miércoles, 28 de marzo de 2012

Deportados



-Reporto  49 pasajeros y cinco deportados. Señores pasajeros, pueden salir.

Es marzo de 2012 y estoy por bajar del avión que me trajo a la Ciudad de Guatemala. Lo primero que pienso es porqué la diferencia entre pasajeros y deportados. ¿Acaso no son personas, igual a los demás que vamos a desembarcar? Talvez la azafata no lo dijo con intensión, quien sabe, pero al fin y al cabo su mensaje reproduce una visión, representa un trámite, una rutina de la aerolínea, tan común como abrir la puerta para desembarcar. 

Miro a uno de ellos, viene saliendo con una gran sonrisa. Entre sus manos trae un folder con una bandera de Canadá, en gran tamaño aparece la palabra DEPORTADO, pegada en una esquina está su foto. Después, en la aduana, veo a sus compañeros de aventura. De la aventura del retorno, de la expulsión, del fin de la carta lanzada al azar. Me pregunto cuanto habrán hecho para llegar hasta esa tierra que no conocían, a otro idioma, a otro clima. Las imágenes terribles de tantos documentales vienen a la cabeza, pero no es lo mismo mirarles a la cara, en esta, que quizás será la última etapa de su viaje.

Afuera, en el aeropuerto, hay cientos de personas esperando. Muchas de ellas vienen por su ser querido, miran fijamente y con mucha angustia, esperando verles las caras.

Entonces recordé otra escena que impresionó hace tiempo. Cuando vivía en la ciudad de Guatemala entre 2008 y 2009 subía frecuentemente por la avenida Hincapié, hacia la zona 10. Ahí pasaba frente a una oficina de TACA que siempre estaba llena de gente. Decenas de personas, desde temprano, hacían fila, o simplemente esperaban afuera de las oficinas. Al principio pensaba que se trataba de viajes internos o algo así, después supe que era la oficina de deportados. Claro, esas caras de angustia se repiten, porque el dolor de la partida debe ser mucho, el miedo a un camino incierto, peligroso y anónimo, debe ser inaguantable, pero la noticia de la derrota, la interrupción del sueño por el que tanto esfuerzo se hizo, no la puedo imaginar. 

Un repaso rápido por la prensa de los últimos años muestra una noticia recurrente: “aumentan las deportaciones de Guatemaltecos desde los Estados Unidos”. Entre enero y febrero de este año ha habido 6.000 deportaciones. En 2011 el total fue cercano a 31.000 personas. Estas cifras se elevarán significativamente al observar los totales de Centroamericanos que son regresados de Norteamérica con esa etiqueta en el pasaporte y en el corazón.

Pero este drama no tiene una sola dirección:

Todos los viernes llega a la frontera hondureña-nicaragüense del Guasaule un cargamento de migrantes “asegurados” y “devueltos” -como se complace en etiquetarlos la migración mexicana-, procedentes del centro de retención de Tapachula, cita un artículo de la revista Envio. Grupos de 30 personas vendrán, con la triste recurrencia del goteo, cada viernes sin falta, y al igual que los que llegan en los vuelos de Estados Unidos y Canadá, su historia se pierde en los vericuetos de la rutina y del olvido.

Costa Rica, por su parte, deportó más de mil personas en el 2011  y en el 2010 Panamá alcanzó una cifra parecida. En su gran mayoría nicaragüenses. 

En el 2009, la policía nicaragüense detuvo a 79 inmigrantes ilegales de Etiopía, Eritrea, Somalia y Nepal. Los senderos centroamericanos cada vez son más usados para otro tipo de tránsito de ilegales. 

Los flujos migratorios tienen las mismas razones, se comparten los sueños, aunque cambien los destinos. Un costarricense emigra a Estados Unidos por razones muy similares a las de un nicaragüense que emigra a Costa Rica.  Qué busca un apátrida de Eritrea en la Isla de San Andrés o en Bluefields, qué una mujer salvadoreña que atraviesa el corredor migratorio que conecta Honduras, El Salvador, Guatemala y México. El precio de estos sueños muchas veces se paga con la vida o con la derrota, y esta última se da en la más denigrante de la figuras: la deportación.

Este drama sigue creciendo, y con el sigue creciendo el silencio. Los temas migratorios son parte de una agenda política muy compleja, dominada por intereses políticos que en poco o en nada basan su debate en las necesidades de las personas. La geopolítica importa más, y el éxito o el fracaso de una persona se negocia en cuotas.

Quiero terminar esta reflexión citando el artículo del señor José Luis Rocha (ver enlace), por la lucida sabiduría de quienes la produjeron:



¿Cómo viven los niños y niñas su rechazo nacionalista? En una serie de talleres les pedimos que lo expresaran de forma gráfica. Dibujaron caminos que unen dos casas situadas en dos extremos: una gris y otra multicolor. A veces hay flores en los caminos. A veces las casas llevan rótulos. Una dice COSTA RICA y la otra NICARAGUA. Una es más grande, está en un plano superior y se encuentra habitada. Otra está vacía. Es una casa abandonada. Los entornos costarricenses son más urbanos: hay panaderías, buses e iglesias. Los entornos nicaragüenses son rurales: hay árboles, pozos, animales silvestres. Los que saben escribir estampan sus recuerdos: “Cuando estaba en Costa Rica era muy alegre. El agua salía helada”. En ningún dibujo aparece una frontera.


José Luis Rocha. ¿No tienen derechos los migrantes deportados? Revista Envio Digital. http://www.envio.org.ni/articulo/4058


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Luis Rolando Durán
América Latuanis




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