lunes, 10 de octubre de 2016

¿Solidaridad con Haití?





Los problemas de Haití no se entienden ni se resuelven con un “meme” o con una foto llena de cifras especuladoras que muestran un país postrado. Tampoco porque alguien cuestione a quienes fueron solidarios con Paris, Orlando o Bruselas. La solidaridad no es algo que se juega a las cartas o al quien de más. Poco contribuye criticar a quien es solidario con algo, cuando el problema está en quienes no son solidarios con nada.

Haití es un país que sufre una vulnerabilidad extrema, basada en causas estructurales cuya explicación se debe buscar en la historia de un pueblo explotado por unos y por otros, con una degradación ambiental quizás sin comparación en el mundo, con unos niveles de pobreza e inaccesibilidad que llevan a su población a una lucha diaria por la subsistencia y con un gobierno que aún no asume en su totalidad la conducción política, social y económica del Estado.

Ahí el largo plazo o el desarrollo son poco más que palabras bonitas o bien aspiraciones reales que se deben comprender en la escala y el contexto de quienes lo viven, no de quienes llegamos de afuera con nuestras motivaciones algunas veces ingenuas y otras veces arrogantes y desinformadas.

Las catástrofes, grandes o pequeñas, forman parte de la vida cotidiana del pueblo haitiano. La gran mayoría no salen a la prensa, porque no son cifras gigantescas que llenarán de “hits” las publicaciones, o que serán "reposteadas" por miles o millones de personas, apelando a una solidaridad generalmente teórica, basada en la comodidad del sillón y el efecto efímero de la internet.

Estaba en el norte de Haití cuando llegaron las primeras noticias de lo que entonces ya se pensaba que podría llegar a ser el peor huracán de la temporada. Precisamente me encontraba trabajando en el Centro de Operaciones de Emergencia del Departamento del Norte, en Cap Haitien. Pude atestiguar un seguimiento cercano del fenómeno por parte de las autoridades haitianas, sus representantes en el territorio y sus socios y aliados internacionales. El desarrollo del fenómeno y su potencial de impacto estuvo lejos de la imagen que muchos transmiten, de falta de información o de indecisión. El sistema nacional se articuló y comenzó a funcionar a tiempo, analizando y pasando información, activando protocolos y tratando de generar una respuesta, en el contexto de capacidades con las que dispone el país.

El Centro de Operaciones de Emergencia Nacional se movilizó y las alertas fueron enviadas por los diferentes medios que se cuenta y que han sido organizados , preparados y probados con anterioridad: Comunicación directa con los comités departamentales, municipales y locales; envío de mensajería sms, con amplia cobertura en todo el país, twiter, Facebook, avisos por los medios de comunicación y en muchos casos puerta a puerta. Procesos de evacuación y atención a la población, probados año a año en simulacros , simulaciones y frecuentes eventos reales, fueron puestos en marcha.


Las evacuaciones comenzaron a realizarse mucho antes del impacto del huracán, con lo cual miles de vidas fueron salvadas. (Claro, a pocos le interesa publicar las vidas que se salvaron y los bienes que se protegieron, porque las buenas noticias no venden).


Mensaje enviado el 2 de octubre, por las redes sociales y los sistemas celulares (estos últimos de amplia cobertura y utilización en el país, a todos los niveles de población):
(En las calles, en las iglesias, en la radio, en la televisión, por teléfono ... todos nosotros para hacer que pase el mensaje...)



El cuatro de octubre el huracán tocó tierra haitiana, con una capacidad de devastación que pondría en serios aprietos a cualquier gobierno y a cualquier estructura de respuesta. Son muchas las pérdidas de vidas humanas y los daños a una población y un país que viven con poco y pierden mucho. Los vientos fuertes del huracán destruyeron edificaciones y casas de todo tipo. La destrucción en las ciudades de los departamentos de Nippes, Grande Anse y Sud es sumamente elevada.









Una catástrofe, de nuevo. De nuevo Haití.

La atención internacional está de nuevo puesta en este país. Una gran parte de la prensa informa permanentemente balances del impacto. Sin ninguna fuente acreditable, llenan los espacios televisivos y  virtuales.

También hay una gran movilización internacional de apoyo. En buena medida una movilización responsable por parte de las agencias especializadas. Sin embargo, también mucha de esta movilización, mucha de esta información, no se basa en la situación real del país. Un evento de este tipo requiere tiempo para la evaluación real y certera de los daños. No se puede hacer a vuelo de pájaro, o basado en entrevistas puntuales sobre la percepción o la opinión de personas o autoridades. Las prioridades mayores en los primeros días son la atención médica, la atención humanitaria y el manejo de los incidentes que continúan dándose, porque las aguas no bajan solo porque el huracán se fue. Las instituciones haitianas, apoyadas por la cooperación internacional especializada, hacen su mayor esfuerzo para aportar información objetiva y creíble, pero no todo el mundo tiene la paciencia necesaria, o el respeto que se le debe a las instituciones y a las personas que llevan años lidiando con el problema del riesgo y los desastres en el día a día.

La mayoría de cifras que se ven en la prensa o en las redes sociales están basadas en un único criterio: la mayor posible, porque la cifra mayor es la esperada, la que más suena, la que más será vista. También las que hablan de incapacidad en la respuesta, o de abandono. Es preciso entender que las condiciones que se miran en las imágenes y los videos son las que estaban antes del huracán. El evento las exacerba a niveles máximos, pero no las crea, no las inventa. Si hay desatención, si hay pobreza, si hay deforestación y subempleo, no fue porque empezó en octubre de 2016. Entonces, si nos preocupa Haití, y queremos ser solidarios, no podemos serlo únicamente cuando un evento máximo se dispara.

Cuando pase la fase de respuesta humanitaria, volverán las grandes preguntas. Los porqués. Será el momento de demostrar una real capacidad de comprensión de las particularidades del país y sus necesidades. Haití no necesita un flujo masivo de misiones que se atropellan en el aeropuerto; de dedos señalando enjuiciadores lo que se debió haber hecho; o de fondos amarrados a condiciones que el país nunca podrá llenar. De nada sirve el ofrecimiento irresponsable de millones de euros o dólares o yuans, que se quedarán en el limbo de las promesas que solo sirven después para desacreditar a quienes tendrían que implementar cosas inviables.

Personal voluntario en las calles, puerta a puerta, avisando (2 de octubre)

Lo que Haití más necesita es un apoyo basado en sus condiciones reales, en su proceso histórico. La descentralización no se hará por arte de magia, solo porque queremos transferirle fondos a los gobiernos territoriales; las instituciones no serán fuertes sin presupuestos, sin salarios que permitan retener a las personas con capacidades técnicas adecuadas. Las intervenciones necesarias no siempre serán sostenibles, porque la sostenibilidad es una condición compleja que sobrepasa las demandas de un donante. Las condiciones de gobernabilidad tienen que estudiarse y entenderse, y por más frustrante que pueda ser el escenario, es el que es, y quienes cooperan deben adaptarse a él, para ayudar a cambiarlo con más creatividad que grandes palabras.

Lo que Haití necesita son sistemas de alerta temprana que se basen en las capacidades comunitarias y en las posibilidades reales de la estructura institucional para absorber y mantener las soluciones. De nada sirven sistemas tecnológicos, diseñados para contextos completamente diferentes, pero que en países como Haití, y muchos otros de América Latina, son insostenibles en medio de grandes disparidades territoriales, donde precisamente las zonas más vulnerables son las que menos capacidad de absorción tienen.

El eufemismo de “la última milla” con el que se nombra la incapacidad de llevar las soluciones a las comunidades expuestas, es como un acto de contrición ex-ante. Supuestamente, después de analizar el riesgo, vigilar y avaluar los fenómenos naturales y hacer modificaciones institucionales, algún día, la mágica premonición de los satélites llegaría a las personas que viven en el litoral o al borde de los ríos que se desbordan. Ningún satélite o radar puede sustituir a la organización comunitaria, al trabajo respetuoso y sereno que se requiere para reforzar las capacidades locales, para garantizar una base autónoma de respuesta y acción. No es un asunto de dinero que llega o no llega, no es la marca o el tipo de tecnología. Es el enfoque. Es el compromiso real con las personas.

En Haití, con todo lo difícil de un contexto extremo de carestía, hay ejemplos de sostenibilidad, de trabajo local, de resiliencia, de proyectos comunitarios exitosos, de organización que funciona en la dimensión haitiana, no en el estándar externo que todo lo quiere homogenizar, para que sea más fácil de monitorear y reportar.

Es el tiempo de apoyar a un país devastado pero no vencido. La población haitiana es probablemente la más resiliente que hay en nuestro continente. Sabe salir de las crisis que les golpean constantemente, sin mucha atención a las reglas ni a lo establecido, sin preocuparse demasiado por los juicios y las calificaciones externas, pero siempre sonriendo, consientes de que al final, son ellos quienes se quedan.

