donde salía. Cientos de personas corretearon el agua, para redibujar sus caminos.

Caminos del agua, rutas impredecibles y caprichosas, para algunos,  motivo de aprendizaje y planeamiento para otros. Los antiguos egipcios lograron comprender desde temprano los caminos del agua, y por eso fueron capaces de aprovechar las crecidas del río Nilo y crear una civilización sobre el desierto. En nuestra engañosa modernidad global, aún con la silenciosa mirada de los satélites, que escudriñan hasta las intenciones,  en nuestro día a día observamos sequías violentas, con una tierra quebrada y macilenta, donde solo ayer hubo lagunas e inundaciones. El ciclo, extensivamente anunciado, da la vuelta y poco tiempo después, donde estuvo seco vendrán las aguas y habrá destrucción, las plantaciones y las personas se ahogan y la política invocará lo fortuito y lo natural para esconder la sordera que caracteriza la forma en que se administran los territorios.

Sequía en el norte de Brasil

Como el alcalde de Beira, quizás habría que salir a perseguir el agua, para entenderla y respetarla, para planificar con sabiduría.

Estando de nuevo en la Província de Cunene, en Angola, y por primera vez en la provincia desértica de Namibe, observo los resultados de una sequía que lleva ya casi cinco años. Miles de personas afectadas, han visto su ganado morir, y el aumento de su fragilidad. Parece un desastre nuevo, pero es un desastre viejo. Las causas son las mismas, o parecidas. La historia no se repite, decía Mark Twain, pero rima con ella misma.

Provincia de Namibe, los efectos de una sequía de 4 años son evidentes
En Namibe, la Laguna de los Arcos, se puede caminar. Los letreros que dicen “prohibido nadar” atestiguan una situación que primero da risa, cuando se observa la tierra rota y seca y el polvo y la arena flotando en un aire cargado, con un calor que corta la respiración y una sequedad que deshidrata aceleradamente. Después, se siente el dolor en la piel, al saber que ese rótulo en realidad atestigua la falta de planificación, la incapacidad de manejar bien lo que ya estaba avisado. 

 Esto es hoy el sur de Angola, con una desertificación peregrina, pero también lo es, aunque en otra escala, en una vasta cantidad de países en desarrollo. 

"Prohibido nadar"


La laguna de los arcos, desesperadamente seca. Entre los arbustos, poblaciones nómadas, acostumbradas a la disponibilidad de agua en los pozos de la zona, hoy deben ser atendidas, con agua y alimentos


Hoy con el Fenómeno del Niño otra vez tocando la puerta uno se pregunta ¿quién habrá tomado ya sus decisiones? ¿quién previó que vendrían tiempos de falta o de exceso de agua, y quien se preparó?. ¿Será que el agua que anegó y creo inundaciones se pudo conservar, será que encontramos la forma de reponer la capacidad de retención e infiltración en los suelos?. ¿Será que el maíz, la yuca, el massango o la massambala, resistirán la próxima vez, para poderse convertir en alimento? Experiencias en Centroamérica2 muestran que es posible entender el ciclo del agua y prepararse para enfrentar la variabilidad y el cambio del clima, aumentando la resiliencia de algunas actividades y regiones.

Las duras lecciones de la sequía en Africa deberían alimentar la experiencia en América Latina. Para mirarnos en ese espejo, para reconocer las similitudes y las ventajas, para compartir y aprender juntos
Cunene, en Angola. Zona permanentemente afectada por la sequía

El desafío es mayor. Hoy, después de décadas de promoción e inversión, el conocimiento básico del problema, aún a nivel de las causas físicas (amenazas) está lejos de alcanzar un nivel adecuado. Al margen del tamaño o el producto interno bruto de los países en desarrollo, el conocimiento del riesgo no parece alcanzar para mejorar sustancial y duraderamente la percepción y reconocimiento del problema.

Entonces, me planteo algunas preguntas:

¿Cuales son los procesos o mecanismos reales que permitirán comprender la dinámica natural del agua, en espacios y territorios donde la información tradicional no es sistematizada y la información científica prácticamente no existe? En unas regiones la escasez de datos es apremiante y no se encuentra siquiera a escalas generales, qué decir de la información de sitio, necesaria para la planificación y acción entre actores locales. Aquí se encuentra, todavía hoy, uno de los grandes desafíos para la gestión del riesgo.

Por otra parte, ¿que tanto conocemos los procesos de la gobernanza? ¿Cuando comprenderemos que no basta con decir que los políticos no entienden, o que no hay “voluntad política” para cambiar, o que simplemente no se puede? Es imprescindible comprender como funciona la política, más allá de los discursos populares, que se convierten en “tendencias” en la red social, pero que no contribuyen en nada a resolver las necesidades de unas poblaciones cada vez más frágiles y menos resilientes. La acción requiere una inteligencia fundamental, la del diálogo y el entendimiento, la de la valoración mesurada de las opciones. 

