no ve lluvia, no da flor. Horizonte que se pierde
entre el calor del desierto, de amargura es su color.
(Rubén Blades)
En la
provincia de Kunene, en Angola, el agua pareciera ser alguien con voluntad: el
río, los canales y los ríos tributarios. Un buen día pasan llenos, anegan y se
desbordan con fuerza. Entonces, miles de personas sufren y decenas pierden la
vida, arrastrados por la corriente o ahogados por algún paso mal dado en la
gigantesca laguna en que se convierte la región.
Hoy es
todo lo contrario, estamos al otro lado del ciclo: más de 400 mil personas son
afectadas por la sequía. Un dramático déficit de agua que hace que el suelo
respire polvo, que el fondo de lagunas y otros depósitos se quiebren como una
barra de chocolate, dejando fisuras que atestiguan y recuerdan la sentencia del
agua infiltrándose, yendo a los depósitos subterráneos o fluyendo hacia el mar
por entre las fisuras de la roca. Para alcanzar esa agua ya no basta cavar los
pozos típicos, que aquí se llaman chimpacas, de 30 metros de profundidad.
Hay que multiplicar por 10, la
profundidad y el presupuesto.
Antes
de salir de la ciudad de Ondjiva, capital de la provincia, los efectos de esta
sequía son más que visibles: canales y represas que antes contenían el agua
ahora son canchas de fútbol, polvorientas y extensas, llenas de niños que siempre
saben como usar la alegría. Muchos de ellos antes tenían un negocio a la orilla
del canal: lavar carros. Hoy no hay agua para lavar, así que el negocio
simplemente desapareció.
Pasamos
por Anyanga y comenzamos a adentrarnos en la región de Nekamta. La ruta tiene
una capa de polvo acumulada que se levanta con la velocidad y los saltos que a
cada rato debe dar la camioneta. A su lado se observan los cercados de casas
tradicionales (Kimbos), donde las familias se acomodan. Viven acuerpándose, protegiéndose
e intentando producir juntas. Afuera, los sembrados de masango se han secado
por completo y la gente no tiene que comer. El ganado tampoco. El capim
(zacate) no está. Todo está seco y la tierra no da más que piedras y arena.
Los
propietarios del ganado deben hacer largas peregrinaciones buscando el agua.
Después hay que dar otras igual de largas para encontrar comida. El ganado no
aguanta y muchas veces muere. En una región, me dice mi colega y amigo Paulo
Calunga, pueden morir 3 o 4 cabezas diarias, por hambre y sed.
Avanzando
por esta ruta nuestro transporte se dañó y no pudimos avanzar más. Nos quedamos
ahí, a las 10 de la mañana debajo de un sol que quemaba y de un suelo que le
hacía compañía. tragando polvo y tiempo. Al lado del camino, mientras
buscábamos una salida, encontramos una familia que comenzaba a destazar una
vaca. Precisamente acababa de morir de inanición. La destazaron ahí al lado del
camino y toda la familia participó. Le sacaron lo que pudieron y se la
llevaron. Los niños saltaban de alegría, contribuyendo en el proceso, que,
finalmente, llevaría algo de comer a los platos.
Cuando
se fueron nos dijeron adiós, con una sonrisa profunda.
En esta
región, el ganado no se cría con fines alimentarios, sino que es parte del
acervo familiar. El bienestar de una familia, su progreso y desarrollo se mide
por la cantidad de cabezas de ganado que tienen. De ahí la paradoja de familias
con escasez de alimentos, que no sacrifican su ganado, sino que lo integran en
su búsqueda de agua y comida.
Toda la
región en sí es una paradoja de exceso y escasez de agua, que determina el gran
desafío: aprovechar el agua durante el período de lluvias intensas,
administrarla y conseguir que siga disponible para el período seco. El déficit
de lluvia no tendría porqué implicar hambre y desolación; el problema no es la
falta de soluciones técnicas, que en realidad están disponibles, sino la
capacidad de hacerlas dialogar con las estructura cultural de la región. Toca
trabajar combinando el diálogo, el aporte de opciones (como alimentos sustitutos
de gran valor nutritivo como la yuca o el camote) y sobre todo el abordaje
socioeconómico y cultural, que permita a la población adaptarse. Un viejo truco
que la humanidad sabe aplicar cuando los que pueden quieren.
Este
tipo de ejemplo debe llevar a la reflexión, en África o América Latina, de que
reducir el riesgo, adaptarse ante el cambio climático, y en general, mejorar la
relación entre las comunidades y el entorno es un desafío brutal. No es una ley
o un plan, sino una forma de ver y hacer el desarrollo. Las instituciones que
manejan emergencias, o estas nuevas figuras institucionales para la adaptación
y la resiliencia, son soluciones compensatorias, que equilibran la falta de
decisiones en el núcleo central del problema. Hay un círculo vicioso que nos
ahoga, la incidencia y la promoción que devuelve la pelota sin afectar
realmente los esquemas de la gobernanza, la respuesta política en forma de
entidades ad-hoc remozadas, con el discurso de punta.
Mientras
tanto, una familia sacrifica la vaca que se está por morir de sed.
Caminé entre un silencio sepulcral, sobre tierra sin
frontera, sin final. Desnudo, con mi piel mojada de
sudor; mi sombra iba tan cansada como yo.
(Tierra dura - Rubén Blades)
---------------------------------------
Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis
rolandodv@mac.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario