domingo, 10 de abril de 2016

Buscando el agua



Una niña angolana saca agua de un pozo, en condiciones de alta exposición a la contaminación.







































Múcua, el fruto del baobab (Imbondeiro)
La niña, de dos o tres años, venía caminando, despacio, con sus ojos como luciérnagas alborotadas. Miraba todas las cosas del mercado, los limones amarillos y verdes, el pescado seco, la carne de jabalí y de gacela, llenas de moscas, la múcua - frutos del baobab - dispersando su blancura por el caos colorido de frutas y barro. 

Ella tenía un vestido roto, como todos los niños y niñas que tenían la suerte de llevar algún tela sobre el cuerpo, en este mercado rebosante de pobreza y escasez extrema. Pero ella tenía zapatos. Un par de zapatitos negros, llenos de barro, con un lacito tierno y quizás contradictorio con el entorno. Le quedaban un poco grandes y su pies resbalaban, pero caminaba con determinación. Buscaba ansiosamente a su madre, su lugar seguro, su protección.


Mercado al lado de la carretera



Casi ninguno de los niños estaba calzado y muchas de sus madres tampoco. Las caritas de los niños estaban llenas de restos de comida, de mocos y de mucha curiosidad. Aquí, en esta región del África Austral, esta es una escena común. Gente luchando todos los días, para sobrevivir. Para llevar comida a la boca de sus hijos, para escaparse de los mosquitos que traen la fiebre amarilla y el paludismo, para protegerlos de la disentería y otras enfermedades diarreicas agudas, que causan muchas muertes todos los años. Para llevar salud, comida y agua, necesarias para la vida de la familia. 



Agua. Esa que inunda y anega los barrios, porque el suelo degradado se ha vuelto impermeable y ella se estanca en las planicies o escurre a altas velocidades, entre casas medio construidas adentro de los drenajes hídricos y de los lechos temporalmente secos de los ríos. Esa agua que después escasea, y no alcanza para apagar la sed, para asear a las personas y sus cosas. En muchos casos solo está disponible en pozos contaminados, casi abiertos al aire libre, donde puede caer y ahogarse un niño, donde la contaminación solo necesita un poco de lluvia para entrar, por los agujeros improvisados o por los caminos invisibles del subsuelo. Otras veces está lejos, cada vez más lejos, porque hay que cavar más profundo para encontrarla o porque hay que caminar mucho más. 

Caminar, luchar, sudar y horadar el suelo… en busca del agua.
  
Buscando el agua. Barrio Boa Vista Nova. Benguela


A lo largo de mis viajes en varios países del mundo, siempre me encuentro con esta lucha por el agua. Aún en Costa Rica, un país con una altísima pluviosidad y una estructura pública de agua potable, crecí moviéndome entre nacientes y reservorios. Las casas de los abuelos no tenían agua en cañería y había que irla a buscar. En mi casa de infancia faltaba muy seguido (y sigue faltando), y algunos veranos traían peregrinaciones a la naciente generosa del cafetal de Kenor, donde los niños llegábamos con nuestro balde, olla o galón, y aprovechamos para mojarnos y combatir el calor implacable.


Timor Oriental - trabajando en el lecho de un río,
absolutamente seco
Ese recuerdo bucólico contrasta con la realidad de hoy, en casi todo el mundo. El agua se vende como si fuera oro y las contradicciones están a la luz del día: al lado de los campos de golf, de un verde permanente y prístino - tragadores insaciables de agua - hay poblaciones sedientas, desesperadas por encontrar el líquido que el vecino tan fácilmente desperdicia.

Mi amigo Nuno de Castro me contaba como le impactó estar en un hotel en Mozambique, con una gran piscina, mientras al otro lado de la cerca divisoria una larga fila de mujeres avanzaba con recipientes sobre sus cabezas. Caminaban varios kilómetros para recoger migajas de agua, mientras al otro lado de esa cerca que siempre separa al mundo, reposaba para refrescar a unos cuantos.

Hace unos años estaba trabajando en Djibouti, una ciudad desértica en África del Norte - en el extremo oriental del Sahara, o bien el desierto costero de Eritrea, en el mar Rojo. En las habitaciones del hotel el agua salía salada y caliente. En las mañanas no había, porque todos los días había que esperar el camión cisterna que llenaba los tanques para bañarse y lavarse los dientes con aquello que más parecía agua de mar. Este país tiene una alta
Djibouti. estructuras temporales de la población nómada.
¿De dónde el agua?
población nómada, que trashuma con sus camellos y sus cabras, buscando siempre las pequeñas nacientes. Fui al Lago Assal, una impresionante extensión de agua y sal a 150 metros bajo el nivel del mar, creada por la dinámica tectónica que creó el Gran Valle del Rift. En esta parte del mundo las placas no se subducen, sino que se separan, con la paciencia geológica de la naturaleza que hará que un día esas masas de tierra no vuelvan a estar unidas. La temperatura llega a 54 grados y la sensación que se siente en la piel, en los ojos, es como si el aire fuera una solución espesa, áspera e hirviente. Se suda permanentemente y la deshidratación seca la boca y llena la piel de cáscaras en cuestión de minutos.