La grandilocuencia es innecesaria, irrelevante. Las fotos en Facebook no llevan comida a un albergue, ni alivian el dolor de una madre o de un anciano. Las comparaciones sin rigor no fortalecen a nadie. Si queremos ser solidarios con Haití, tenemos que hacerlo con respeto. Valorando a su gente, a sus instituciones, a los socios que trabajan codo a codo con su población y sus organizaciones.

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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

Fotos e información:
Pwoteksyon Sivil Se Nou Tout





4 de octubre. Aviso de Electricidad de Haití sobre la apertura preventiva de represas

Personal voluntario de la Protección Civil, usando todos los medios disponibles






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Lire en français


Solidarité avec Haïti ?


Les problèmes d’Haïti ne peuvent être compris ni résolus avec un  « mème » ni avec une photo pleine de chiffres hypothétiques qui dépeignent un pays à genou. Ils ne le sont pas davantage lorsqu’on remet en question ceux qui ont été solidaires avec Paris, Orlando ou Bruxelles. La solidarité n’est pas le fruit du hasard ou l’apanage de  ceux qui donnent le plus. Rien ne sert de critiquer ceux qui sont solidaires avec quelque chose, alors que le problème vient de ceux qui ne sont solidaires de rien.
Haïti est un pays qui souffre d’une vulnérabilité extrême, due à des raisons structurelles dont on doit chercher la cause dans l’histoire d’un peuple exploité par les uns et les autres, un pays qui connaît une dégradation environnementale sans doute unique au monde et des niveaux de pauvreté et d'inaccessibilité qui imposent à sa population une lutte quotidienne pour la survie, et où le gouvernement n’assume pas encore complètement la gestion politique, sociale et économique de l'État.

Ici, les concepts de « long terme » ou de « développement » ne sont guère plus que de jolis mots ou encore des aspirations réelles, mais qui doivent être comprises dans le contexte de ceux qui le vivent, non pas de nous qui arrivons de l’extérieur avec nos motivations parfois ingénues et parfois arrogantes et mal informées. 

Les catastrophes, grandes ou petites, font partie de la vie quotidienne du peuple haïtien. La grande majorité d’entre elles ne font pas les manchettes, parce que ce ne sont pas des chiffres gigantesques qui vont générer une multitude de clics pour les publications, ou qui seront republiées par des milliers ou des millions de personnes, faisant appel à une solidarité généralement théorique, qui repose sur le confort du fauteuil et l'effet éphémère d'Internet. 

J’étais dans le nord d’Haïti quand nous avons reçu les premières nouvelles de ce que l’on croyait déjà pourrait être le pire ouragan de la saison. Je travaillais précisément au Centre d'Opérations d'Urgence du Département du Nord, à Cap Haïtien. J’ai pu être témoin du fait que les autorités haïtiennes, ses représentants sur le territoire et ses partenaires et alliés internationaux ont surveillé le phénomène de près. Le développement du phénomène et de son potentiel d'impact a été bien différent de l'image que plusieurs en véhiculent, à savoir qu’il y aurait eu un manque d'information ou de décision. Le système national s’est articulé et a commencé à fonctionner à temps, analysant et transmettant l’information, activant des protocoles et essayant de générer une intervention, dans la mesure des capacités dont dispose le pays.




Le Centre d'Opérations d'Urgence Nationale a été mobilisé et les alertes ont été envoyées par les différents moyens en place qui avaient étés organisés, préparés et testés auparavant : communication directe avec les comités départementaux, municipaux et locaux, envois dans l’ensemble du pays par messagerie SMS, Twitter et Facebook, avis dans les médias et, à bien des endroits, livrés de porte à porte. Des  procédures d'évacuation et de assistance auprès de la population - testés année après année dans le cadre d’exercices d’alerte, de simulations et souvent d’évènements réels - ont été mises en place.

On a entrepris les évacuations bien avant que l'ouragan ne frappe, épargnant ainsi des milliers de vies. (Bien sûr, peu s’intéressent aux vies qui ont été sauvées et aux biens qui ont été protégés, parce que les bonnes nouvelles ne font pas les gros tirages.)

Ci-dessous, un message envoyé le 2 octobre, par les réseaux sociaux et les systèmes cellulaires (ces derniers bénéficiant d'une ample couverture et d’une utilisation à tous les échelons de la population et dans l’ensemble du pays)
(Dans les rues, dans les églises, à la radio, à la télévision, au téléphone ... à nous tous de faire passer le message ...)

