sábado, 13 de junio de 2009

Una vez me encontré con ... un delincuente que tenía palabra





Por un problema de cual no quiero acordarme, tuve un castigo - que se convirtió en privilegio - y que me llevó a una experiencia de gran tensión, pero mucha enseñanza.

Era voluntario de la Cruz Roja en San José, allá en los años 80, y me castigaron enviándome a trabajar en un pequeño puesto de avanzada en Hatillo 3. Hatillo, para esa época, era un distrito populoso, poblado por una clase media/baja, que para la escala de aquel  San José estaba realmente desbordado. Ahí muy cerca estaban barrios marginales y precarios, por lo que la seguridad era uno de los problemas mayores. Un típico barrio del sur, para más señas.


El puesto de la Cruz Roja mediría, digamos 6 x 6, teníamos una ambulancia de vez en cuando, y nos tocaba atender un sinnúmero de casos de emergencia que iban desde partos de última hora (¿cual no?) hasta una gran colección de emergencias ligadas con la delincuencia que caracterizaba el sur de la urbe.

Una tarde de sábado, estamos aburriéndonos - junto con una colega de la Juventud de la Cruz Roja y un socorrista, probablemente castigado también - cuando vimos pasar a un tipo reconocido como uno de los delincuentes peligrosos de los alrededores. Su cara, y la carrera que llevaba nos hizo pensar que algo muy peliagudo había sucedido. Más color de hormiga se pintó la tarde, cuando, detrás de él,  vimos a un hombre ensangrentado, con un cuchillo en la mano, que madreaba a más no poder.

  1. -¿Maes, ese no es El Rata? - preguntó Patricia.
  2. -Mmm - asintió el siempre expresivo Mondragón.
  3. -Sí - dije yo - esa vara está bien fea. Si El Rata alcanza a ese mae hay que darlo por muerto. 
  4. -Que pasaría ....

El Rata no era uno de los más peligrosos del lugar. Era el más peligroso. Ya en una ocasión lo conocimos, cuando pasó por el techo de nuestro puesto de emergencias, saltando de casa en casa para huir de la policía.

Unos minutos después, cuando tomábamos el enésimo café acompañado de pan con mantequilla, sonó un estruendo en la puerta. Vimos entrar al Rata como una tromba, sudando y con la camisa completamente roja.

  1. -Nada de hospital - nos dice el tipo, mientras se abría la camisa y nos mostraba su pecho literalmente cruzado por dos tajos de cuchillo.
  2. -Mae, Rata, esa herida está muy fea. 
  3. -Ya me oyeron. Nada de hospi.
  4. -Bueno, vamos a ver que podemos hacer.
  5. -y el otro mae?
  6. -se escapó el muy hijueputa, pero no le va a durar mucho. Esto me lo hizo porque me agarraron de sorpresa....

Mondragón y Patri le limpiaron la herida y contuvieron la hemorragia, mientras yo hacía unos vendoletes con esparadrapo (como corbatines que servían para mantener la herida cerrada). De alguna manera, que hoy sería incapaz de recordar y menos aún de volver a intentar, lo mandamos empacadito en gaza para su casa - o su guarida, para que suene más folklórico. Lo determinante de esta historia es que al salir el Rata nos miró y nos dijo:

  1. -de aquí en adelante, ustedes quedan protegidos en los Hatillos, la 15 de Setiembre y Aguantafilo!

La promesa de inmunidad en ese amplio territorio no nos dijo mucho en ese momento. Más asustados estábamos de todo lo que había pasado y no podíamos prever cuando íbamos a tener que invocar la promesa del Rata.

Aquí los casos que nos sacaron de la duda y el error:

Un día llegó Patri al puesto, muy angustiada porque habían entrado a robar a su casa. 

  1. -Lo peor es que mi mamá está enferma y lo que más le distrae es ver las novelas en la noche. Y nos robaron el tele! No se va a agüevar uno!
  2. -Mirá, y por qué no le preguntamos al Rata, de pronto el mae te ayuda.
  3. -Vos creés?
  4. -El mae dijo....

