lunes, 1 de febrero de 2010

Terremoto de Haití: Entre la ciudad que fue y la resistencia de un pueblo




Mayo de 2010. Días de terremoto
Ruta : Carretera de Bourdon, entre la planicie y Petion Ville. Carrefour, Grande Goave y Leogane

En la noche vuelvo a circular por la ruta de Delmas. Es un poco tarde y la oscuridad que siempre ha caracterizado está ciudad es aún más profunda.  Aún así se perciben dos cosas: la aglomeración de personas vendiendo, acampando o simplemente circulando y la sombra contundente de miles de toneladas de cemento, hierro, arena y pertenencias personales, en una mezcla confusa que evidencia esta realidad que da miedo. Sobre todo cuando uno piensa que ahí adentro, bajo esos escombros, queda aún mucha gente, muchos muertos. Los que quedan afuera sueñan con un minúsculo soplo de vida o esperan con ojos profundos, que intentan taladrar la noche y las ruinas, que en un momento dado su ser querido salga caminando para irse a descansar en paz.

Grandes espacios vacíos, muy oscuros, quedan como huellas de los edificios que ya no están, de la ciudad que fue y que hoy está en el suelo.

Luego, ya de día, paso por lo que  fue la alcaldía de la ciudad, donde solo ha quedado en pie una estatua obstinada: una hermosa mujer desnuda. El sitio donde estaba la oficina de Air France es tan solo un montón de ladrillos y el Palacio de los Ministros luce tendido en el suelo, como un toro de lidia ya vencido que solo espera un fin, sin saber de donde vendrá.

Palacio de los Ministros. Donde estuvo también la sede de la Protección Civil
Miles de casas, de esas que se acumulaban unas sobre otras en la cadena de cerros conocida como el Morne de l’Hopital, simplemente ya no están. Abajo, al pie de las laderas, un acumulado de escombros testimonia lo que pasó. Uno se puede imaginar el momento de terror en el que todo se deslizó. Sin embargo, contrario a lo pensado, en muchas laderas la construcción espontánea resistió y sigue ahí. Obstinadamente, las casas de Jalousie, en las colinas de la ciudad de Petion Ville, quedaron en pie, como burlándose de los cálculos, previsiones y probabilidades, de nuestra ciencia y la sabiduría inútil, que no pudo ni ha podido, hasta ahora, dar muestras de entender lo que pasa en este país.




Cuando hablo con la gente hay un aire de seriedad, sin catastrofismo, sin ganas de dar lástima. Al contrario, cuando miras a todas estas personas trabajando, estirando las horas del día para seguir adelante, uno no puede adivinar la dura realidad en la que viven: perdí a mi esposa, mis hijos no aparecen, yo salí a tiempo,  pero mi amigo no. Así, la vida sigue adelante. Una mujer que tiene altas responsabilidades en la emergencia está ahí sentada, habla con vehemencia sobre lo que falta, lo que tienen, las posibilidades reales que le da el contexto, lo que estamos haciendo. Ella perdió a su marido, que también era un líder institucional. Pero sigue allí, adelante, sin quejarse por tu terrible desastre personal.

Todas las plazas, todos los espacios abiertos están tomados. Incluso en la calle, en las pequeñas alamedas que separan las vías. La gente improvisa lo que sea para vivir ahí, para no tentar la muerte que no les alcanzó esta vez, con el cuidado de evitar el riesgo cuando las réplicas terminen de botar lo que no ha caído.

Voy a dos municipios al sur de la ciudad, la zona de Léogane, el epicentro. Los alcaldes lideran la recolecta de información, las acciones de rescate o abrigo. Despachan en una mesa bajo un mango de sombra generosa, o bien al lado de un edificio. Un escritorio solitario bajo el sol, la mayor parte del tiempo. Todo el mundo trabaja, voluntarios la gran mayoría. Levantan información con sus propios equipos, su material personal, sus computadoras viejas. No hay luz para cargarlas y se hace difícil recuperar los datos para integrarlos.

Sistema de información
El alcalde ríe y hace chistes. Los voluntarios también, reclaman, bromean, se alteran porque no tienen los mínimos recursos para hacer sus cosas. Haití, como siempre, nos quiere dar una lección. La lección de la gente que no se queda en la queja, ni en el gesto fácil de extender la mano. Haití retoma su vida, reconstruye o construye, con una energía que nadie sabe de donde sale. Caótico, sí. Sin coordinación también, claro. Como es y como ha sido. ¿Quienes somos para venir ahora a juzgar este pueblo y su gobierno?

Quiero comentar una anécdota que me contó Jean Pierre Taschereau, coordinador de Operaciones de la Federación Internacional de la Cruz Roja. De esa gente que llegó de inmediato y de inmediato comenzó a operar, a contribuir: uno de sus colegas, conocido “rudo” de las emergencias,  más o menos les dijo: ¿porqué aceptamos esa imagen de desolación que pasa la prensa? Esa no es la realidad y nosotros no debemos contribuir a reproducirla. Sí hay dolor, sí hay pena, pero no desolación. En ese momento todos se dieron cuenta de esa verdad, que a punta de primeras páginas, breaking news y reportajes sensacionalistas, estaba simplemente desdibujada.

En los campos de albergue la gente retoma su vida, encuentra espacio para el entusiasmo, no está esperando que le resuelvan todos sus problemas. Haití no es un país postrado y en lugar de reproducir hasta la saciedad las imágenes de dolor, debemos comenzar a reproducir las de esperanza, las de construcción de futuro.

Es una mejor base para fundar los trabajos bien intencionadas de tanta gente solidaria que ha venido a aportarle a este país y sobre todo es una mejor manera de respetar y porqué no admirar, la dignidad de este pueblo.

Haití, como siempre, nos quiere dar una lección. La lección de la gente que no se queda en la queja, ni en el gesto fácil de extender la mano. Haití retoma su vida, reconstruye o construye, con una energía que nadie sabe de donde sale. Caótico, sí. Sin coordinación también, claro. Como es y como ha sido. Quienes somos para venir ahora a juzgar este pueblo y su gobierno?



Oficina de despacho del alcalde de Léogane, ciudad del epicentro


Quiero comentar una anécdota que me contó Jean Pierre Taschereau, coordinador de Operaciones de la Federación Internacional de la Cruz Roja. De esa gente que llegó de inmediato y de inmediato comenzó a operar, a contribuir: uno de sus colegas, conocido “rudo” de las emergencias,  más o menos les dijo: porqué aceptamos esa imagen de desolación que pasa la prensa? Esa no es la realidad y nosotros no debemos contribuir a reproducirla. Sí hay dolor, sí hay pena, pero no desolación. En ese momento todos se dieron cuenta de esa verdad, que a punta de primeras páginas, breaking news y reportajes sensacionalistas, estaba simplemente desdibujada.

En los campos de albergue la gente retoma su vida, encuentra espacio para el entusiasmo, no está esperando que le resuelvan todos sus problemas. Haití no es un país postrado y en lugar de reproducir hasta la saciedad las imágenes de dolor, debemos comenzar a reproducir las de esperanza, las de construcción de futuro.

Es una mejor base para fundar los trabajos bien intencionadas de tanta gente solidaria que ha venido a aportarle a este país y sobre todo es una mejor manera de respetar y porqué no admirar, la dignidad de este pueblo.



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Luis Rolando Durán
América Latuanis
















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