Si no entendemos las presiones diarias del alcalde, sus opciones y limitaciones,  si no sabemos como se identifican y financian los proyectos de inversión pública, si no tenemos claras las competencias institucionales, los períodos y la misma burocracia que los podría hacer viables, si venimos con soluciones técnicamente impecables, pero administrativamente inviables, estaremos contribuyendo con el problema y no con su solución. 

No basta con perseguir el agua.


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Turin, Italia. Junio 2015

Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis


1. Esta historia me la contó una colega moçambicana. En Beira y otras regiones de Mozambique se han instalado exitosos sistemas de alerta temprana.

2. El Foro del Clima y el Foro de las Aplicaciones, son excelentes contribuciones al conocimiento del problema en Centroamérica y en muchas ocaciones han logrado alimentar verdaderos procesos preventivos de toma de decisiones. http://recursoshidricos.org

viernes, 24 de abril de 2015

Una casa de palabras para Eduardo Galeano

“Para los navegantes con ganas de viento, la memoria es un puerto de partida” (Las palabras andantes)

Cuando murió Julio Cortázar, Galeano escribió un hermoso texto de despedida donde incluyó el sueño de su esposa sobre "la casa de las palabras". Una casa donde los poetas llegaban a mezclar y probar palabras, agregándoles sal o aroma de lluvia. 

Galeano soñaba con darle a Julio sus sueños y al final, en una vuelta de tuerca feliz, nos dio a todos su casa de palabras; una casa llena de olor a ron y cacao, de recuerdos infinitos que van desde la creación, cuando la tierra humeaba y el maíz recién se convertía en mujer, hasta el siglo que nos trajo el viento.

El día de su partida, sentí que visitaba esa casa, en medio de la incredulidad y la rabia, porque sin duda que faltaron palabras, grabados de Borges, regates de Maradona, ceremonias ancestrales frente a los mares antiguos. Eduardo se las llevó y solo nos queda regresar a sus libros, para ponerles sal y soplarles la historia que aún no viene.

En su casa de palabras encontré recuerdos míos, de mi vida y de mi gente. Escuché las voces de Ganapán y de Buscavida, transcurriendo solitarios por la rambla, por el mundo paralelo de un Montevideo que podía ser cálido, como un buen Tanat o su playa “como un inmenso lecho de agonía”. Con ellos llegó el sabor de “La canción de nosotros” su única novela, o la única reconocida como tal. 

Para muchas personas Galeano significó el despertar de la conciencia. Como un grande y escandaloso reloj que buscaba en el tiempo pasado las explicaciones del tiempo que corre. Las “venas abiertas” pusieron chile en la herida de la intuición que nos azotaba desde temprano, y ayudaron a mirar de cerca la dura realidad de la que José Martí llamó "nuestra América".

La “Memoria del Fuego” es un recinto entrañable donde siempre uno puede entrar y sentarse, a ejercer el asombro, a conectarse con el ritmo apabullante de una descripción que se canta, desde los Nacimientos, cuando “ Dios soñaba … a la mujer y al hombre … mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio”, o en “Las caras y las máscaras”, cuando al final de un periplo por la ruta de la vergüenza y el saqueo de cuatro siglos, Galeano, sentado en la piedra desde donde miraba el tiempo, recordó la profecía del Chilam Balam - Se levantarán el palo y la piedra para la pelea… los de trono prestado han de echar lo que tragaron … al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo”.  Casi siglo y medio después, la codicia no terminaba y Eduardo Galeano seguía cantando, abriendo ventanas sobre la palabra, ventanas para dejar pasar el siglo y con él los deseos de cambio:

“El viento norte viene con tierra; el del este, con lluvia; el pampero, con frío; y todos arrojan remotos puñales contra los vidrios de las ventanas y anuncian el huracán criminal que alguna vez vendrá con fuego y nos revelará la palabra buscada”

Sentado en mi biblioteca acaricio los lomos de los viejos compañeros de la vida, entre muchos: la edición rota del Libro de los Abrazos, que me regaló Bernal Blanco, un amigo que también se fue; la trilogía del fuego, percudida, amarilla, llena de pequeñas señales y recuerdos; la bellísima edición de Las palabras andantes, con los grabados del brasileño José Francisco Borges, un poeta del claro oscuro - vi varios de sus cuadros durante una gira alucinante por Recife y Jaboatão dos Guararapes, las tierras de la inexcusable sequía brasileña -; el Mundo patas arriba o los Días y noches de amor y de guerra. Galeano siempre presente, para conectar el cerebro y la risa, la rabia y el deseo de hacer.  

Quizás presagiando, un día abrió esta "ventana sobre la memoria":

Quien nombra, llama. Y alguien acude, sin cita previa, sin explicaciones, al lugar donde su nombre dicho o pensado, lo está llamando.
Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del todo, mientras no muera la palabra que llamando, llameando, lo trae.


Creo que está muy claro. Mientras sigamos visitando su casa de palabras, y volvamos a pronunciar su nombre, leyendo, rebuscando entre las páginas que nos dejó, Eduardo Galeano seguirá llegando, llameando, sobre el viento.

