lunes, 12 de junio de 2006

Relatórios de viaje: Pernambuco






Fecha: 12 de Junio de 2006
Ruta: San José – São Paulo – Recife – Jaboatão dos Gurarapes


Recife se encuentra en el norte del litoral brasileño y encabeza el Estado de Pernambuco, una tierra de inmutable belleza, matizada de color, ritmo y contradicciones. Kilómetros de alambrado encierran las tierras buenas donde  la caña de azúcar, el pasto y el ganado crecen sin ninguna molestia. En este paisaje bucólico y amodorrado, nada parece interrumpir la acumulación de plusvalía, excepto cuando aparecen las covachas de los « sin tierra » en las orillas de carretera. 

La gente que no tiene con qué llega empujada a las tierras malas, ocupa las pendientes ribereñas, las planicies de inundación, los lechos secundarios y muchas veces los propios cauces de los ríos. En los largos episodios de “estiagem”, eufemismo para no llamarle sequía a la sequía, estos cauces están secos y dan la falsa sensación de espacio disponible.

Algún tiempo después, la lluvia, impuntual pero siempre segura, llena los cauces y baja arrastrando su furia de animal enjaulado, cargada de lodo, piedras y cuanta cosa se atraviese a su paso. El río recupera sus espacios recientes y se lleva casas, mesas, estufas, personas y las pocas esperanzas que por ahí quedaban.

En un país « continental » como le gusta decir a los brasileños cuando les ataca su complejo de unicidad, 500 o 1000 familias se pierden en la estadística. Los territorios extensos – que dan precisamente el área para sentirse continente – se quedan abandonados, en nombre de la descentralización y de una autonomía territorial que termina condenando, por constitución, a que los pobres se hagan más pobres y a que los ricos se sigan acomodando en el pequeño sur, conocido como la Europa Brasileña. 

Los servicios institucionales federales responsables de actuar sobre las causas sociales, económicas, ambientales e institucionales, por las cuales la población vive en riesgo y sufre desastres, apenas han llegado a cubrir un 20% de los municipios, para apoyar y fortalecer sus capacidades de resiliencia y prevención. El otro 80% es curiosamente el que más sufre, y el que no tiene nada, el que más los necesita, pero no puede ser asistido.

Cuando el agua es mucha inunda y arrasa y la gente se muere de sed. Cuando el agua es poca el clima seca, quema, desnutre y la gente también se muere de sed. En junio del 2006, a media hora de la ciudad de  Recife nos encontramos un gimnasio con 50 familias albergadas a causa de unas inundaciones. Llevaban más de un año en condiciones de franco hacinamiento. Su  pequeño espacio de residencia no medía más de 3 x 4 metros y las paredes eran cobijas y pedazos de plástico. Por los estrechos pasillos se miraba la desesperanza en los ojos inquisidores de los niños, en el rostro duro de padres y madres, cansados de promesas. Este albergue estaba a cargo del gobierno local – un tugurio oficial – y la gente vivía en condiciones que en países con condiciones socioeconómicas mucho más limitadas, como Honduras o Nicaragua, serían impensables. De hecho, seguramente en esos países tendrían una atención de mayor calidad. 



Esos “sin tierra” tienen un techo y eso pareciera bastar. Lo demás son promesas de una casa que nunca llega, promiscuidad irremediable y opciones tan lejanas como el esplendor de Río, la aséptica organización de Brasilia o el glamour paulista.

Pero bueno, estamos en junio del 2006 y está comenzando el mundial de fútbol. Brasil ganó uno a cero, Ronaldo caminó, Ronaldhino no brilló y el consenso de todos es que la canarinha debe mejorar para que todos se convenzan otra vez de que en Brasil se vive a la orilla del cielo.


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Luis Rolando Durán
América Latuanis

Recife, 2006










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