sábado, 2 de noviembre de 2013

Tierra dura... no perdona

Tierra dura, calcinada por el sol; barro seco, 
no ve lluvia, no da flor. Horizonte que se pierde 
entre el calor del desierto, de amargura es su color. 

(Rubén Blades)

En la provincia de Kunene, en Angola, el agua pareciera ser alguien con voluntad: el río, los canales y los ríos tributarios. Un buen día pasan llenos, anegan y se desbordan con fuerza. Entonces, miles de personas sufren y decenas pierden la vida, arrastrados por la corriente o  ahogados por algún paso mal dado en la gigantesca laguna en que se convierte la región.



Hoy es todo lo contrario, estamos al otro lado del ciclo: más de 400 mil personas son afectadas por la sequía. Un dramático déficit de agua que hace que el suelo respire polvo, que el fondo de lagunas y otros depósitos se quiebren como una barra de chocolate, dejando fisuras que atestiguan y recuerdan la sentencia del agua infiltrándose, yendo a los depósitos subterráneos o fluyendo hacia el mar por entre las fisuras de la roca. Para alcanzar esa agua ya no basta cavar los pozos típicos, que aquí se llaman chimpacas, de 30 metros de profundidad. Hay  que multiplicar por 10, la profundidad y el presupuesto.

Antes de salir de la ciudad de Ondjiva, capital de la provincia, los efectos de esta sequía son más que visibles: canales y represas que antes contenían el agua ahora son canchas de fútbol, polvorientas y extensas, llenas de niños que siempre saben como usar la alegría. Muchos de ellos antes tenían un negocio a la orilla del canal: lavar carros. Hoy no hay agua para lavar, así que el negocio simplemente desapareció.

Pasamos por Anyanga y comenzamos a adentrarnos en la región de Nekamta. La ruta tiene una capa de polvo acumulada que se levanta con la velocidad y los saltos que a cada rato debe dar la camioneta. A su lado se observan los cercados de casas tradicionales (Kimbos), donde las familias se acomodan. Viven acuerpándose, protegiéndose e intentando producir juntas. Afuera, los sembrados de masango se han secado por completo y la gente no tiene que comer. El ganado tampoco. El capim (zacate) no está. Todo está seco y la tierra no da más que piedras y arena.

Los propietarios del ganado deben hacer largas peregrinaciones buscando el agua. Después hay que dar otras igual de largas para encontrar comida. El ganado no aguanta y muchas veces muere. En una región, me dice mi colega y amigo Paulo Calunga, pueden morir 3 o 4 cabezas diarias, por hambre y sed.

Avanzando por esta ruta nuestro transporte se dañó y no pudimos avanzar más. Nos quedamos ahí, a las 10 de la mañana debajo de un sol que quemaba y de un suelo que le hacía compañía. tragando polvo y tiempo. Al lado del camino, mientras buscábamos una salida, encontramos una familia que comenzaba a destazar una vaca. Precisamente acababa de morir de inanición. La destazaron ahí al lado del camino y toda la familia participó. Le sacaron lo que pudieron y se la llevaron. Los niños saltaban de alegría, contribuyendo en el proceso, que, finalmente, llevaría algo de comer a los platos.


Cuando se fueron nos dijeron adiós, con una sonrisa profunda.

En esta región, el ganado no se cría con fines alimentarios, sino que es parte del acervo familiar. El bienestar de una familia, su progreso y desarrollo se mide por la cantidad de cabezas de ganado que tienen. De ahí la paradoja de familias con escasez de alimentos, que no sacrifican su ganado, sino que lo integran en su búsqueda de agua y comida.

Toda la región en sí es una paradoja de exceso y escasez de agua, que determina el gran desafío: aprovechar el agua durante el período de lluvias intensas, administrarla y conseguir que siga disponible para el período seco. El déficit de lluvia no tendría porqué implicar hambre y desolación; el problema no es la falta de soluciones técnicas, que en realidad están disponibles, sino la capacidad de hacerlas dialogar con las estructura cultural de la región. Toca trabajar combinando el diálogo, el aporte de opciones (como alimentos sustitutos de gran valor nutritivo como la yuca o el camote) y sobre todo el abordaje socioeconómico y cultural, que permita a la población adaptarse. Un viejo truco que la humanidad sabe aplicar cuando los que pueden quieren.

Este tipo de ejemplo debe llevar a la reflexión, en África o América Latina, de que reducir el riesgo, adaptarse ante el cambio climático, y en general, mejorar la relación entre las comunidades y el entorno es un desafío brutal. No es una ley o un plan, sino una forma de ver y hacer el desarrollo. Las instituciones que manejan emergencias, o estas nuevas figuras institucionales para la adaptación y la resiliencia, son soluciones compensatorias, que equilibran la falta de decisiones en el núcleo central del problema. Hay un círculo vicioso que nos ahoga, la incidencia y la promoción que devuelve la pelota sin afectar realmente los esquemas de la gobernanza, la respuesta política en forma de entidades ad-hoc remozadas, con el discurso de punta.


Mientras tanto, una familia sacrifica la vaca que se está por morir de sed.

Caminé entre un silencio sepulcral, sobre tierra sin 
frontera, sin final. Desnudo, con mi piel mojada de 
sudor; mi sombra iba tan cansada como yo.
(Tierra dura - Rubén Blades)


Canción inspiradora de Rubén Blades. Es sobre Etiopía, pero la poesía igual vale para esta otra realidad hermana.

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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis
rolandodv@mac.com

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