viernes, 30 de junio de 2006

Relatórios de viaje: Montevideo, entre las brumas del río de la Plata



Fecha: 30 de junio de 2006
Ruta: Buenos Aires – Montevideo (Buquebus)


¡Que impresión más grande cuando se asoma Montevideo entre la bruma del río de la Plata! Pensé de inmediato en las Ramblas, en Ganapán y Buscavida los entrañables personaje de Eduardo Galeano en la Canción de Nosotros, y,  por supuesto sobre todo, en la sombra multiplicada de Laura Avellaneda, caminando por esas calles de soledad y nostalgia, declarando la tregua para todos los hombres capaces de vivir de amor mientras ella muere.

En la turbulencia perenne de la América del Sur, Uruguay pareciera querer pasar desapercibido. Bajo un halo de medianidad y equilibrio, de mar quieta. Se dan el lujo de tener a Onetti, a Galeano o a Benedetti, pero sus librerías no son ostentosas, no te tiran en la cara lo ignorante que sos, lo poco que has leído o todo lo que te falta para ser culto. Tienen muy buenos indicadores de salud, educación y calidad de vida, pero no parecieran vivir histéricos por las cifras, los porcentajes o las tendencias. Se percibe un cierto “caos tropical” que me hace sentirme en casa, cuando las disfuncionalidades se hacen evidentes lo miran con pasmo, con asombro ausente, como que no fuera de ahí. Pero las cosas así se quedan, se resuelven con una sonrisa y una palabra que parece conjurar todos los desaguisados: ¡bárbaro!

Montevideo, sin embargo, como todas las capitales de la América Latina, se caracteriza por tener una importante población en situación de pobreza. Esa gente que vive en la cota inferior de al estadística, y que muchas veces, “para reducir el error” se desaparece de la ecuación. Los cantegriles de Montevideo viven una situación de vulnerabilidad perenne. Un riesgo que se ha instalado en la vida de las personas y sus comunidades, desde la fundación misma. Llegaron con el riesgo al hombro, después, de pura casualidad, se han encontrado con un río, un deslizamiento, o una tierra huidiza que se les va por debajo de los pies.

En Uruguay no hay desastres. Eso dice todo el mundo. ¡Aquí como no pasa nada! Bueno, de no ser porque en el norte del Uruguay la sequía llegó, terca y perezosa, o porque el régimen de precipitaciones en otras partes del país se duplicó. Claro, tampoco hay desastres, porque las inundaciones que todos los años cobran vidas se dan en aquellas zonas de vulnerabilidad rampante pero invisible.

En el año 2005, un ciclón extratropical se apareció por el Uruguay. En instantes, el litoral del Río de la Plata se vio azotado por vientos de hasta 175 kilómetros por hora. La gente no recibió aviso, muchos dicen que los satélites se habían vuelto a mirar el Katrina y a Nueva Orléans. Otra vez, estos aparatos que deambulan como sonámbulos a 45.000 kilómetros de altura, aparecen como héroes y villanos de una historia en la que los protagonistas hacen mutis por el foro y los créditos finales se quedan vacíos. Uruguay enfrentó una situación que nunca habían tenido, ni en pesadillas, y otras vez, la realidad se presentó diciendo aquí estamos, y las cosas no andan bien. Después del agua y el viento, que dejó a tanta gente en la calle, los materiales que quedaron en el suelo se comenzaron a incendiar, y el verano también castigó, con los recuerdos del huracán. 

La cuenca del río de la Plata, es un escenario de gran belleza donde confluye la geografía y la historia de Argentina y Uruguay, y en general de este sur del mundo. En lo profundo del delta, Buenos Aires y Montevideo se miran y se reflejan. En el extremo, Punta del Este rasca el océano, con toda su modernidad y glamour. Río arriba, en el curso de agua que una vez fue pensado como la manera alternativa de penetrar en el Brasil de los conflictos coloniales, los conflictos continúan. La industria de la celulosa, en estos días que momentáneamente acapara el mundial de futbol: Argentina rechaza la instalación de fábricas contaminantes y Uruguay se impone, porque están de su lado de la cuenca. El MERCOSUR, con todo y sus ínfulas de región independiente, se tambalea con un “pequeñito” conflicto, cuya solución resbalosa se escapa de las manos. 
Cuenca del río de la Plata


Argentina reclama la contaminación posible, pero más arriba, el capital argentino siembra soja del lado uruguayo, ese oro vegetal que está asolando miles de hectáreas de suelo brasileño, paraguayo, boliviano y del Uruguay. Un cultivo que degrada, impermeabiliza y aumenta las inundaciones.

Uruguay es un país de  instituciones pequeñitas, altamente dependiente de su vecinos. La meteorología para el aeropuerto en Montevideo la hacen en Ezeiza los argentinos. La capacidad de gestión ambiental es reducida. 

Día a día avanzan la lluvia, la soya y la sequía. El riesgo crece mientras la población tan solo espera. 


