miércoles, 5 de septiembre de 2007

Relatórios de viaje: América del Sur

¡aquí abajo, cerca de las raíces, hay hombres  y mujeres que saben a qué asirse!
Joan Manuel Serrat


Sol de Alto Perú 
rostro Bolivia, estaño y soledad 
un verde Brasil besa a mi Chile cobre y mineral 

subo desde el sur hacia la entraña América y total 
pura raíz de un grito 
destinado a crecer y a estallar

Armando Tejada Gómez


Fecha: 17 de julio de 2016
Ruta: Santiago – Lima


Hace unos 200 millones de años Gondwana se separó de Laurasia, y desde entonces tenemos el sur. Tierra rebelde que se aleja, por deriva continental, tectónica de placas, o putiasón pura y dura. Ese sur reciente navegó por milenios en un mar triásico, nuevito, sin tiburones ni trasatlánticos. En el camino se dividió: África se fue por un lado y Sudamérica por el otro y desde entonces se andan buscando, con ganas de volver a ser uno. Pero, ni  la discontinuidad de las rocas y los arrecifes, ni la zanja marina que  se creó, lograron romper la vieja cercanía, y las historias se juntaron siempre. 

Si uno se para en la playa brasileña de Recife y mira bien hacia el horizonte, en algún vértice probable se topará con la mirada de un angolano, sentado en la Ilha de Luanda, mirando al mar que los separa hoy. En las tierras del África Austral, como Angola, Namibia, Moçambique o Madagascar se encuentra el Imbondeiro o Baobab, un árbol emblemático de grueso tronco y pequeñas ramas, estiradas como dedos,  mientras un primo cercano adorna el seco paisaje de este lado: árbol borracho lo llaman en Paraguay y toboroche en Bolivia. 

América del Sur comienza en donde termina el arco sur de las Antillas Menores y en el tapón del Darién.  Allá, por donde nacen año a año los huracanes del Gran Caribe. Las tormentas, para su bien, se  van al norte. O se iban. El Río de la Plata fue anfitrión sorprendido de un ciclón extratropical que quizás tenía demasiado frío y trajo vientos de huracán a la placidez atlántica del delta y dejó grandes pérdidas en Uruguay.

Variedad y extensión, palabras clave para este lado del mundo: La extensa soledad del llano en Venezuela y Colombia – donde algún despistado calificó de barbarie la impune alegría de los llaneros y de civilización las cercas de alambre y el corral. La casi perenne humedad amazónica de la selva brasileña, peruana y boliviana. Los extremos climáticos del seco y caliente Atacama, de la seca y fría Patagonia y del seco y olvidado Gran Chaco.  Las cumbres andinas donde Quito y La Paz imponen su terca vocación urbana y la gélida lejanía de la Tierra del Fuego.

Extremos. Las poblaciones indígenas originarias se siguen hundiendo en los resabios de lo arrebatado, ocupando los suelos que nadie quiere, trashumando entre la incomprensión y el olvido. Puede ser la confrontación contra el avance depredador de la soya, que hacen los indígenas Xavante en el Mato Grosso, la resistencia de los Chorotes o los Calchaquí en Argentina, la combativa rabia de los Mapuches en Chile, o la costumbre nómada de los indígenas del Chaco, que cazan y recolectan sin que nadie sepa de donde vienen o para donde van. Mientras tanto, los grandes empresarios de la soya o la madera siguen devorando tierras, recursos naturales y posibilidades. Igual da si es la cuenca del Amazonas o la del Río de la Plata. El viejo Bush invierte en Chile, para sacar hasta el último palmo de mineral vendible, sin que se haga mucho al respecto. Los capitales van y vienen, sin pasaporte y la América Latina se destaca por la vergüenza de una brecha social sin parangón en el mundo.
El Chocó, Colombia



Extremos, que curioso: Surámerica tiene también la mayor humedad y la mayor sequedad del pla
Desierto de Atacama, Chile
neta, en el Chocó colombiano  y el Atacama chileno.



