viernes, 3 de marzo de 2006

¡Qué maldito Humberto Eco!


  • Por traer de vuelta a Arthur Gordon Pym, a quien suponíamos detenido para siempre frente a la blancura de la nieve y la neblina, el día que Poe se cansó de escribir y nos cerró la página de golpe.
  • Por llevarnos por un corredor lleno de ventanas donde pudimos fisgonear a Fantomas y confirmar nuestras sospechas de su affaire eterno con Cleopatra Jones; a Flash Gordon, ganándole por fin y para siempre la batalla a Ming de Mongo, en las escaleras que subí todos los días para ir a mis clases de primaria; a Diana Palmer huyendo quizás a su destino fatal de amor por un fantasma - ¿por qué no a mi? – y refugiándose en la misma burocracia que nos acoge hoy, cuando por fin nos despertamos y se encendió la luz.
  • Por recordarnos que fue el mismo Fantomas quien llamó a Julio Cortázar para luchar contra los vampiros multinacionales.
  • Por invocar a Julio un segundo y meterse en la noche boca arriba, sin guerra florida, pero con nazis y fascistas. 
  • Porque Benedetti dijo “una mujer desnuda y en lo oscuro genera una luz propia y nos enciende˝ y el dice que una mujer desnuda es una mujer armada. Y entonces yo quiero capitular y dejar que ella me encienda.
  • Porque Lila se nos aparece ataviada de santa incólume, como Sierva María de Todos los Ángeles, cuando García Márquez la rescató para culto de todos nosotros.
  • Por la osadía de ponernos a Combray, a Solara y a Santiago de Puriscal en el mismo plano y entonces Marcel Proust, Umberto Eco y yo somos simples colegas, consumidos entre una niebla de advección, que no se disipa nunca porque la llevamos puesta; porque tendremos que subir la cuesta, o esperar a que llegue Swan con alguna hist(e)ria redentora y sobre todo porque siempre iremos en busca del tiempo perdido. O mejor, por lo sabrosamente melancólico que suena, a la recherche du temps perdu, como habrá dicho Proust, quizás frente a su Madeleine.


Luego de esta contrición inútil, porque la reina Loana no nos absuelve, nos quedó la oscuridad. Y en mi cuenta personal, nunca perdonaré a Umberto Eco, porque nos puso en evidencia. Porque ni su Lila ni la mía aparecerán jamás, su rostro se perderá detrás de una chaqueta amarilla, y su figura será siempre de huida, en esa vespa, con el centauro irrisorio, que nunca la amó.

Lo demás, es silencio.....

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 Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

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