Le 4 octobre, l'ouragan a touché terre à Haïti, avec un potentiel de destruction qui aurait mis à rude épreuve n’importe quel gouvernement et n’importe quelle structure d’intervention. La perte en vies humaines et les dommages sont grands pour une population et un pays qui vivent avec peu et perdent beaucoup. Les vents forts de l'ouragan ont détruit des constructions et des maisons de tout genre. La destruction dans les villes des départements de Nippes, de Grande Anse et du Sud est extrêmement élevée.

Une catastrophe, de nouveau. De nouveau Haïti.

L'attention internationale est une fois de plus tournée sur ce pays. La presse publie constamment et des bilans de l'impact. Bien que souvent ils ne proviennent pas de sources fiables, ils remplissent les espaces télévisuels et virtuels.

Il y a aussi une importante mobilisation internationale de soutien. En grande partie une mobilisation responsable et adéquate par les institutions spécialisées. Cependant, une partie importante de cette mobilisation et de cette information, n'est pas fondée sur la situation réelle du pays. Une évaluation réelle et exacte des dommages causés par un évènement de ce genre requiert du temps. Elle ne peut être faite à vol d’oiseau ou basée sur des entrevues ponctuelles qui portent sur la perception ou l'opinion d’individus ou d'autorités. Les plus grandes priorités dans les premiers jours sont l'attention médicale, l'attention humanitaire et la gestion des incidents qui continuent de survenir, dû au fait que les eaux ne se retirent pas une fois l’ouragan passé. Les institutions haïtiennes, appuyées par la coopération internationale spécialisée, font de leur mieux pour fournir de l’information objective et crédible, mais certaines personnes et organisations n’ont ni la patience, ni le respect nécessaire à l’endroit des institutions et des individus qui, depuis des années, font face quotidiennement au problème du risque et des désastres.

La majorité des chiffres qui sont publiés dans la presse ou dans les réseaux sociaux sont basés sur un seul critère : qu’ils soient les plus élevés possibles, parce qu’on s’attend à des chiffres importants, parce que ce sont ceux qui résonnent le plus, ceux qui seront les plus visibles. Ce sont aussi ceux qui laissent entrevoir une incapacité dans l’intervention, voire même un abandon. Il est nécessaire de comprendre que les conditions que l’on nous montre dans les images et les vidéos existaient avant l'ouragan. La conjoncture de l’impact les exacerbe à des niveaux extrêmes, mais elles ne les crée pas, ne les invente pas. S'il y a de la négligence, de la pauvreté, de la déforestation et du sous-emploi, ces phénomènes ne sont pas apparus en octobre 2016. Alors, si Haïti nous inquiète et que nous voulons être solidaires, nous ne pouvons pas l’être uniquement lorsque se produit un événement extrême.
Quand la phase d’intervention humanitaire sera terminée, les grandes questions reviendront. Les pourquoi. Ce sera le moment de démontrer une capacité réelle de compréhension des particularités et des nécessités du pays. Haïti n'a pas besoin d'un afflux de missions qui se bousculent à l'aéroport, ni de fonds rattachés à des conditions que le pays ne pourra jamais remplir. L'offre irresponsable de millions d'euros, de dollars, de yuans ou de pesos ne sert à rien si elle reste dans l’univers des promesses qui ne serviront qu’à discréditer ceux qui auraient été censés mettre en œuvre des choses non viables.
Faire passer l'alerte: porte à porte


Ce dont Haïti a le plus besoin, c'est d’un appui fondé sur ses conditions réelles, sur son processus historique. La décentralisation ne se fera pas par magie, ou par la simple volonté de transférer des fonds aux gouvernements territoriaux;  les institutions ne seront plus fortes sans budgets; sans salaires pour retenir les personnes possédant des compétences techniques appropriées. Les interventions nécessaires ne seront pas toujours durables, parce que la durabilité est une condition complexe qui dépasse les demandes circonstancielles d'un donateur. Les conditions reliées à la gouvernance doivent s’apprendre et se comprendre, et bien que le scénario puisse être frustrant, il est ce quil est, et c’est à ceux qui souhaitent coopérer de s’y adapter pour aider à le changer de manière créative, plutôt qu’avec de grands mots.

Ce dont Haïti a besoin, ce sont des systèmes d'alerte précoce basés sur les capacités communautaires et sur les capacités réelles des structures institutionnelles d’intégrer et de maintenir les solutions. Les systèmes technologiques créés pour des contextes complètement différents ne sont pas utiles dans des pays comme Haïti et plusieurs autres d'Amérique latine, puisqu’ils ne sont pas viables dans des contextes de grande disparité territoriale, où les zones les plus vulnérables sont précisément celles qui ont le moins de capacité d'absorption.

