lunes, 29 de junio de 2009

Una vez me encontré con ... un cliente inusual, en un “bar de comunistas”




Una vez me encontré con ... un cliente inusual, en un “bar de comunistas”

Hoy la vi, y tenía un rostro ajeno al que yo amaba
el que dan unos años de no ser feliz ... 🎶

  1. -Mae, ¿cómo se llama esa canción?
  2. -Hoy la vi. De Pablo Milanés.
  3. -Puta, que buena.
  4. -Sí, verdad. ¿Otra birrita?
  5. -mjmju

El tipo parecía uno de esos clientes que se aparecen de pronto, sin mayores antecedentes y que desaparecen después de unos días de visitar el bar, probarse el menú de bocas y soltar algún par de secretos inconfesables, de los que se salen cuando la soledad y la borrachera conjuran.

El bar. La Villa. Mi bar, nuestro bar. Una larga y bonita historia, para contar otro día. Por ahora basta decir que era co-dueño del bar más exitoso y más mal administrado de toda la Calle de la Amargura, en los alrededores de la Universidad de Costa Rica. 

Al principio, como socio y principal inversionista, era responsable de las relaciones públicas del negocio. Quince minutos después del principio, terminé arremangado, en el patio, pasando cervezas de las cajas a los enfriadores porque el bar estaba repleto. Mi carrera de negociante exitoso y bien vestido duró muy poco y de ahí en adelante me dediqué a cargar cajas, organizar botellas y “salonear” de vez en cuando.   Esa noche estaba trabajando en la barra.

El tipo era bajito, de mostacho y sonrisa a flor de labio, como buen tico urbano-aprendiz de la clase media que piensa que le va bien. Así lo catalogué, con mi ojo clínico de bartender, que generalmente no fallaba. Pocos días después volvió y se acomodó otra vez en la barra.

  1. -Mae, ponga hoy la vi, por fa.
  2. -Claro, ya va. ¿Otra birrita?
  3. -Mjmjú.

Luego de unas semanas con esta dinámica, como es esperable en nuestra América Latuanis, el compadre quedó bautizado como hoy-la-vi. Siguió viniendo, puntual, los miércoles y los viernes, a las 6 de la tarde. Los “habitués” del bar se hacían muchas preguntas, porque el tipo no soltaba prenda y nadie sabía quién era ni de dónde venía. 

  1. -Quiubo, hoy-la-vi. ¿No querés venir a la mesa?
  2. -Gracias mae. Tranquilo, aquí estoy bien.

Se sentó en uno de los incomodísimos bancos que teníamos en la barra y, como era usual, me pasó un pequeño maletín de mano con el que andaba siempre.

  1. -Que mae – lo saludé – ¿todo bien? ¿Una birrita?
  2. -mmjumjú

Desperté la mañana en que no pudo ser
No sin antes jurar que si no era contigo, jamás...🎶

  1. -Ay mae …. gracias. Esa pieza si que es tuanis.
  2. -Pura vida, hoy-la-vi, aquí estamos para complacer a los clientes.

Con mucha parsimonia empezó a beberse sus Imperiales, mientras la melodiosa voz de Pablo Milanés llenaba el antro, como él y algunos otros llamaban a la Villa.

  1. -Mae, ¿sabe porqué me gusta esa canción?

Como bartender/psicoanalista experimentado puse cara de circunstancia y lo miré fijamente y en silencio, esperando que él hiciera el resto del trabajo.

  1. -El primer día que vine aquí me había encontrado con Carmen, mi ex-novia. Estaba en un parque, esperando a alguien. Seguro a su novio o a su marido.

  1. -mmmm - le respondí

  1. -La mae me miró, pero creo que no me reconoció. Yo no paré, no pude saludarla, ni acercarme. ¿sabés por qué?

A estas alturas, los jumas - digo los clientes frecuentes - que se sentaban en las mesas cercanas a la barra estaban callados, con las orejas al acecho.

  1. -No mae, no sé por qué no le hablaste.
  2. -Porque cuando me miró era como otra persona. Tenía otra cara. ¿Entendés?

Lo miré desde lejos, nunca había hablado con él más que unas cuantas palabras. No me parecía un tipo interesante. No era conversador, como la mayoría de los tipos que llegaban a la barra, gente que no más se sentaba bebía muchas cervezas y hablaba de política, de literatura, o de alguna compañera de la U que le quitaba el sueño. Sin embargo, después de todo, hoy-la-vi también tenía su historia, tenía su corazoncito, y estábamos a punto de auscultarlo.

  1. -         mmm. Pero … y la canción - le dije.
  2. -Puta, no entendiste Rolo. Hoy la vi y tenía un rostro ajeno al que yo amaba. Entendés. El que dan unos años de NO ser feliz. ¿Ya la viste? Cuando escuché la canción pensé que ella todavía me amaba, que lo que vi en su cara era tristeza, infelicidad porque no estaba conmigo. ¿Entendés?