Con la consigna de “con probar nada se pierde” estuvimos toda la tarde atisbando por si pasaba el Rata o algunos de sus lugartenientes. Con la suerte de que el compa estaba entotorotado con una gordita medio pechugona que vivía al frente.

  1. -Daysi, hacénos el favor - le dijimos - si el hombre pasa por aquí decíle que le queremos hablar.

Y bueno, la providencia. Empezando la noche, se aparece El Rata por el puesto. Patri le cuenta la historia del robo en su casa, y le pide si puede hacer algo, no por ella sino por su mamá.

  1. -Esos cabrones. !Les dije que esa casa no! Tranquila machita, que yo le arreglo el problema.

Al día siguiente me llama Patri para contarme que temprano en la mañana tocaron a la puerta dos muchachos. Llevaban el televisor intacto.

  1. -Disculpe, fue un mal entendido. Acá está el tele. Nos saluda a su mamá.

Pues bueno, hasta ahí nosotros pensábamos que la cosa nos había salido muy bien y que podíamos darnos por bien servidos de la promesa del Rata. No sabía yo lo que faltaba todavía por vivir!

Una noche me quedé tarde viendo un partido. El puesto estaba en Hatillo 3 y yo vivía en la 5. Tenía que caminar un buen rato, y para ahorrar camino, cruzar la solitaria plaza de Hatillo 3.

Pues bien, como antojo de la noche se me ocurre la fatal idea de pasar a comer un taco al sitio donde se vendían los mejores del país: La Taquería Costa Rica. Para mejor bocado, la noche estaba llena de neblina y yo, aunque un poco dudoso, cedí a la tentación. 

Llego a la taquería y me doy cuenta que no hay nadie en la pequeña ventanita donde se hacían los pedidos. Ya demasiado adentro como para largarme de ahí, me doy cuenta que detrás de mi, al lado de la entrada, habían dos tipos con una pinta que ayúdeme a decir. Miro alrededor, trato de calmarme y me doy cuenta que no hay nada que hacer, caí redondito en la trampa. Los compas avanzan hacia mi, despaciiiito, con las manos en la bolsa de las chaquetas y mirándome con una risa burlona. En eso, se me viene la inspiración:

  1. -Maes, no se embarquen. Yo soy el mae que curó al Rata.

Los compadres se detienen, me miran fijo y luego se miran entre ellos, como dudando.

  1. -No joás, quien sos vos?
  2. -Yo soy Rolando, el de la Cruz Roja, se acuerdan? Con mis compañeros curamos al jefe. Ya saben, allá ustedes si se embarcan - Les dije, con una valentía que no se de donde cojones me salió (porque de ahí segurito que no!)
  3. -Uuuuy mi compita. Y que hace usté afuera a estas horas .... y tan solo!
  4. -Vea, aquí ya esta cerrado - me dice el otro - ¿adonde vive?
  5. -En la cinco, por la pulpería 20 de mayo.
  6. -Ah, nosotros vamos por ahí, tenemos un bretecillo. Lo acompañamos!
  7. -No se preocupe, nosotros lo cuidamos en el camino.

Para que decir en que estado de ánimo caminé esos 20 minutos que nos quedamos. Cruzamos los tres por la plaza, que a esas horas y con esa compañía, parecía más desolada y angustiante que nunca. 

Me dejaron en la puerta de la casa y me pidieron que le diera mi referencia al Rata. Para que supiera que ellos me habían cuidado.

Por las vueltas de la vida nunca volví a ver al Rata. A saber en cual de sus propias trampas se habrá enredado, o como habrá terminado ... él, un habitante de las calles y de los extremos, que nunca sabré como llegó ahí, o si de algún modo pudo salirse. 

Sin embargo, siempre recordaré su mirada cuando se despidió y nos dio su palabra. Una palabra que probó ser de verdad, de esas que ya no quedan. 



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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

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