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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

domingo, 18 de junio de 2006

Relatórios de viaje: El Gran Chaco Sudamericano




Fecha: 18 de Junio de 2006
Ruta: Brasilia – São Paulo – Santa Cruz de la Sierra - Camiri



18 de Junio de 2006
Ruta: Brasilia – São Paulo – Santa Cruz de la Sierra - Camiri

El Chaco Suramericano es la segunda reserva de biomasa del mundo, dicen algunos. Quien sabe. Lo cierto es que el Chaco impresiona a cualquiera que llega por ahí, no importa si entra por Argentina, Bolivia o Paraguay.

Yo tomé un vuelo en una pequeñita avioneta en Santa Cruz de la Sierra, para ir a Yacuiba y adentrarme en el Chaco Argentino. Sin embargo, cosa curiosa en una región con un espantoso déficit de agua, una tormenta no permitía aterrizar y al final debimos  bajar en Camiri, una pequeña ciudad petrolera del Chaco Boliviano, muy cerca de la Quebrada del Yuro, donde mataron a Ernesto. Por cierto que en esos días estaban diseñando un proyecto turístico llamado “La ruta del Ché” para que los jovencitos que miran la foto esa en su reloj Swatch o en la camiseta rebelde de la escuela, puedan ver de cerca la pileta donde lo exhibieron, con el cuerpo lleno de balas y el rostro lívido, como mirando a un futuro del que no nos quiso contar. 

El vuelo mañanero desde Santa Cruz impresiona y deja huella: la inmensidad de las zonas boscosas de un verde engañoso, con algunas copas, como pringues de pincel,  de un rosado o amarillo chillón. Cursilería estacional de la naturaleza.  El gran llano de la provincia Cordillera comienza a perderse pronto y la cordillera de los Andes se asoma, poco a poco, con una fachada rotunda de rocas agudas y filosas. La pequeña aeronave, totalmente sobrecargada por nuestros pesos particulares y las desubicadas maletas samsonite que tuvimos a bien cargar en su pequeña bodega, primero ronronea, luego tose y después gruñe, intentando ganar la altura mínima para pasar por encima del cerro y poder mirar al otro lado, donde comienza a mirarse el Chaco como en un espejo yermo y arenoso.

La aproximación a Camiri anuncia lo inusitado, las sorpresas que vendrán. Un ambiente basado en lo corriente, en la calma pintoresca de un desierto donde solo se mueve el polvo, los cadáveres de arbustos secos que dan tumbos, al ritmo de los vientos que vienen de la planicie. Una calma de fotografía mohosa, mostrando un tiempo estacionado por el calor y los reflejos de una luz cegadora. Pasamos la noche en la ciudad, en un hermoso hotel que parecía sacado de otra historia. La noche, en un bar al lado de la Plaza 12 de Julio, se llenó de vino y asado, con todas las partes posibles de una vaca,  y de lo alegría hecha ritmo de unas chacareras, que llegaban desde un bar vecino. 

Al día siguiente, en dos Land Rover puntuales y correctamente cargados iniciamos el viaje hacia Villamontes, en la mera cuenca del Tuntey, o río Pilcomayo, donde tendríamos una primera parada de trabajo para analizar proyectos de preparación para desastres en la región. En Villamontes aprendimos del Chaco, de su historia reciente y compleja, con gente que lo aprecia y lo conoce. Con ellos tomamos la ruta más adentro de la región, buscando otra vez la llegada a Yacuíba, que ya la lluvia nos había negado.

Samuhu, Toboroche, o árbol borracho
Bajo el calor y la arena, entre los matos, unos pájaros que parecen dinosaurios caminan delante de uno, como con pereza de salir volando, o te encontrás de pronto con una especie de carnero, que más parece el descendiente de un vicuño de los andes que se paseõ por estas tierras en sus tiempos mozos.

El bosque xerófilo, denso, espinoso, matizado por el Quebracho y el Samuhú, es una muestra de la realidad más apremiante del Chaco Seco: la escasez de agua. La floresta saca todos sus mecanismos para capturarla. Sólo un poco de la lluvia que cae a veces se infiltra en el suelo y, en revancha, los matorrales se llenan de espinas y hojas puntiagudas para capturar algo del agua que se evapora.

Por el bosque Xerofilo
En el lado boliviano, la presión por el petróleo, la ganadería extensiva y la siembra de soya, arrinconan al bosque, impermeabilizan los suelos y degradan al galope las frágiles condiciones sociales y ambientales. En el Chaco paraguayo buscan petróleo desesperadamente. Excavan y encuentran agua. En el Chaco Boliviano los campesinos buscan agua desesperadamente,  excavan y encuentran un petróleo que ninguno quiere, porque no los beneficia. En la cuenca baja del Río Pilcomayo, los argentinos hacen presas que impiden la circulación del surubí y los pescadores bolivianos se quedan sin peces. 