L'euphémisme de la « last mile » que l’on utilise pour décrire l'incapacité de porter les solutions aux communautés exposées, est comme un acte de contrition prématuré. Cela suppose qu’après avoir analysé le risque, surveillé et évalué les phénomènes naturels et fait des modifications institutionnelles, un jour, la prémonition magique des satellites se rendrait aux personnes qui vivent sur le littoral ou en bordure de rivières qui débordent. Aucun satellite ni radar ne peut remplacer l'organisation communautaire, le travail respectueux et serein qui est requis pour renforcer les capacités locales, pour garantir une base autonome d’intervention et d'action. Il n'est pas ici question d'argent qui arrive ou qui n'arrive pas, pas plus que de la marque ou du type de technologie.

C'est l’approche. C'est l'engagement réel auprès des personnes.

A Haïti, avec toutes les difficultés que comporte un contexte de pénurie extrême, il y a des exemples de durabilité, de travail local et d'organisations qui fonctionnent pour la réalité haïtienne, et non pas selon des standards externes qui veulent tout homogénéiser, pour que ce soit plus facile à surveiller et à rapporter.

Il est temps d'appuyer un pays dévasté mais non vaincu. La population haïtienne est probablement la plus résiliente qui soit sur notre continent. Elle sait se relever des crises qui la frappent constamment, sans faire très attention aux règles ni à l'ordre établi, sans trop se préoccuper des jugements et des appréciations externes, mais toujours en souriant, consciente qu’en bout de ligne, c’est elle qui y restera.


La grandiloquence est superflue, insignifiante. Les photos sur Facebook ne fournissent pas de nourriture à un refuge, elles n’allègent pas la douleur d'une mère ou d'un vieillard. Les comparaisons sans rigueur ne renforcent personne. Si nous voulons être solidaires avec Haïti, nous devons le faire avec respect. Il nous faut valoriser ses citoyens, ses institutions et les partenaires qui travaillent main dans la main avec sa population et ses organisations.

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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis


Merci a Gabrielle Brunet Poirier et Marie-Élisabeth Brunet pour son appui avec la traduction
Gracias a Gabrielle Brunet Poirier et Marie-Élisabeth Brunet por su apoyo en la traducción.











domingo, 22 de mayo de 2016

Poniéndole acción a las palabras: resiliencia comunitaria en República Dominicana



Nosotras hemos aprendido el valor de construir mejor, para proteger la vida de las personas y de la comunidad. – dijo Segunda Lorenzo, maestra constructora
San Cristóbal, en la costa caribe de la República Dominicana. 
Marzo de 2016


El terremoto de Haití en el 2010, no solo tuvo el triste resultado de cientos de miles de vidas perdidas, sino que también trajo consigo una gran sacudida a la tranquilidad de políticos, instituciones y público en general. El mensaje era uno de esos que nadie quiere, porque era el recordatorio de cuán vulnerables somos, de cómo hemos descuidado la prevención y la relación con una naturaleza en movimiento permanente.

Entonces muchos corrieron. Se hicieron planes, leyes, proyectos, y en muchos casos las cosas se quedaron ahí, en el papel, que nada reniega.

Sin embargo no todo fue así.


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República Dominicana es la nación que comparte la isla de la Hispaniola con Haití y, además del hermoso y rico espacio geográfico, de arenas blancas y montañas azules, comparten también su exposición a los desastres.

Ambos países están en el sendero permanente de los ciclones y enfrentan una sismicidad que se mueve de vez en cuando pero que puede dañar mucho, como lo demostró el terremoto del 2010. Este terremoto despertó la atención en la población dominicana, así como los temores viejos, esos que se guardan en un rincón heredado de la memoria. Los sacó del baúl de los descartes y los puso en el frente de las preocupaciones por un tiempo

Voluntarias en la comunidad de El Rosario. Visita a un proyecto de l
a Cruz Roja Dominicana/ Española
Como parte de una misión de trabajo sobre proyectos de “resiliencia”, esa palabra casi impronunciable que llegó para quedarse en las políticas y programas internacionales de financiamiento, he estado viajando en algunas comunidades del centro sur del país. Comunidades costeras muy acostumbradas a una historia recurrente de lluvias y vientos fuertes,  ríos que se desbordan e inundan hasta los recuerdos.

En esta región, organizaciones locales, agencias internacionales y ONG, han implementado varios proyectos que buscan reforzar las capacidades comunitarias para reducir su vulnerabilidad, poniéndole acción a las palabras.

