martes, 3 de marzo de 2009

Notas rápidas de viaje : Guatemala - Mozambique




Etapa 1 de un lindo viaje: notas sobre la industria de la aviación hoy en día.


Todos sabemos que la industria de la aviación sufrió un fuerte impacto el 11 de setiembre famoso. Y más acá, con la crisis actual del sistema financiero, la cosa se puso más complicada. Verdades de perogrullo, y hasta ahí, nadie sorprendido. Ah... pero, otra cosa es bailar con ella.
Subir a un avión de Delta Airlines, si tenés la suerte de que te llegue el avión, es una odisea. Se nota el deterioro hasta en los detalles pequeños. O sobre todo en estos. El avión que debía tomar en Guatemala llegó una hora tarde y luego estuvo dos horas en Atlanta esperando turno para desembarcar. Con eso perdí todas mis conexiones, agregué un día de viaje y dos hoteles, cené pizza fría y mala dos noches, y estoy aún sin maleta. 

Ellos tuvieron la suerte de que hubo fuertes nevadas en Atlanta, porque pudieron aducir fuerza mayor y no pagar nada. Sin embargo, una azafata me confesó que el avión estaba dañado y siempre iba a llegar tarde. 

Salvados por la campaña, centavos más centavos menos. Que miedo debe dar el futuro cuando se asoma.

Inmigrantes
Comencé este viaje con un problema de dolor severo en mi espalda. Y no, no se trata de eso mi comentario. Por ese motivo, pedí asistencia a la aerolínea para que me llevaran y trajeran en silla de ruedas. En teoría, esto me debía servir para avanzar más rápidamente, evitar largas filas y llegar a mi destino a tiempo y con mis vértebras intactas.
Sin embargo, al bajar en Atlanta, con la premura de estar 4 horas tarde y de no saber que iba a ser de mi vida y su decorado, termino anclado en un espacio intimidante y desierto, después de los puestos de migración: estábamos ahí ... 9 sillas de ruedas ridículamente dispuestas para una carrera sin aplausos, sin aficionados, ni premios. Olvidados, quien sabe por cuanto tiempo. (El problema del olvido es la incertidumbre. No sabés si es para siempre, por un minuto o por el instante preciso que necesitabas para ser feliz irrevocablemente). 
Puros latinos. Con cara de tengo un hijo ilegalqué hago si me preguntan, yo no hablo inglés, jódase, a que hora me sacan de aquí, que me están esperando con el pollito campero. Nadie nos quiere hablar, pero no estamos mudos. La señora de Nicaragua sonríe, parece que los minutos, que se nos van a ella no le hacen ninguna falta; el señor de Honduras balbucea algo que no entiendo, creo que está ensayando un diálogo. Todos mirando el reloj, esperando que un milagro nos saque de ahi y nos ponga en el avión que nos está esperando. 

De pronto, traen a una gringa, una señora mayor que nos mira desde el otro mundo en que ella habita. Tenemos la misma silla, el mismo supuesto desamparo, pero hay algo que nos distingue. No hay ninguna duda. Su desamparo es de otra índole y ella lo sabe, sin sombra de duda.

Cuando se estaba por gastar la eternidad, llegaron dos. Altos, negros y con walkie talkie. Todos hablamos al unísono: el avión, la conexión, cuando puedo hablar con alguien que me resuelva. Pero nada. Uno, sin mucho replicar, comenzó su tinmarín. El otro tomó a la gringa, y se la llevó.  Se fueron, sin siquiera mirarnos. Avanzando por esa dimensión tan claramente ajena cuando te roza la piel.



Dakar desde el aire



Tratando de alcanzar tierras sudafricanas, de cualquier manera, terminé por pasar un rato en Dakar, esa ciudad/puerto, capital de Senegal, que tantos recuerdos e imágenes remueve: no solo fue el mayor centro de tráfico de esclavos hacia América, sino que es el punto final de un Rally legendario, que emigró, por tanta amenaza de sabotaje.

Me impresionó su forma, desde el cielo, o mejor, desde la línea oblicua del avión que llega o va. Se adivina sobrepoblada, encaramada sobre la península de Cabo Verde, casi desbordándose por sus costados, con tanta casa, que no hay suelo donde sustentar.

Durante la parada técnica el avión fue invadido por una decena - o veintena - de agentes de seguridad. Desmantelaron todos los asientos, uno por una, pieza removible por pieza removible. Nos hacían para un lado y para el otro, mientras palpaban, movían y miraban inquisidoramente. Un compadre me dice: 
“suerte que es este vuelo de Delta, y que sus asientos son simples. Cuando son más sofisticados se pueden pasar una hora tratando de desarmar el primero”.

Un tipo me mira a los ojos y me pregunta si esa maleta es mía. Me angustio un poco y le digo que sí, que es mi maleta y que si me hace el favor de subirla al maletero. Me mira, con la solitaria prepotencia de quien manda, pero no sabe que hacer con eso, toma mi maleta, la coloca en su lugar y se va, sin decir adiós.


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Luis Rolando Durán
América Latuanis

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