Mayo de 2010. Días de terremoto
Ruta : Carretera de Bourdon, entre la
planicie y Petion Ville. Carrefour, Grande Goave y Leogane
En la
noche vuelvo a circular por la ruta de Delmas. Es un poco tarde y la oscuridad
que siempre ha caracterizado está ciudad es aún más profunda. Aún así se perciben dos cosas: la
aglomeración de personas vendiendo, acampando o simplemente circulando y la
sombra contundente de miles de toneladas de cemento, hierro, arena y
pertenencias personales, en una mezcla confusa que evidencia esta realidad que
da miedo. Sobre todo cuando uno piensa que ahí adentro, bajo esos escombros,
queda aún mucha gente, muchos muertos. Los que quedan afuera sueñan con un
minúsculo soplo de vida o esperan con ojos profundos, que intentan taladrar la
noche y las ruinas, que en un momento dado su ser querido salga caminando para
irse a descansar en paz.
Grandes
espacios vacíos, muy oscuros, quedan como huellas de los edificios que ya no
están, de la ciudad que fue y que hoy está en el suelo.
Luego,
ya de día, paso por lo que fue la
alcaldía de la ciudad, donde solo ha quedado en pie una estatua obstinada: una
hermosa mujer desnuda. El sitio donde estaba la oficina de Air France es tan
solo un montón de ladrillos y el Palacio de los Ministros luce tendido en el
suelo, como un toro de lidia ya vencido que solo espera un fin, sin saber de
donde vendrá.
![]() |
Palacio de los Ministros. Donde estuvo también la sede de la Protección Civil |
Miles
de casas, de esas que se acumulaban unas sobre otras en la cadena de cerros
conocida como el Morne de l’Hopital, simplemente ya no están. Abajo, al pie de
las laderas, un acumulado de escombros testimonia lo que pasó. Uno se puede
imaginar el momento de terror en el que todo se deslizó. Sin embargo, contrario
a lo pensado, en muchas laderas la construcción espontánea resistió y sigue
ahí. Obstinadamente, las casas de Jalousie, en las colinas de la ciudad de
Petion Ville, quedaron en pie, como burlándose de los cálculos, previsiones y
probabilidades, de nuestra ciencia y la sabiduría inútil, que no pudo ni ha
podido, hasta ahora, dar muestras de entender lo que pasa en este país.
Cuando
hablo con la gente hay un aire de seriedad, sin catastrofismo, sin ganas de dar
lástima. Al contrario, cuando miras a todas estas personas trabajando,
estirando las horas del día para seguir adelante, uno no puede adivinar la dura
realidad en la que viven: perdí a mi esposa, mis hijos no aparecen, yo salí
a tiempo, pero mi amigo no. Así, la
vida sigue adelante. Una mujer que tiene altas responsabilidades en la
emergencia está ahí sentada, habla con vehemencia sobre lo que falta, lo que
tienen, las posibilidades reales que le da el contexto, lo que estamos
haciendo. Ella perdió a su marido, que también era un líder institucional. Pero
sigue allí, adelante, sin quejarse por tu terrible desastre personal.
Todas
las plazas, todos los espacios abiertos están tomados. Incluso en la calle, en
las pequeñas alamedas que separan las vías. La gente improvisa lo que sea para
vivir ahí, para no tentar la muerte que no les alcanzó esta vez, con el cuidado
de evitar el riesgo cuando las réplicas terminen de botar lo que no ha caído.
Voy a
dos municipios al sur de la ciudad, la zona de Léogane, el epicentro. Los
alcaldes lideran la recolecta de información, las acciones de rescate o abrigo.
Despachan en una mesa bajo un mango de sombra generosa, o bien al lado de un
edificio. Un escritorio solitario bajo el sol, la mayor parte del tiempo. Todo
el mundo trabaja, voluntarios la gran mayoría. Levantan información con sus
propios equipos, su material personal, sus computadoras viejas. No hay luz para
cargarlas y se hace difícil recuperar los datos para integrarlos.

Sistema de información
El
alcalde ríe y hace chistes. Los voluntarios también, reclaman, bromean, se
alteran porque no tienen los mínimos recursos para hacer sus cosas. Haití, como
siempre, nos quiere dar una lección. La lección de la gente que no se queda en
la queja, ni en el gesto fácil de extender la mano. Haití retoma su vida,
reconstruye o construye, con una energía que nadie sabe de donde sale. Caótico,
sí. Sin coordinación también, claro. Como es y como ha sido. ¿Quienes somos
para venir ahora a juzgar este pueblo y su gobierno?
Quiero
comentar una anécdota que me contó Jean Pierre Taschereau, coordinador de
Operaciones de la Federación Internacional de la Cruz Roja. De esa gente que
llegó de inmediato y de inmediato comenzó a operar, a contribuir: uno de sus
colegas, conocido “rudo” de las emergencias,
más o menos les dijo: ¿porqué aceptamos esa imagen de desolación que
pasa la prensa? Esa no es la realidad y nosotros no debemos contribuir a
reproducirla. Sí hay dolor, sí hay pena, pero no desolación. En ese momento
todos se dieron cuenta de esa verdad, que a punta de primeras páginas, breaking
news y reportajes sensacionalistas, estaba simplemente desdibujada.
En los
campos de albergue la gente retoma su vida, encuentra espacio para el
entusiasmo, no está esperando que le resuelvan todos sus problemas. Haití no es
un país postrado y en lugar de reproducir hasta la saciedad las imágenes de
dolor, debemos comenzar a reproducir las de esperanza, las de construcción de
futuro.