 Es difícil entender como la gente puede vivir por aquí, pero las perlas de sal han atraído durante siglos las grandes caravanas que vienen de Etiopía y Somalia. Regresando del lago vimos a un joven del grupo ético Afar subiendo, lentamente, entre las piedras del camino. Paramos el carro para ver si quería que lo lleváramos, pero solo nos pidió una cosa: agua. 
Desierto de Nayibe en Angola. En esta laguna era prohibido nadar.
Solo que ahora no tiene agua




Caminando en estas tierras africanas, es común observar la lucha por el agua. El desierto avanza aún zonas con estaciones lluviosas fuertes, con gigantescos acuíferos bajo el suelo, desgastándose o contaminados a ritmo acelerado. En Kunene, Angola, las ximpacas (pozos) ya no alcanzan el límite escurridizo del manto freático. Donde antes se debía cavar 10 metros, hoy hay que cavar 100, y mientras tanto se muere el ganado, se mueren el massango y la masambala, los cereales que dan la base alimentaria de esta población del sur de país.
Haití. Este pozo apenas alcanza a dar pequeñas cantidades de agua

En Haití, un antiguo edén que solo se mira en el arte nostálgico por la exuberancia que una vez existió en este país que hoy tiene menos de 5% de cobertura vegetal, en medio del caribe tropical, las poblaciones rurales excavan desesperadamente el suelo. Buscando el agua que cae desmesuradamente durante la temporada de huracanes, que todos los años pasa. En el sur del país pude observar la desesperación en los ojos de padres y madres que le quieren arrancar el agua al suelo, pero que no siempre la encuentran.
En el barrio Quem me ama sobe. Ndalatando

Hay un barrio en la ciudad de Ndalatango, Angola, que llama "Quem me ama sobe" (Quién me ama sube). Queda allá arriba, muy arriba, en uno de los cerros que rodean la ciudad. Allí hay una fábrica embotelladora de agua, que toma las aguas de la naciente que sale generosa en ese lado de la ciudad. A su lado, no hay ningún tipo de acueducto y las familias toman el agua de pozos improvisados. Con la presión urbana, el barrio sigue creciendo y el suelo inmediato comparte su espacio para las letrinas y el agua que beberá la población. Angola lucha por llevar agua a sus comunidades, y es importante también mencionar iniciativas como "agua para todos", un programa gubernamental que combate con tesón el problema de la escasez y la insalubridad.


Heroína de lucha por el agua.
Golungo Alto, Angola





Cuando uno abre los ojos y comienza a observar la realidad que le circunda, se da cuenta de esta lucha por el más básico de los elementos de la vida. Puede ser el nordeste de Brasil, el Chaco Sudamericano, África o Centroamérica, las situaciones son diferentes y las capacidades de los países y las comunidades también lo son. Las soluciones están en donde hay compromiso, en donde los discursos se acompañan con acciones, con presupuesto, con regulaciones efectivas. La adopción de políticas modernas sobre el agua es probablemente la necesidad mayor. Políticas que no solo repitan los contenidos rimbombantes de las declaraciones, sino esas que determinan claramente los principios, las responsabilidades específicas y los mecanismos a través de los cuales se implementará lo dicho. Políticas que se controlan y evalúan y que toman como centro la persona y los ecosistemas.

La carga de la inequidad también es visible, flagrante. Ciudad versus campo, capital versus periferia, comunidades pobres y barrios ricos. Por donde camino y observo, las filas de personas cargando todo tipo de recipientes para llevar el agua a casa son mayoritariamente de mujeres, niñas y niños.

Ahí están ellas, siempre, en busca del agua. 



En busca del agua: Barrio Quem me ama Sobe, Ndalatando



En Mutipa, Namibe





Una vieja laguna, hoy seca. Namibe.

El agua en exceso, donde también falta









Un puquio. Las antiguas culturas Nasca en Perú, hace mil años ya sabían conservar y distribuir el agua. ¿por qué hemos olvidado?





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Luis Rolando Durán Vargas 
América Latuanis



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