viernes, 24 de abril de 2015

Una casa de palabras para Eduardo Galeano

“Para los navegantes con ganas de viento, la memoria es un puerto de partida” (Las palabras andantes)

Cuando murió Julio Cortázar, Galeano escribió un hermoso texto de despedida donde incluyó el sueño de su esposa sobre "la casa de las palabras". Una casa donde los poetas llegaban a mezclar y probar palabras, agregándoles sal o aroma de lluvia. 

Galeano soñaba con darle a Julio sus sueños y al final, en una vuelta de tuerca feliz, nos dio a todos su casa de palabras; una casa llena de olor a ron y cacao, de recuerdos infinitos que van desde la creación, cuando la tierra humeaba y el maíz recién se convertía en mujer, hasta el siglo que nos trajo el viento.

El día de su partida, sentí que visitaba esa casa, en medio de la incredulidad y la rabia, porque sin duda que faltaron palabras, grabados de Borges, regates de Maradona, ceremonias ancestrales frente a los mares antiguos. Eduardo se las llevó y solo nos queda regresar a sus libros, para ponerles sal y soplarles la historia que aún no viene.

En su casa de palabras encontré recuerdos míos, de mi vida y de mi gente. Escuché las voces de Ganapán y de Buscavida, transcurriendo solitarios por la rambla, por el mundo paralelo de un Montevideo que podía ser cálido, como un buen Tanat o su playa “como un inmenso lecho de agonía”. Con ellos llegó el sabor de “La canción de nosotros” su única novela, o la única reconocida como tal. 

Para muchas personas Galeano significó el despertar de la conciencia. Como un grande y escandaloso reloj que buscaba en el tiempo pasado las explicaciones del tiempo que corre. Las “venas abiertas” pusieron chile en la herida de la intuición que nos azotaba desde temprano, y ayudaron a mirar de cerca la dura realidad de la que José Martí llamó "nuestra América".

La “Memoria del Fuego” es un recinto entrañable donde siempre uno puede entrar y sentarse, a ejercer el asombro, a conectarse con el ritmo apabullante de una descripción que se canta, desde los Nacimientos, cuando “ Dios soñaba … a la mujer y al hombre … mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio”, o en “Las caras y las máscaras”, cuando al final de un periplo por la ruta de la vergüenza y el saqueo de cuatro siglos, Galeano, sentado en la piedra desde donde miraba el tiempo, recordó la profecía del Chilam Balam - Se levantarán el palo y la piedra para la pelea… los de trono prestado han de echar lo que tragaron … al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo”.  Casi siglo y medio después, la codicia no terminaba y Eduardo Galeano seguía cantando, abriendo ventanas sobre la palabra, ventanas para dejar pasar el siglo y con él los deseos de cambio:

“El viento norte viene con tierra; el del este, con lluvia; el pampero, con frío; y todos arrojan remotos puñales contra los vidrios de las ventanas y anuncian el huracán criminal que alguna vez vendrá con fuego y nos revelará la palabra buscada”

Sentado en mi biblioteca acaricio los lomos de los viejos compañeros de la vida, entre muchos: la edición rota del Libro de los Abrazos, que me regaló Bernal Blanco, un amigo que también se fue; la trilogía del fuego, percudida, amarilla, llena de pequeñas señales y recuerdos; la bellísima edición de Las palabras andantes, con los grabados del brasileño José Francisco Borges, un poeta del claro oscuro - vi varios de sus cuadros durante una gira alucinante por Recife y Jaboatão dos Guararapes, las tierras de la inexcusable sequía brasileña -; el Mundo patas arriba o los Días y noches de amor y de guerra. Galeano siempre presente, para conectar el cerebro y la risa, la rabia y el deseo de hacer.  

Quizás presagiando, un día abrió esta "ventana sobre la memoria":

Quien nombra, llama. Y alguien acude, sin cita previa, sin explicaciones, al lugar donde su nombre dicho o pensado, lo está llamando.
Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del todo, mientras no muera la palabra que llamando, llameando, lo trae.


Creo que está muy claro. Mientras sigamos visitando su casa de palabras, y volvamos a pronunciar su nombre, leyendo, rebuscando entre las páginas que nos dejó, Eduardo Galeano seguirá llegando, llameando, sobre el viento.

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Luis Rolando Durán Vargas

América Latuanis


Para recordar a Galeano, dos uruguayos maravillosos: Daniel Viglietti y Mario Benedetti.


(otra voz canta/Desaparecidos)



Ta'llorando (Los Olimareños)




Milonga de andar lejos (Daniel Viglietti)



y... finalmente, "El derecho al delirio" por Eduardo Galeano.



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