En esta región, una vaca necesita de 15 a 20 hectáreas para vivir y ser productiva. Los ganaderos tienen todas las opciones para conseguir la tierra que les haga falta. En el Chaco Paraguayo, un indígena cazador y recolector necesita una hectárea para medio sobrevivir, y no la tiene, o lo arrincona “el progreso” para que no la encuentre. 

El Pilcomayo, una frontera seca
Esmeralda es un pequeño poblado en la frontera boliviano – paraguaya. Al lado del río Pilcomayo, que sirve no solo de frontera, sino de fuente de comida y eje de vida y esperanza en esta región sedienta. Cuando lo miré, me dio la impresión de que aquel hilito de agua se había detenido y no lo empujaba ni la gravedad. De caudal majestuoso en otros tiempos, hoy, al mero inicio de la estación seca, se puede cruzar caminando. Algunas lanchitas tratan de sobrevivir, cruzando a una gente, que ya no tiene miedo a ahogarse, sino a mojarse los pies.

La realidad de la región es apabullante: Cruzando hacia Paraguay, por un brazo del río, casi nos ahogamos en polvo.


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Luis Rolando Durán
América Latuanis

Camiri, Bolivia. 2006
Fotos tomadas de la internet









lunes, 12 de junio de 2006

Relatórios de viaje: Pernambuco






Fecha: 12 de Junio de 2006
Ruta: San José – São Paulo – Recife – Jaboatão dos Gurarapes


Recife se encuentra en el norte del litoral brasileño y encabeza el Estado de Pernambuco, una tierra de inmutable belleza, matizada de color, ritmo y contradicciones. Kilómetros de alambrado encierran las tierras buenas donde  la caña de azúcar, el pasto y el ganado crecen sin ninguna molestia. En este paisaje bucólico y amodorrado, nada parece interrumpir la acumulación de plusvalía, excepto cuando aparecen las covachas de los « sin tierra » en las orillas de carretera. 

La gente que no tiene con qué llega empujada a las tierras malas, ocupa las pendientes ribereñas, las planicies de inundación, los lechos secundarios y muchas veces los propios cauces de los ríos. En los largos episodios de “estiagem”, eufemismo para no llamarle sequía a la sequía, estos cauces están secos y dan la falsa sensación de espacio disponible.

Algún tiempo después, la lluvia, impuntual pero siempre segura, llena los cauces y baja arrastrando su furia de animal enjaulado, cargada de lodo, piedras y cuanta cosa se atraviese a su paso. El río recupera sus espacios recientes y se lleva casas, mesas, estufas, personas y las pocas esperanzas que por ahí quedaban.

En un país « continental » como le gusta decir a los brasileños cuando les ataca su complejo de unicidad, 500 o 1000 familias se pierden en la estadística. Los territorios extensos – que dan precisamente el área para sentirse continente – se quedan abandonados, en nombre de la descentralización y de una autonomía territorial que termina condenando, por constitución, a que los pobres se hagan más pobres y a que los ricos se sigan acomodando en el pequeño sur, conocido como la Europa Brasileña. 

Los servicios institucionales federales responsables de actuar sobre las causas sociales, económicas, ambientales e institucionales, por las cuales la población vive en riesgo y sufre desastres, apenas han llegado a cubrir un 20% de los municipios, para apoyar y fortalecer sus capacidades de resiliencia y prevención. El otro 80% es curiosamente el que más sufre, y el que no tiene nada, el que más los necesita, pero no puede ser asistido.

Cuando el agua es mucha inunda y arrasa y la gente se muere de sed. Cuando el agua es poca el clima seca, quema, desnutre y la gente también se muere de sed. En junio del 2006, a media hora de la ciudad de  Recife nos encontramos un gimnasio con 50 familias albergadas a causa de unas inundaciones. Llevaban más de un año en condiciones de franco hacinamiento. Su  pequeño espacio de residencia no medía más de 3 x 4 metros y las paredes eran cobijas y pedazos de plástico. Por los estrechos pasillos se miraba la desesperanza en los ojos inquisidores de los niños, en el rostro duro de padres y madres, cansados de promesas. Este albergue estaba a cargo del gobierno local – un tugurio oficial – y la gente vivía en condiciones que en países con condiciones socioeconómicas mucho más limitadas, como Honduras o Nicaragua, serían impensables. De hecho, seguramente en esos países tendrían una atención de mayor calidad. 



Esos “sin tierra” tienen un techo y eso pareciera bastar. Lo demás son promesas de una casa que nunca llega, promiscuidad irremediable y opciones tan lejanas como el esplendor de Río, la aséptica organización de Brasilia o el glamour paulista.

Pero bueno, estamos en junio del 2006 y está comenzando el mundial de fútbol. Brasil ganó uno a cero, Ronaldo caminó, Ronaldhino no brilló y el consenso de todos es que la canarinha debe mejorar para que todos se convenzan otra vez de que en Brasil se vive a la orilla del cielo.


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Luis Rolando Durán
América Latuanis

Recife, 2006