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Vista de la Ilha do Fogo, volando desde la Isla de Santiago |
Islas.
Pedazos de tierra que se pierden entre la bruma y el mar. No importa el tamaño,
ni la distancia entre ellas. Hay algo de telúrico siempre presente. Parecen
estar en movimiento, como si de verdad estuvieran flotando y a la deriva.
Balsas de piedra, como dijo Saramago.
Muchas
veces usamos este término de forma despectiva, como un sinónimo de
incomunicación o de falta de integración con lo que circunda. Sin embargo, la
sensación real que me dan las islas, y sobre todo un archipiélago, es de
inminencia, de proximidad aparentemente discontinua, pero entrelazado por
tejidos que se ven en la tenue ondulación del mar, o en la borrasca que las
difumina cuando se miran desde lejos.
Cabo
Verde es precisamente un archipiélago, con islas que parecen agarradas de la
punta de los dedos. Estoy ahora en la Isla de Santiago, pero estuve antes en
otra. En la Isla del Fuego. Una impresionante
montaña que combina los tonos verdes y oscuros que distinguen esta
región, con el paisaje desoladamente hermoso de lavas y rocas volcánicas.
En la cima
del Volcán de Fuego está Chã das Caldeiras. Una comunidad pequeña que se
encuentra asentada adentro del cráter antiguo del volcán. A solo unos metros
del cono que explotó en 1995. Para salir de la comunidad es preciso cruzar la
colada de lava, una bella y sinuosa formación interrumpida por el camino, que
parece una anaconda gigantesca, de un azul titanio.

Uno diría que la lava es un recuerdo o una señal de la inminencia, del peligro real, ya manifiesto. Sin embargo, con solo levantar la vista se ve el pequeño cono, con la punta destruida, rota por la explosión de hace menos de veinte años. Las tonalidades violentas de rojo y naranja no se arredran frente a la rotunda presencia del cono principal.
La pregunta cajón es porqué las personas eligen estar en riesgo, por qué si se dan opciones no salen y prefieren volver o quedarse. Es el tipo de preguntas que viene de la visión cuadrada, que simplifica las cosas, que enfoca una parte de la realidad, como si una comunidad o una familia pudiera sectorizar los problemas y actuar por partes: hoy estamos seguros y talvez mañana comemos.
En el Volcán de Fuego la gente tiene un sentido de comunidad. Están ahí hace doscientos años, explica Alexandre Rodrigues , Director del Parque Nacional. Siembran papas, camote, frijoles y otro tipo de productos, en el suelo volcánico caliente y arenoso. El vino de Chã das Caldeiras también es famoso.
"Ellos consideran que el volcán es su amigo, que les protege" dice Rodrigues. La gente ríe cuando escucha esto, y surge la palabra mito, creencia, la “vulnerabilidad ideológica”. Esos lugares seguros que usamos tanto, para caerle encima a las visiones propias, a las relaciones construidas entre la gente y la naturaleza a través de los años, de la observación, de la vivencia. Muchas veces es verdad que la creencia es errada, y que puede acrecentar el riesgo de una comunidad. Pero la descalificación arrogante de una forma de sentir no es un buen camino, sobre todo para quienes nos aparecemos un rato y volvemos después a la comodidad de las estructuras fijas.

Yo nací en el 63, como la mayoría de mi generación. El año en que las cenizas del Volcán Irazú cubrieron buena parte de San José, Alajuela, Heredia y Cartago. No sé si es por esa razón romántica, pero siento una atracción especial por los volcanes. Me gusta observarlos y pensar lo que pasa ahí adentro. En como la tierra, adicta a los ciclos, consume continentes para devolver islas, y planicies y colinas que descansan después, cargadas de minerales buenos.
Cuando escucho decir que el Volcán es un amigo y que les protege, me identifico con eso. Porque la naturaleza es sustento y oportunidad. Porque la piel que llevábamos no es más que un limite temporal y la distancia entre nosotros y lo que nos rodea está más en la cabeza, en el razonamiento que quiere cortar las cuerdas y aislarnos, con el prurito de la protección, de la seguridad y la civilización.
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Foto tomada por Nuno de Castro |
En la escuela de Chã das Caldeiras los niños aprenden sobre
el Volcán y sobre la vida. Y yo me pregunto que debemos explicar, cual es el
mensaje verdaderamente necesario, para que la vida siga y mejore, sin tener que
romper necesariamente con su origen. Con su forma de vivir y soñar.
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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis