martes, 9 de junio de 2009

Una vez me encontré con... un taxista que lloraba



Eran las 4 y acababa de llegar al aeropuerto. Sentía el frío sabroso de la madrugada y entré decidido a pasar los siempre aburridos trámites de las aerolíneas, migración, control de policía y demás. Ya no puedo recordar adonde iba, ni que importantísima reunión reclamaba mi concurso, supuestamente, pero si puedo recordar la soberana putiasión que se me vino cuando llegué al puesto de policía internacional y me dijeron:
-¿y el papel?
-El papel … ¿que papel?
  1. -        Señor, usted ya sabe, el papel. Sin eso no va a poder salir.

El papel. El maldito papel que debía tramitar cada vez que quería viajar desde Costa Rica. En ese momento, como en un flash back de película de Humprey Bogart, miré el papel en la mesa de noche, de donde nunca se movió, porque no lo puse en la carpeta de viaje. 

Por supuesto que perdí mi avión, y que la jornada prometía volverse olvidable: las maletas ya estaban embarcadas, la reunión comenzaba a las 9, tendría que pagar alguna multa, en fin. Con ese sambenito entre manos, salí de la terminal y tomé un taxi. Poco interés tuve de saludar al chofer y me dediqué a bostezar y mirar por la ventana., tratando de evitar lo que presagiaba ser una aburridísima conversación de taxi.

Después de varios minutos de sospechoso silencio lo miré de soslayo y creí notar una mueca en su cara. El tipo estaba llorando, o algo muy parecido. Quizás ese raro remedo que hacemos los hombres, cuando no aguantamos más por dentro, pero tenemos un macho al frente que no nos deja simple y llanamente soltar la vaina.

Obviamente no le pregunté nada, y el honor de nuestra especie se garantizó por un rato más, con un silencio de hielo y un acuerdo tácito de no preguntar en el aire. Sin embargo, el tipo estaba verdaderamente mal, iniciaba un gesto, o una palabra, y se detenía, mientras golpeaba la manivela. 

  1. -Señor, le pasa algo. Si quiere podemos parar.
  2. -Me regaló, güevón. 
  3. -¿Como?
  4. -Mae, de veras. Me regaló. No me echó de la casa, ni me puteó ni nada. Me regaló, así como suena.
  5. -¿Tu mujer?
  6. -¡Pues quien más!
  7. -Pero, ¿como así?.
  8. -A mí mae. A mí. Yo me conquisté a todas las que quise. Tuve las queridas que me dió la gana. Pero a ella la respetaba y la quería mucho. Por eso me casé.
  9. -Ya mae, ¿pero te portaste mal, verdad?
  10. -Claro, uno es hombre y así son las varas, de por sí. - Pero en estos dos años casi ni le di vuelta. Fijate que en los últimos meses solo tuve una querida. Una morenita que está como dios manda. Trabaja cerca de la casa, en un bar, y como yo taxeo, bueno, pasaba por ahí a veces y así comenzó la cosa.
  11. -Umjú.
  12. -El asunto es que Lola se dio cuenta y ayer, cuando llegué a almorzar me estaba esperando con unas bolsas en la puerta …
  13. -¡uy mae, que feo!
  14. -se subió al taxi y me dijo – ¡lleváme donde la zorra esa! – yo traté de hacerme el loco, pero vos sabés como son las mujeres cuando deciden una cosa, así que me fui para la casa de la morena. Cuando llegamos tocó la puerta y tiró las bolsas. La morena salió y no entendía ni mierda, me miraba a mi, pero yo que le iba a decir.
  15. -Aquí te dejo este hijueputa – le dice Lola - ... y la morena callada, solo mirando.
  16. -Te lo regalo, a mi este hombre ya no me sirve
  17. -En serio me lo regalás.
  18. -Que sí, no te dije
  19. -Uy mae, y lo pior de todo es que ella se vuelve y me dice:
  20. -Ay papi, vení, quedate conmigo
  21. -Te imaginás mae, te imaginás que las dos se pusieron de acuerdo para que yo me fuera donde la morena. Te imaginás. Lo hablaron entre ellas como si yo no existiera. Mi mujer, la que yo más quería … me regaló y la otra lo aceptó.
  22. -A mí, mae, a mí.

A esa hora el sol ya comenzaba a verse más y estábamos llegando a mi casa. Pensé muchas cosas, pero ninguna parecía servir, así que no dije nada. La mañana había cambiado y todo parecía tener otro color, otra dimensión. Hasta mi problema con el papel se había hecho pequeñito.

Le pagué el viaje y lo miré irse, agachado sobre el volante de su carro, arrastrando ese amor que por primera vez le pesaba más que el orgullo.


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Luis Rolando Durán
América Latuanis



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