domingo, 22 de abril de 2012

El sur también existe...




El sur, sujeto de tanta literatura, de tanta expoliación y rebeldía… En la historia geográfica del mundo, cuando Gondwana rompió la frágil unidad de Pangea y se volvió sur, se comenzó a constituir lo que sería un transcurso vital, forjado por el viento de los huracanes, el caldo espeso de los volcanes y un vaivén telúrico que sigue acompañando la rotación diaria de nuestra gigantesca hamaca sideral. La gente del centro y del sur de América, renovó la vieja constitución jurásica, llenándola con los ritmos originales y los que llegaron, invitados o no; y entonces, el son, la cumbia, la marinera y los icaros del Amazonas se mezclaron para volverse raíz, minerales y nutrientes de una cultura variada y explosiva.

Así de complejo es el sur, que se representa, con una alucinante geometría fractal, en todos los sures y los nortes. 

Y en ese sur dentro del sur anduve en estos días, re-descubriendo, como dice mi amigo Erik Salas, la región más misteriosa de Costa Rica.

Una región de exuberancia y fragmentación, donde las cicatrices atroces de la Compañía Bananera siguen refrescando la memoria, esa que nos quieren hacer perder con tanta tenacidad. Volví a pasar por San Isidro de Pérez Zeledón, una bella ciudad, que huele a aceite y a gasolina, como prueba de su destino de lugar de paso, de estación de recarga en el tránsito nacional de la panamericana.

En Buenos Aires de Osa, en Ciudad Neily o Palmar Norte, se puede mirar el calor rezumando de la carretera, invadiendo irreductiblemente cada poro, inundando de sudor y de agobio las buenas y las malas intenciones. En la modorra del mediodía que cae como ladrillo, también se puede ver la modorra de un Estado que todavía no sabe, o no quiere priorizar, sin entender el valor del territorio que se abre con una belleza inapelable, al otro lado del Cerro de la Muerte.  Citando a José Martí, la tierra de los rebeldes y de los creadores.

Porque también en este sur se puede ver el brillo en la mirada de quien no acepta el subdesarrollo y el olvido. En los productores de café de San Vito de Coto Brus, en los pioneros de la palma aceitera en Laurel de Corredores o en la dulce mirada de doña Emilce Murillo, en Bahía Drake, quien lucha porque el turismo deje de ser la industria donde solo ganan los otros, y comience a pertenecerle a ellos, a los que llegaron hace mucho tiempo a humanizar ese paisaje que golpea de tanto verde, a darle una intensión, para los hijos que salen todos los días al mar o las hijas que hacen cantar la tierra y producir al ganado.



En la isla de Guarumal las familias que se dedican a sacarle pianguas al delta del Río Sierpe, deben poner sus hijas y sus hijos  a producir desde los ocho años. A meterse, sin opción en la paradójica generosidad del manglar, donde la salud se deteriora y los días se van gastando sin prisa. 

En este sur, la biodiversidad es un hecho agresivo, que te rompe la vista, como si quisiera enviarte un mensaje. En el atardecer en la rivera del río y sus tributarios, donde se difuminan los colores del sol y se chorrean como pintura por el espejo del agua; en el interminable color naranja que pinta el bosque de la península de Osa al  final del verano; en el agua turquesa y platino de la Isla del Caño, poblada de cardumen, tortugas y delfines; en el silicio que brilla en la playa de las islas de barrera, como diamante molido.


La región sur tiene los elementos para progresar, para multiplicarse y crearse a ella misma sobre los elementos de su entorno y de su gente, que hoy están en conflicto, pero que podrían resonar y convertirse en armonía. Pero la tenacidad no basta, es necesaria la decisión, o ese pescado resbaladizo que la gente llama voluntad política.

En este viaje, después de más de treinta años de andar por los caminos del sur grande y del sur chico, volví a comprender que estudiar y analizar para contribuir no es una opción, sino una obligación ineludible. Aprendí a pulir la mirada y masajear el corazón con la sorpresa, la desazón y la belleza.







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Una vez más, recomiendo escuchar este poema canción que nos regaló Benedetti y lo puso en voz de Joan Manuel Serrat.









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Luis Rolando Durán
América Latuanis







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