Fecha:
26 de junio de 2006
Ruta:
Asunción – Buenos Aires
Que va
uno a decir de Buenos Aires, después de haberse ahogado con Cortázar en el
Subte, de haber llorado con Sabina en el río de la Plata, o esperado con Gardel
volverla a ver, antes aún de haberla conocido.
Algunos
dicen que es el París de América. Yo no sé. Me caen mal esas comparaciones y
les entro con disgusto. Paris se me parece a Paris y Buenos Aires, por dicha, a
Buenos Aires. No recuerdo haber visto nunca en Paris a la gente caminando con
un termo para el mate, menos con el fervor desentendido con que hacen aquí esas
cosas. Tampoco he sentido el olor a carbón que comienza a salir desde temprano
en la mañana, ni el chillido de la carne cuando toca los fierros de la
parrilla, con el ánimo atento.
Claro,
Buenos Aires tiene edificios majestuosos y es generosa con los espacios. Con el
futbol (me ha tocado ver a Argentina jugando por octavos de final), la gente
los ocupa, los llena, los inunda. Y saltan, desde que comienza el partido,
hasta como dos días después. Después del partido, donde tuvieron la suerte de
ganarle a México, la gente deambuló toda la noche, montó una rumba, el mundo se
derritió, los problemas se acabaron. Nada pudieron ni el frío ni la garúa. En la madrugada la calle se confundió entre
taxistas que recién entraban al laburo, prostitutas trashumantes que peinaban
las calles en busca de aficionados a cualquier deporte, con la guita suficiente
para dar calor, y aficionados enronquecidos tocando cornetas y abrazando los
postes de vez en cuando, para recordar donde quedaba el suelo.
Muchas
cosas se quedaron momentáneamente en el olvido. Como las grandes disparidades
que siguen caracterizando este país. Argentina tiene una agencia espacial,
después de Brasil la más avanzada de América Latina. En pocos meses tendrán
seis nuevos satélites en órbita. En situaciones especiales tienen capacidad de
reenfocarlos y escudriñar con precisión de hasta un metro la superficie
nacional y partes de Uruguay, Chile y Paraguay. El nuevo sistema utilizará con
mayor intensidad las tecnologías de radar e infrarrojo y permitirán ver algo
que siempre han soñado los ángeles: que es lo que pasa debajo de las nubes!
Precisamente,
debajo de las nubes, cuando pasa la sudestada o cuando los otros vientos del
sur levantan la humedad, el borroso brillo del neón en Buenos Aires se cubre de
gris, y en la “mesopotamia argentina” por donde bajan los ríos Paraná y el
Uruguay, la lluvia inunda. Contundente, sin miramientos, sin esperar a que los
satélites y los políticos se pongan de acuerdo. Cerca de ahí, el 29 abril del
2003, se inundó Santa Fe. Esta ciudad – otra mesopotamia, sin nomenclatura –
está flanqueada por el río Salado y el Paraná. Todo el mundo estaba esperando
un desborde del Paraná, para el cual ya habían diques y otras obras, pero nadie
le puso atención al río que tenían a su espalda. 100.000 personas tuvieron que
salir huyendo, los que pudieron. Un tramo nunca terminado del dique permitió la
entrada del agua, y después, las viejas obras de protección no la dejaron
salir. Una cuarta parte de la ciudad quedó anegada, y hubo que dinamitar los
diques para que saliera. Por primera vez en mucho tiempo, la Argentina debió
pedir asistencia internacional humanitaria. Los satélites ya lo sabían.
Una
investigadora (Ofelia Tujchneider) relata: No
teníamos datos hidrológicos, ni programas de monitoreo, las obras de defensa
estaban inconclusas pero aún así se asumió una situación de seguridad inexistente, carecemos de regulaciones, control y planes
de contingencia.
Algunos
estudios de la época, como el de indicadores de Riesgo y Gestión del riesgo,
elaborado por el BID y la Universidad Nacional de Colombia, muestran como el Indice de Vulnerabilidad Prevalente se
ha reducido en la mayoría de países de la región, excepto en la Argentina,
donde ha aumentado significativamente.
La
falta de resilencia de las comunidades y un bajo nivel de capacidad
institucional para manejar el riesgo aparecen entre las explicaciones
determinantes (por ejemplo, el 72% de los hospitales o no tiene o no practica
planes de contingencia y el 80% no tiene estudios de su vulnerabilidad
estructural).
En la
Cruz Roja Argentina se hablaba de un 35% de la población bajo el nivel de
indigencia. El PNUD indica que la población viviendo bajo la línea de pobreza
extrema aumentó más del triple entre 2000 y 2003. De la Patagonia para abajo,
los impactos de las heladas y tormentas de nieve, casi no se pueden
cuantificar. Personal en la cancillería argentina de entonces manifestaba, sin
ambages: ¡sabemos que muchos indios son afectados, pero no sabemos cuantos!
Como
dijo Sabina, sobran los motivos!
Estar
ahí, atestiguando la desidia y el impacto de los desastres concentrados en
quienes menos tiene, me hacía recordar
aquella canción de Eduardo Falú que decía:
El islero
siente resignadamente
que su pobre
vida
queda
acorralada como su ranchada
sobre un
albardón,
su suerte está
echada en esta anegada
soledad
perdida,
en donde la
lluvia de invierno diluvia
y la sudestada
mantiene empacada
la furia inocente
de la inundación.
Juanito Laguna,
mirando la luna
que se hizo con
agua
y las
crestonadas que al norte en bandadas
emigrando van,
en su barro
tierno de dolor eterno,
medroso
presiente
que en aquel
invierno vendrá la creciente
dejando sin
rancho, desnuda la gente,
sembrando en
las islas la devastación.
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Luis Rolando Durán
América Latuanis