Es una
mejor base para fundar los trabajos bien intencionadas de tanta gente solidaria
que ha venido a aportarle a este país y sobre todo es una mejor manera de
respetar y porqué no admirar, la dignidad de este pueblo.
Haití, como siempre, nos quiere dar una lección. La lección de la gente que no se queda en la queja, ni en el gesto fácil de extender la mano. Haití retoma su vida, reconstruye o construye, con una energía que nadie sabe de donde sale. Caótico, sí. Sin coordinación también, claro. Como es y como ha sido. Quienes somos para venir ahora a juzgar este pueblo y su gobierno?
Cuando
hablo con la gente hay un aire de seriedad, sin catastrofismo, sin ganas de dar
lástima. Al contrario, cuando miras a todas estas personas trabajando,
estirando las horas del día para seguir adelante, uno no puede adivinar la dura
realidad en la que viven: perdí a mi esposa, mis hijos no aparecen, yo salí
a tiempo, pero mi amigo no. Así, la
vida sigue adelante. Una mujer que tiene altas responsabilidades en la
emergencia está ahí sentada, habla con vehemencia sobre lo que falta, lo que
tienen, las posibilidades reales que le da el contexto, lo que estamos
haciendo. Ella perdió a su marido, que también era un líder institucional. Pero
sigue allí, adelante, sin quejarse por tu terrible desastre personal.
Todas
las plazas, todos los espacios abiertos están tomados. Incluso en la calle, en
las pequeñas alamedas que separan las vías. La gente improvisa lo que sea para
vivir ahí, para no tentar la muerte que no les alcanzó esta vez, con el cuidado
de evitar el riesgo cuando las réplicas terminen de botar lo que no ha caído.
Voy a
dos municipios al sur de la ciudad, la zona de Léogane, el epicentro. Los
alcaldes lideran la recolecta de información, las acciones de rescate o abrigo.
Despachan en una mesa bajo un mango de sombra generosa, o bien al lado de un
edificio. Un escritorio solitario bajo el sol, la mayor parte del tiempo. Todo
el mundo trabaja, voluntarios la gran mayoría. Levantan información con sus
propios equipos, su material personal, sus computadoras viejas. No hay luz para
cargarlas y se hace difícil recuperar los datos para integrarlos.
![]() |
Sistema de información |
El
alcalde ríe y hace chistes. Los voluntarios también, reclaman, bromean, se
alteran porque no tienen los mínimos recursos para hacer sus cosas. Haití, como
siempre, nos quiere dar una lección. La lección de la gente que no se queda en
la queja, ni en el gesto fácil de extender la mano. Haití retoma su vida,
reconstruye o construye, con una energía que nadie sabe de donde sale. Caótico,
sí. Sin coordinación también, claro. Como es y como ha sido. ¿Quienes somos
para venir ahora a juzgar este pueblo y su gobierno?
Quiero
comentar una anécdota que me contó Jean Pierre Taschereau, coordinador de
Operaciones de la Federación Internacional de la Cruz Roja. De esa gente que
llegó de inmediato y de inmediato comenzó a operar, a contribuir: uno de sus
colegas, conocido “rudo” de las emergencias,
más o menos les dijo: ¿porqué aceptamos esa imagen de desolación que
pasa la prensa? Esa no es la realidad y nosotros no debemos contribuir a
reproducirla. Sí hay dolor, sí hay pena, pero no desolación. En ese momento
todos se dieron cuenta de esa verdad, que a punta de primeras páginas, breaking
news y reportajes sensacionalistas, estaba simplemente desdibujada.
En los
campos de albergue la gente retoma su vida, encuentra espacio para el
entusiasmo, no está esperando que le resuelvan todos sus problemas. Haití no es
un país postrado y en lugar de reproducir hasta la saciedad las imágenes de
dolor, debemos comenzar a reproducir las de esperanza, las de construcción de
futuro.
Es una
mejor base para fundar los trabajos bien intencionadas de tanta gente solidaria
que ha venido a aportarle a este país y sobre todo es una mejor manera de
respetar y porqué no admirar, la dignidad de este pueblo.
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Oficina de despacho del alcalde de Léogane, ciudad del epicentro |
Quiero comentar una anécdota que me contó Jean Pierre Taschereau, coordinador de Operaciones de la Federación Internacional de la Cruz Roja. De esa gente que llegó de inmediato y de inmediato comenzó a operar, a contribuir: uno de sus colegas, conocido “rudo” de las emergencias, más o menos les dijo: porqué aceptamos esa imagen de desolación que pasa la prensa? Esa no es la realidad y nosotros no debemos contribuir a reproducirla. Sí hay dolor, sí hay pena, pero no desolación. En ese momento todos se dieron cuenta de esa verdad, que a punta de primeras páginas, breaking news y reportajes sensacionalistas, estaba simplemente desdibujada.
En los campos de albergue la gente retoma su vida, encuentra espacio para el entusiasmo, no está esperando que le resuelvan todos sus problemas. Haití no es un país postrado y en lugar de reproducir hasta la saciedad las imágenes de dolor, debemos comenzar a reproducir las de esperanza, las de construcción de futuro.
Es una mejor base para fundar los trabajos bien intencionadas de tanta gente solidaria que ha venido a aportarle a este país y sobre todo es una mejor manera de respetar y porqué no admirar, la dignidad de este pueblo.
Es una mejor base para fundar los trabajos bien intencionadas de tanta gente solidaria que ha venido a aportarle a este país y sobre todo es una mejor manera de respetar y porqué no admirar, la dignidad de este pueblo.
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Luis Rolando Durán
América Latuanis
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