A todo esto, hoy-la-vi se había tomado más cervezas de las habituales, y comenzaba a tambalearse en el ya de por sí peligroso banco de la barra.

  1. -Ponéla, mae. ¡Poné la canción!
  2. -Tranquilo, ya te la he puesto cuatro veces. La gente se aburre.
  3. -Que me importan estos hijueputas. No entendés Rolo, tenía un rostro ajeno al que yo amaba. Pero no era por no ser feliz. Después, cuando la fui a buscar y hablé con ella ¡me dijo que era más feliz que nunca! 
  4. -Ponéla, mae.

Se había vuelto de espaldas a la barra y estaba mirando hacia las mesas.

  1. -Y si a estos hijueputas no les gusta que se aguanten.
  2. -Mae, hoy-la-vi, tranquilo – le dijo uno de los clientes.
  3. -Hoy la vi tu abuela. A mi no me tratan así.

Alguna gente se empezó a mover incómoda, otros comenzaron a tratar de hablar con él, de calmarlo. Sin embargo, hoy-la-vi ya estaba muy borracho y alterado. Hablaba con una voz gangosa, y no paraba de insultar.

Uno de los clientes, de esos que tienen pocas pulgas y son de mecha cortísima, se levantó y le gritó.

  1. -       ¡Andáte a la mierda!, porque una tipa no te quiera no tenés derecho a venir a insultar. Si no te calmás te vamos a sacar de aquí.
  2. -Ah, sí – le gritó hoy-la-vi – Rolo – me dijo – pasame mi maletín.

Más tranquilo, pensé que la cosa estaba llegando a su final, y que ese era el último día de hoy-la-vi en el antro. Se iría, con pena y con gloria, porque nos había dejado una historia que nos pasaríamos por muchos litros de guaro y de cerveza, y se convertiría en una nota obligada, en motivo de mucho análisis y, tal vez, en objeto de culto, como sucede generalmente en las buenas cantinas.

Le pasé su maletín, y con mano muy torpe lo abrió y sacó una identificación y un revólver de reglamento. 

  1. -Mae, hoy-la-vi, tranquilo, no te alterés tanto. Tranquilo.
  2. -Capitán hoy-la-vi – me dijo – y se volvió hacia la concurrencia, apuntando con el revólver. En la otra mano, una identificación emplasticada mostraba una cara borrosa y un bigote inconfundible.
  3. -Soy detective de la policía. Y este es un bar de comunistas. Los voy a arrestar a todos.

Entre el susto y lo cómico del apunte, todo el mundo se miraba, como con ganas de decirle que novedad o hasta ahora te das cuenta. Sin embargo, el revólver, la mano temblorosa y el compadre tan borracho insultando a diestra y siniestra, no invitaban a vacilar, ni a hacer algún chiste que pudiera alterarlo más.

Nuevamente, haciendo gala de mi experiencia de bartender/psiconalista traté de hablar con él, para que entrara en razón, se calmara y se fuera. El compa que lo había enfrentado lo miraba con los ojos desorbitados y yo me di cuenta que si no salíamos rápido de la situación iba a haber una matasinga. 

  1. -Mae, Ungido – le dije al compa – tranquilo. Mejor salga para que no haya clavo ¡Que salgás güevon! 
  2. -Vea capitán, estese tranquilo, no se altere. Yo lo acompaño, vea que la gente no se quiere pelear con usted.
  3. -Gracias Rolo, a usted es el único que no voy a arrestar - me dijo con una voz más tranquila.
  4. -Claro mae, vamos, yo lo dejo en la puerta, tranquilo.

Lo tomé del hombro y empecé a sacarlo. Los jumas estaban indignados y con ganas de masacrarlo. Un policía, ¡quien iba a decir que el güevón ese era un policía!

Avanzamos despacio entre las mesas y pronto llegué con hoy-la-vi a la acera del frente. 

  1. -Mae, guarde ese chopo, no vaya a herir a alguien
  2. -Tuanis Rolito. Voy jalando. Ojalá los maes no se lo tomen a mal. Me cuadra mucho venir al antro.
  3. -Claro mae, vuelva cuando quiera.
  4. -mae, Rolo
  5. -¿sí?
  6. -que mierda... de verdad que son felices porque ya no están con uno...

Nunca más lo volví a ver. Hoy-la-vi fue el tema de conversación por mucho tiempo, hasta que comenzaron a aparecer otras historias, otras penas con las cuales pasar el rato, reírse entre las cervezas, y cavilar con mucha inquietud cuando nadie lo mira a uno.

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Aquí la canción:










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Luis Rolando Durán
América Latuanis



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