Extremos, altitudes y hondonadas. Cuando hace buen tiempo, las nieves del Chimborazo se miran nítidas. El cono perfecto del volcán le da una luz especial a Quito. Generalmente, cuando se aparece entre la neblina, también se miran otros de los volcanes nevados que pululan por la tierra Ecuatoriana. El Cotopaxi es precisamente el volcán activo más alto del mundo. Las hondonadas hacen de Quito una ciudad que invita a la fantasía, como una Rivendel altiplánica, sin elfos, claro está pero con nieblas de advección que se quedan en el fondo del valle y hacen que uno se sienta para arriba de las nubes. Los casi 3.000 metros de altitud que tiene la ciudad se pueden sentir en toda parte, no solo en el aire que falta o el mareo que se mete poco a poco, sino en el vértigo de andar siempre por el filo, al borde de algo. 

Extremos, entre mar y desierto. En Lima el océano pacífico se le viene a uno encima. La ciudad mira al mar, embelezada, como un leming frustrado que no ha logrado el chapuzón. Pero también se va al desierto, invade las zonas secas. Lima, después del Cairo, es la segunda ciudad más grande ubicada en un desierto. Aquí nunca llueve. Las casas tienen el techo plano, con una especie de resignación silenciosa, de hecho cumplido, de ansias olvidadas. El agua no viene del cielo. Los huaycos (llocllas en quechua), avalanchas de lodo que matan a tanta gente, bajan por el Rimac, llevándose casas, cultivos y carreteras. Los trae el río cada cierto tiempo, talvez impuntual, pero siempre seguro.
La ciudad de Lima

Extremos, la sed acechando sobre una tierra donde sobra el agua. La violenta exclusión y el saqueo de tantos años envían a indígenas y campesinos bolivianos hacia el Chaco. Allá se encuentran con que nada de lo que saben sembrar o criar se logra sin el agua. En los periodos secos se les muere el poco ganado a unos pasos de donde hubo agua. La desertificación avanza en Chile, inexorablemente. Al suelo se lo lleva el viento. Igual en la Argentina y en el norte de Brasil, supuestamente húmedo. Pero el acuífero guaraní, que comparten Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, es el más grande del mundo y puede abastecer de agua a la población mundial por 200 años. 

Extremos, finalmente. Estamos en el segundo lustro del siglo XXI y los mismos de siempre hibernan en el poder, mientras en algunas partes los-que-nunca-ganan se comenzaban a acercar: Evo Morales, apoyado por los olvidados, nacionalizaba el gas, y el petróleo. Ahora en Bolivia solo hay límites cardinales, sus pies ya no limitan con España, Estados Unidos o Brasil. Chile, por el contrario, cedía con Pascua Lama y la transnacional Barrick Gold, y su viejo fantasma de los metales volvía a aparecer desde el fondo de las pesadillas. En Brasil, mientras los ricos siguen, descuidados, haciendo plata, una arquitectura social  se consolida y le cruza la cerca a la perfecta estructura de control de los recursos del Estado. En Perú, Allan García lograba regresar, divorciado completamente del  discurso social que lo había hecho presidente, y estableciendo alianzas con la derecha regional, encabezaba por el colombiano Álvaro Uribe.

Pero ... el sur existe, lo dijo Serrat, con su esperanza dura y su fe veterana.

Me despido de mi periplo por este sur que tanto duele, pero que tanto da, y que mejor que recordando este poema de Nicomedes Santacruz.




Mi cuate 
        Mi socio
                 Mi hermano
Aparcero
        Camarado 
                 Compañero
Mi pata 
        M´hijito
                 Paisano...
He aquí mis vecinos.
He aquí mis hermanos.
Las mismas caras latinoamericanas 
de cualquier punto de America Latina:
Indoblanquinegros 
Blanquinegrindios 
Y negrindoblancos

Rubias bembonas 
Indios barbudos 
Y negros lacios

Todos se quejan:
—¡Ah, si en mi país 
no hubiese tanta política...! 
—¡Ah, si en mi país 
no hubiera gente paleolítica...! 
—¡Ah, si en mi país 
no hubiese militarismo, 
ni oligarquía 
ni chauvinismo 
ni burocracia 
ni hipocresía 
ni clerecía 
ni antropofagia... 
—¡Ah, si en mi país...