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Luis Rolando Durán Vargas

América Latuanis


Para recordar a Galeano, dos uruguayos maravillosos: Daniel Viglietti y Mario Benedetti.


(otra voz canta/Desaparecidos)



Ta'llorando (Los Olimareños)




Milonga de andar lejos (Daniel Viglietti)



y... finalmente, "El derecho al delirio" por Eduardo Galeano.



viernes, 30 de enero de 2015

Souvenirs de la tierra de uno (Haití 2015)







































La “rue de la montagne noire”. El camino de la montaña negra, en Pétion Ville Haití. 

Como parte de mi rutina de caminata diaria, voy subiendo por los enrevesados caminos de la ciudad. Son las nueve de un sábado y percibo de cerca la mañana, el barrio, la gente, lo simple que acontece en la vida, aquí o en cualquier parte, cuando se transcurre en la escala de las pequeñas cosas que nutren lo grandioso y pasan desapercibidas al ojo del observador que generaliza. Una señora está abriendo las puertas metálicas de un puestito de 3x3 donde se venden las ilusiones de la lotería: el sorteo de la lotería de Nueva York, que sirve como referencia irrefutable en la decisión de quien alcanza al final su sueño de mejoría. Al lado, en un murmullo que sube de tono, se agolpa la gente a la entrada de la tienda de abarrotes. Huele a arroz, a café, a carbón, a cocina con piso de tierra. En la calle, en los 10 centímetros que hacen de acera y de desagüe, otra señora, con una mirada de pereza o de hastío, vende cables eléctricos, cargadores de celulares y vajillas de latón.

Yo, como observador, al principio encuentro una dinámica pintoresca, exótica o por último especial, fuera de lo ordinario. Pero claro, soy yo quien está fuera de lo ordinario, y la mañana se desarrolla con la cálida costumbre, añeja y fiel, que se llena de ruidos lejanos que se mezclan: el canto de un gallo despistado, el olor a leña y los cantos distraídos de quienes preparan la marmita para el mediodía, la mamá que quiere atrapar con un grito, como si fuera una extensión de su brazo, al hijo que corre fuera del límite. No importa cual este sea.

Sin ánimos de mal copiar a Proust, pero con muchas ganas de comer su madelaine y sentir como la nostalgia y el recuerdo de la tierra inmediata se viene de golpe, pienso en la capacidad de convocatoria que tienen los sonidos y los olores, las escenas que se repiten, con otros protagonistas y contextos, pero que se cargan de lo mismo, de la misma sangre, del mismo latido, de los mismos sueños.

Entonces, claro, reconozco que estoy metido en la misma mañana que viví tantas veces. A veces calurosa, con el polvo levantándose en pequeños remolinos, a veces con una lluvia tenue que convertía el camino a la escuela o a la iglesia los domingos, en un barrial entretenido y retador, que ilustraba la aventura imaginada en sitios exóticos con nombre impronunciable. Entonces nos tomábamos el tiempo, haciendo de cada salto y resbalón, un cruce valiente por la jungla, un asalto pirata en una ciudad del Caribe o el camino escarpado por cumbres africanas.

Pienso en las tardes del verano, lleno luz y sol, con nubes esporádicas, clavadas entre las colinas. La calle polvorienta y acogedora se llenaba de chiquillos que bailaban trompos y chiquillas que jugaban la rayuela. De vez en cuando o muy seguido, rompíamos la división machista de la diversión, y ellas bailaban el trompo con maestría, mientras los hombres avanzábamos, saltando, hacia el cielo o al sol que coronaba la rayuela.

En esas mismas tardes, en casa de los abuelos, molíamos el café y el maíz. El café me seducía, con el brillo lechoso del grano negro, entero. Tostado, pero no quemado, apenas lo suficiente para dejar salir los aceites. Porque solo el abuelo tostaba, nadie más podía asegurar esa calidad final. Y ahí estaba el primer aroma del café, inundando el fogón, la casa y el barrio. Cuando la muela quiebra los granos, la cocina se llena del segundo aroma, más cercano, pero muy intenso, es el café generoso que te deja el olor en la piel, cuando se convierte en polvo.

Hace unos meses conversaba con Jennifer Gonçalves, una persona entrañable, y me contaba de su Coimbra natal, en Portugal. La vida entre plantaciones de oliva, el aroma del aceite llenando la casa primero y luego el paladar. Llenando la boca de futuros recuerdos, de una saudade que se lleva puesta por donde quiera que uno esté.

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Hoy, como en los últimos 15 años, la gente de Haití me devuelve sobre mis raíces, me refleja en el patio de la escuela donde un número incontable de niños corre tras una bola o en el rostro del voluntario de la Cruz Roja que recibió sus primeras clases de primeros auxilios, y se siente listo y ansioso por salir a ayudar a su gente. 

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Una estrofa de la canción de Serrat (Barquito de papel)

Barquito de papel,
en qué extraño arenal
habrán varado
tu sonrisa y mi pasado,
vestidos de colegial

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Campinas, Brasil 2014
Puerto Príncipe, Haiti, 2015

Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis