Puerto Príncipe, 2012
Regreso
a Haití, más de dos años después del terremoto que dejó cientos de miles de
muertos y la infraestructura del país en el suelo. La infraestructura … porque
este es un país que siempre ha sabido levantarse, y lo seguirá haciendo.
Cuando
vine en diciembre de 2009, luego de haber atestiguado por más de diez años como
el conflicto, los desastres, la política depredadora y tantos intereses dañinos
seguían hundiendo al país en la miseria,
me llevé una muy grata sorpresa. Pude observar, sobre todo en el sur,
como iba creciendo una dinámica local, con capacidades comunitarias
fortalecidas, y con el optimismo y la alegría que siempre a caracterizado a
este pueblo. Un pueblo que cuando está alegre canta y cuando sufre también.
El
terremoto demostró fehacientemente que en un desastre los extremos no son
físicos, sino sociales. Que no es la fuerza sísmica, la aceleración o la
cercanía la que determina el producto final, sino la historia, las relaciones
socioeconómicas, y la justicia. Un pueblo hiper-explotado, con una historia
continua de saqueo, no podía enfrentar una situación como la que se presentó
entonces. No pudo el gobierno, no pudo la comunidad internacional presente en
el país, no pudieron más de 6.000 militares que venían a cuidar una paz
inexistente y ni siquiera se pudieron cuidar ellos, y tampoco pudo la cantidad
exorbitante de cooperantes y personas que llegaron cargadas de buenas
intenciones, pensando que se podía reparar en unos días la costra de los
siglos.
De ahí
que el post-desastre se constituyó en otro quizás más grande, con más de un
millón de personas en la calle, al desamparo, con una epidemia de cólera que
vino con los cascos azules y con la muestra en vivo de lo que significa llegar
al extremo: ni los expertos más grandes, ni los miles de millones ofrecidos
pudieron cambiar suficientemente las cosas en el corto tiempo.
Hoy,
sin embargo, una observación rápida me dice que ahora sí se ve el cambio. Desde
la salida del aeropuerto hasta el tránsito por estas calles siempre caóticas y
movidas. Ya no se ve tanto escombro, ya no se ven tantas tiendas y covachas
esparcidas por todo el paisaje de la ciudad. Las plazas, antes llenas a
reventar, hoy están vacías, atestiguando con su mutismo que la cosa se está
moviendo.
Un
paseo rápido por la calle sigue mostrando una miseria atroz, aún quedan más de
400.000 en personas en campamentos que reubicar, pero ahora parecen funcionar
las ideas y el esfuerzo de la gente. No dudo que con muchas deudas y
probablemente transgrediendo lo formal y lo políticamente correcto, pero de que
otra manera se puede tener impacto en Haití?
Si bien
es notorio que en algunos casos se trata de una relocalización del problema,
también es cierto que se ha roto esa imagen de inmutable que se había instalado
en el país estos últimos dos años.
Lo que
está claro es que Haití depende de su gente, y ellos saben bien, porque así ha
sido siempre, que cuando todo esto se acabe y cuando se vayan los últimos, será
otra vez su ingenio y su alegría lo que les haga seguir adelante.
---------------------------------------
Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis
No hay comentarios:
Publicar un comentario