miércoles, 13 de abril de 2022

A la puerta del laberinto, o dentro de él, ese recurso es poco útil

Entramos en un laberinto con la respiración agitada, a veces con ganas de seguir, con curiosidad o con el instinto de supervivencia encendido.


Quiúbole, ¿qué tal el cierre de marzo? el año tiene ganas de irse muy rápido.

Hoy quiero hablar de laberintos. De esos lugares que se encuentran perdidos entre la realidad, la oscuridad de la memoria y los rincones de la comprensión inconclusa.

Creo que todo el mundo ha enfrentado alguna vez el momento en que las narraciones sobre aparecidos fantasmas, escenas místicas y de otro tipo en los que la razón y el conocimiento preexistente ya no alcanzan. Entramos en un laberinto con la respiración agitada, a veces con ganas de seguir, con curiosidad o con el instinto de supervivencia encendido.

Curiosamente, aunque invoquemos el conocimiento racional, a la puerta del laberinto, o dentro de él, ese recurso es poco útil. Se gasta y no alcanza para rescatarnos del miedo. 

En la niñez del campo, los fantasmas eran un recurso fabuloso para hacernos estar en la casa cuando comenzaba a caer la noche. Mirábamos por la ventana, sobre todo en días de luna, rebeldes ante la prohibición de salir cuando aún quedaba día. No entendíamos y el potrero invitador clamaba por goles, rondas, guayabitas del perú dime cuantos años tienes tú. Entonces, la mano peluda, el padre sin cabeza y una legión completa de asistentes materno/parentales acudía para obligarnos a no salir, con los pelos de punta, esperando en cualquier momento el agarre frío, o la presencia glacial subida en un caballo...

(seguir leyendo en "Desde la ventana")


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Luis Rolando Durán Vargas 
América Latuanis

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