viernes, 11 de febrero de 2011

La frontera entre dos mundos




Aeropuerto Las Américas, en Santo Domingo, República Dominicana. Es temprano en la mañana y en un rato saldré en un vuelo de American Airlines rumbo a Haití.  Por alguna razón el mar en esta ciudad se ve como más lleno, da la impresión que uno circula debajo de la línea del horizonte y como es temprano el color azul es tan denso, que solo se mueve despacito, como en un tango, con las olas.

Cuando se viaja entre República Dominicana y Haití se consume mucho más que las simples coordenadas, una distancia o un tiempo de desplazamiento. Uno viaja consumiendo historia, destinos que se alejan en abanico, decisiones e imposiciones. Uno viaja consumiendo un abandono que se refleja violentamente en una línea de frontera que parece, como me dijo mi colega y amigo Iñigo Barrena, una frontera entre dos mundos y no una frontera entre países. 

He escuchado y leído muchas explicaciones o juicios sobre las razones y las causas de esta situación. Muchas basadas en prejuicios simples que dicen unos cuidan y otros destruyen, unos son buenos y otros malos, unos son blancos y otros son negros. Sin embargo, al observar la degradación casi irreversible del lado haitiano - y la manera como los árboles parecen agruparse en multitud contra una muralla invisible de suelo degradado y gigantescos espacios abiertos en cerros y montañas interminables - es imposible no reflexionar sobre la raíz verdadera de esta situación: la explotación absurda y desproporcionada, la miopía de la política internacional, y una clase política depredadora.

Estando en Puerto Príncipe de nuevo, a un año del terremoto, estos temas regresan con la terquedad de las cosas viejas. Observar como la ciudad sigue poblada de edificios caídos, con montañas de escombros, o bien con edificios a medio deshacer y sobre todo observar la manera como Puerto Príncipe ha retomado su ritmo de vida, sus viejos hábitos. Su dinámica de supervivencia hace pensar en la necesidad de volver sobre las causas y no caer en la tentación de pensar que levantando los escombros la cosa estará hecha.

Los cerros sembrados de cemento siguen llamando la atención, así como los cerros sembrados de viento, arena y desconsuelo. Lo que el terremoto no se llevó sigue ahí, aferrado, desafiando aún a los que pasan, evocando. Los pilas de escombros siguen estacionadas, como un recordatorio de que el asombro no tiene límites, y que el sufrimiento humano pareciera que tampoco lo tiene.

Un año y... ¿cuánto?. Cuánto ha llegado, cuánto se actuado en realidad. La deuda moral se sigue llenando, abrumadora y triste. Los cascos azules siguen patrullando la ciudad y las vías externas , con sus ametralladoras señalando a una población que no les pide nada y que les pide de todo. No le apuntan a los escombros, ni le apuntan a la pobreza. Le apuntan a los pobres. Cientos de miles que hoy siguen sin un techo, con la necesidad intacta y la esperanza desvaneciéndose otra vez, como ha pasado tantas veces en los últimos dos siglos. La comunidad internacional que ha llevado una fuerza militar de más de 12.000 efectivos, no ha sido eficiente para movilizar soluciones, para actuar sobre las causas desde una visión que respete la historia de este pueblo, la construcción de su cultura y sus particularidades. Haití no puede seguir siendo un “patio de experimentación” donde las expectativas de una mundo global y unilateral se deban cumplir a la letra.

Mientras tanto, la gente sigue en su lucha, para sobrevivir y para estar mejor. No pocas personas apoyan y dejan su energía y sus días al lado del pueblo haitiano. Instituciones y personas, que si bien han llegado con la tromba confusa de la cooperación, han sabido ubicarse, comprender y contribuir. 

El reto sigue abierto, a quienes han generado ciencia, a quienes creen en la solidaridad, en la participación, en la capacidad ciudadana. Muchas personas han escrito sobre Haití, desde Haití, pero a veces parece que el esfuerzo se queda ahí. Tampoco es fácil, pero el reto es ponerle acción a las ideas.

En esta misión he estado con la Cruz Roja, y es motivador ver a cientos de jóvenes, voluntarios, viejos zorros de las emergencias en el mundo. Mujeres y hombres que se meten codo a codo en el drama y en la alegría, para llevar alivio, para traer ideas y sueños, bebiendo de la creatividad de un pueblo que de eso no carece.

Mirando esto uno puede pensar que la frontera entre dos mundos podría no ser tan contundente como esa imagen aérea y que el esfuerzo colectivo si puede abrir caminos. Las promesas se han quedado en el laberinto de la burocracia, profundizando la diferencia, haciendo más honda la zanja irrefutable que divide, pero aquí hay mucha humanidad concentrada, abriendo posibilidades, retando un destino inaceptable.



Foto: James P. Blair/National Geographic/Getty Images


----------------------------------------------
Luis Rolando Durán
América Latuanis

No hay comentarios:

Publicar un comentario