Es visible un gran entusiasmo comunitario, sobre todo en la fuerza del voluntariado, ese motor verdadero de la voluntad y las ganas de hacer que se nutre de la pertenencia y de la identidad y que seguramente ya se encontraba activo antes de que alguien llegara con un logo o una idea de proyecto. Precisamente, antes de la llegada de los proyectos de cooperación ya existía una energía esencial de cambio, de ese que no está basado en la coyuntura, sino en el saber y quere hacer. Muchos de estos  cambios pequeños suelen pasar desapercibidos porque no se les puede poner una cifra y ningún actor se los puede atribuir.


¡Cuanto podría mejorar la cooperación internacional si olvidara la presión de los gráficos y se perdonara a sí misma la ausencia de visibilidad! ¡Si se permitiera aplaudir los resultados comunes, del día a día, en lugar de seguir tratando de fraccionar el éxito y renunciar a los errores!

En estas comunidades de las provincias de Azua y San Cristobal, en la nostálgica Quisqueya, tuve el privilegio de atestiguar mucho de ese valor de lo cotidiano: mirar un líder comunitario de la Defensa Civil, con agua en los ojos, mientras cuenta como su comunidad entiende un poco mejor su entorno, como el tiempo y el esfuerzo “muelen despacio, pero muelen fino”. La voluntad era la misma, dice, pero el valor de lo aprendido orienta, da criterios, apropia y legitima. ¿Cuanto pesa una opinión emocionada? ¿Cómo permea la aséptica objetividad de los indicadores?
Curso sobre sismorresistencia PNUD-UASD 
Profesionales de la ingeniería y la arquitectura de la provincia se capacitan los fines de semana. El objetivo es mejorar el ejercicio de su profesión con elementos de sismo-resistencia o resiliencia estructural. Un acervo necesario, que puede modificar la forma de cómo se construye en su zona y en el país en general.  Los países que han logrado llevar este tipo de práctica a la realidad – como Chile y Costa Rica - han visto sus frutos positivos en el impacto de los terremotos.

El profesor del curso no puede ocultar la alegría de compartir solidariamente su especialidad. Según nos dice, le gusta compartir con profesionales, ver como cambia su forma de hacer, de calcular, de blindar y robustecer. Una ingeniera también nos manifiesta como hoy tiene mejores criterios para supervisar obras, para contribuir con una comunidad más segura.
Grupo de maestros y maestras constructoras, punta de lanza de una transformación necesaria y posible.
Proyecto OXFAM-PLAN Internacional

En un rincón caluroso hasta la redundancia, encontramos un grupo de maestros constructores (maestros de obra). Han seguido un curso para mejorar sus artes. Nos hablan con precisión y orgullo. Especialistas de la matemática práctica, artistas de la geometría. Son quienes construyen la estructura fundamental de su comunidad: viviendas, hogares, núcleos donde se forma la familia, donde se aprende a vivir, donde más se sufre la vulnerabilidad que trae su circunstancia económica y social. Con humildad y entereza expresan su conocimiento, la mezcla de un acervo que les llegó por medio de su historia y de su instrucción, nutrido ahora por una ciencia que al fin se preocupó por ellos. Nos hablan del 3 x 5 o del 1 a 4. De la técnica para crear el concreto, del material engañoso que no aglutina, entre otras técnicas y opciones disponibles desde antes, pero ahora mejoradas.

- Ya no le pongo cascajo, porque el concreto sufre - Nos dijo  Jhonny William Martinez Feliz, convencido y emocionado, como se estuviera hablando de un pariente querido.

Dos jóvenes haitianos se levantan y expresan en su español dominicano, matizado por los giros remanentes del creole y del francés, como la formación les ha cambiado su forma de ejercer el arte que les enseñaron por tradición, allá, en el "Ayiti" tan cercano. Antes solo mezclaban, ahora saben de proporciones que protegen la vida de las personas para quienes trabajan, la obra que con dedicación y orgullo han levantado.

Segunda Lorenzo también se levanta y nos habla del aporte comunitario. Con la fuerza de ser mujer en un “negocio de hombres”. Todo el mundo se emociona y aplaude, comparten su visión, su interés, su compromiso.

Así son… agentes del cambio, quienes le ponen acción a las palabras.



Curso sobre protección humanitaria. Andrea Verdeja, de Oxfam



Carlos Arenas de Oxfam y Zaira Pujols, de Plan Internacional. Articulando redes



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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis



domingo, 10 de abril de 2016

Buscando el agua



Una niña angolana saca agua de un pozo, en condiciones de alta exposición a la contaminación.







































Múcua, el fruto del baobab (Imbondeiro)
La niña, de dos o tres años, venía caminando, despacio, con sus ojos como luciérnagas alborotadas. Miraba todas las cosas del mercado, los limones amarillos y verdes, el pescado seco, la carne de jabalí y de gacela, llenas de moscas, la múcua - frutos del baobab - dispersando su blancura por el caos colorido de frutas y barro. 

Ella tenía un vestido roto, como todos los niños y niñas que tenían la suerte de llevar algún tela sobre el cuerpo, en este mercado rebosante de pobreza y escasez extrema. Pero ella tenía zapatos. Un par de zapatitos negros, llenos de barro, con un lacito tierno y quizás contradictorio con el entorno. Le quedaban un poco grandes y su pies resbalaban, pero caminaba con determinación. Buscaba ansiosamente a su madre, su lugar seguro, su protección.


Mercado al lado de la carretera



Casi ninguno de los niños estaba calzado y muchas de sus madres tampoco. Las caritas de los niños estaban llenas de restos de comida, de mocos y de mucha curiosidad. Aquí, en esta región del África Austral, esta es una escena común. Gente luchando todos los días, para sobrevivir. Para llevar comida a la boca de sus hijos, para escaparse de los mosquitos que traen la fiebre amarilla y el paludismo, para protegerlos de la disentería y otras enfermedades diarreicas agudas, que causan muchas muertes todos los años. Para llevar salud, comida y agua, necesarias para la vida de la familia. 



Agua. Esa que inunda y anega los barrios, porque el suelo degradado se ha vuelto impermeable y ella se estanca en las planicies o escurre a altas velocidades, entre casas medio construidas adentro de los drenajes hídricos y de los lechos temporalmente secos de los ríos. Esa agua que después escasea, y no alcanza para apagar la sed, para asear a las personas y sus cosas. En muchos casos solo está disponible en pozos contaminados, casi abiertos al aire libre, donde puede caer y ahogarse un niño, donde la contaminación solo necesita un poco de lluvia para entrar, por los agujeros improvisados o por los caminos invisibles del subsuelo. Otras veces está lejos, cada vez más lejos, porque hay que cavar más profundo para encontrarla o porque hay que caminar mucho más. 

Caminar, luchar, sudar y horadar el suelo… en busca del agua.
  
Buscando el agua. Barrio Boa Vista Nova. Benguela


A lo largo de mis viajes en varios países del mundo, siempre me encuentro con esta lucha por el agua. Aún en Costa Rica, un país con una altísima pluviosidad y una estructura pública de agua potable, crecí moviéndome entre nacientes y reservorios. Las casas de los abuelos no tenían agua en cañería y había que irla a buscar. En mi casa de infancia faltaba muy seguido (y sigue faltando), y algunos veranos traían peregrinaciones a la naciente generosa del cafetal de Kenor, donde los niños llegábamos con nuestro balde, olla o galón, y aprovechamos para mojarnos y combatir el calor implacable.


Timor Oriental - trabajando en el lecho de un río,
absolutamente seco
Ese recuerdo bucólico contrasta con la realidad de hoy, en casi todo el mundo. El agua se vende como si fuera oro y las contradicciones están a la luz del día: al lado de los campos de golf, de un verde permanente y prístino - tragadores insaciables de agua - hay poblaciones sedientas, desesperadas por encontrar el líquido que el vecino tan fácilmente desperdicia.

Mi amigo Nuno de Castro me contaba como le impactó estar en un hotel en Mozambique, con una gran piscina, mientras al otro lado de la cerca divisoria una larga fila de mujeres avanzaba con recipientes sobre sus cabezas. Caminaban varios kilómetros para recoger migajas de agua, mientras al otro lado de esa cerca que siempre separa al mundo, reposaba para refrescar a unos cuantos.

Hace unos años estaba trabajando en Djibouti, una ciudad desértica en África del Norte - en el extremo oriental del Sahara, o bien el desierto costero de Eritrea, en el mar Rojo. En las habitaciones del hotel el agua salía salada y caliente. En las mañanas no había, porque todos los días había que esperar el camión cisterna que llenaba los tanques para bañarse y lavarse los dientes con aquello que más parecía agua de mar. Este país tiene una alta
Djibouti. estructuras temporales de la población nómada.
¿De dónde el agua?
población nómada, que trashuma con sus camellos y sus cabras, buscando siempre las pequeñas nacientes. Fui al Lago Assal, una impresionante extensión de agua y sal a 150 metros bajo el nivel del mar, creada por la dinámica tectónica que creó el Gran Valle del Rift. En esta parte del mundo las placas no se subducen, sino que se separan, con la paciencia geológica de la naturaleza que hará que un día esas masas de tierra no vuelvan a estar unidas. La temperatura llega a 54 grados y la sensación que se siente en la piel, en los ojos, es como si el aire fuera una solución espesa, áspera e hirviente. Se suda permanentemente y la deshidratación seca la boca y llena la piel de cáscaras en cuestión de minutos.


 Es difícil entender como la gente puede vivir por aquí, pero las perlas de sal han atraído durante siglos las grandes caravanas que vienen de Etiopía y Somalia. Regresando del lago vimos a un joven del grupo ético Afar subiendo, lentamente, entre las piedras del camino. Paramos el carro para ver si quería que lo lleváramos, pero solo nos pidió una cosa: agua. 
Desierto de Nayibe en Angola. En esta laguna era prohibido nadar.
Solo que ahora no tiene agua




Caminando en estas tierras africanas, es común observar la lucha por el agua. El desierto avanza aún zonas con estaciones lluviosas fuertes, con gigantescos acuíferos bajo el suelo, desgastándose o contaminados a ritmo acelerado. En Kunene, Angola, las ximpacas (pozos) ya no alcanzan el límite escurridizo del manto freático. Donde antes se debía cavar 10 metros, hoy hay que cavar 100, y mientras tanto se muere el ganado, se mueren el massango y la masambala, los cereales que dan la base alimentaria de esta población del sur de país.
Haití. Este pozo apenas alcanza a dar pequeñas cantidades de agua

En Haití, un antiguo edén que solo se mira en el arte nostálgico por la exuberancia que una vez existió en este país que hoy tiene menos de 5% de cobertura vegetal, en medio del caribe tropical, las poblaciones rurales excavan desesperadamente el suelo. Buscando el agua que cae desmesuradamente durante la temporada de huracanes, que todos los años pasa. En el sur del país pude observar la desesperación en los ojos de padres y madres que le quieren arrancar el agua al suelo, pero que no siempre la encuentran.
En el barrio Quem me ama sobe. Ndalatando

Hay un barrio en la ciudad de Ndalatango, Angola, que llama "Quem me ama sobe" (Quién me ama sube). Queda allá arriba, muy arriba, en uno de los cerros que rodean la ciudad. Allí hay una fábrica embotelladora de agua, que toma las aguas de la naciente que sale generosa en ese lado de la ciudad. A su lado, no hay ningún tipo de acueducto y las familias toman el agua de pozos improvisados. Con la presión urbana, el barrio sigue creciendo y el suelo inmediato comparte su espacio para las letrinas y el agua que beberá la población. Angola lucha por llevar agua a sus comunidades, y es importante también mencionar iniciativas como "agua para todos", un programa gubernamental que combate con tesón el problema de la escasez y la insalubridad.


Heroína de lucha por el agua.
Golungo Alto, Angola





Cuando uno abre los ojos y comienza a observar la realidad que le circunda, se da cuenta de esta lucha por el más básico de los elementos de la vida. Puede ser el nordeste de Brasil, el Chaco Sudamericano, África o Centroamérica, las situaciones son diferentes y las capacidades de los países y las comunidades también lo son. Las soluciones están en donde hay compromiso, en donde los discursos se acompañan con acciones, con presupuesto, con regulaciones efectivas. La adopción de políticas modernas sobre el agua es probablemente la necesidad mayor. Políticas que no solo repitan los contenidos rimbombantes de las declaraciones, sino esas que determinan claramente los principios, las responsabilidades específicas y los mecanismos a través de los cuales se implementará lo dicho. Políticas que se controlan y evalúan y que toman como centro la persona y los ecosistemas.

La carga de la inequidad también es visible, flagrante. Ciudad versus campo, capital versus periferia, comunidades pobres y barrios ricos. Por donde camino y observo, las filas de personas cargando todo tipo de recipientes para llevar el agua a casa son mayoritariamente de mujeres, niñas y niños.

Ahí están ellas, siempre, en busca del agua. 



En busca del agua: Barrio Quem me ama Sobe, Ndalatando



En Mutipa, Namibe





Una vieja laguna, hoy seca. Namibe.

El agua en exceso, donde también falta









Un puquio. Las antiguas culturas Nasca en Perú, hace mil años ya sabían conservar y distribuir el agua. ¿por qué hemos olvidado?





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Luis Rolando Durán Vargas 
América Latuanis