Alguien pregunta de dónde soy 
(Yo no respondo lo siguiente):
Nací cerca del Cuzco 
admiro a Puebla 
me inspira el ron de las Antillas 
canto con voz argentina 
creo en Santa Rosa de Lima 
y en los orishás de Bahía.
Yo no coloreé mi Continente 
ni pinté verde a Brasil 
amarillo Perú 
roja Bolivia.
Yo no tracé líneas territoriales 
separando al hermano del hermano.

Poso la frente sobre Río Grande 
me afirmo pétreo sobre el Cabo de Hornos 
hundo mi brazo izquierdo en el Pacífico 
y sumerjo mi diestra en el Atlántico.

Por las costas de oriente y occidente 
doscientas millas entro a cada Océano 
sumerjo mano y mano 
y así me aferro a nuestro Continente 
en un abrazo Latinoamericano.

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Luis Rolando Durán
América Latuanis



sábado, 21 de julio de 2007

Relatórios de viaje: de Buenos Aires y otras yerbas




Fecha: 26 de junio de 2006
Ruta: Asunción – Buenos Aires

Que va uno a decir de Buenos Aires, después de haberse ahogado con Cortázar en el Subte, de haber llorado con Sabina en el río de la Plata, o esperado con Gardel volverla a ver, antes aún de haberla conocido.

Algunos dicen que es el París de América. Yo no sé. Me caen mal esas comparaciones y les entro con disgusto. Paris se me parece a Paris y Buenos Aires, por dicha, a Buenos Aires. No recuerdo haber visto nunca en Paris a la gente caminando con un termo para el mate, menos con el fervor desentendido con que hacen aquí esas cosas. Tampoco he sentido el olor a carbón que comienza a salir desde temprano en la mañana, ni el chillido de la carne cuando toca los fierros de la parrilla, con el ánimo atento.

Claro, Buenos Aires tiene edificios majestuosos y es generosa con los espacios. Con el futbol (me ha tocado ver a Argentina jugando por octavos de final), la gente los ocupa, los llena, los inunda. Y saltan, desde que comienza el partido, hasta como dos días después. Después del partido, donde tuvieron la suerte de ganarle a México, la gente deambuló toda la noche, montó una rumba, el mundo se derritió, los problemas se acabaron. Nada pudieron ni el frío ni la garúa.  En la madrugada la calle se confundió entre taxistas que recién entraban al laburo, prostitutas trashumantes que peinaban las calles en busca de aficionados a cualquier deporte, con la guita suficiente para dar calor, y aficionados enronquecidos tocando cornetas y abrazando los postes de vez en cuando, para recordar donde quedaba el suelo.

Muchas cosas se quedaron momentáneamente en el olvido. Como las grandes disparidades que siguen caracterizando este país. Argentina tiene una agencia espacial, después de Brasil la más avanzada de América Latina. En pocos meses tendrán seis nuevos satélites en órbita. En situaciones especiales tienen capacidad de reenfocarlos y escudriñar con precisión de hasta un metro la superficie nacional y partes de Uruguay, Chile y Paraguay. El nuevo sistema utilizará con mayor intensidad las tecnologías de radar e infrarrojo y permitirán ver algo que siempre han soñado los ángeles: que es lo que pasa debajo de las nubes!

Precisamente, debajo de las nubes, cuando pasa la sudestada o cuando los otros vientos del sur levantan la humedad, el borroso brillo del neón en Buenos Aires se cubre de gris, y en la “mesopotamia argentina” por donde bajan los ríos Paraná y el Uruguay, la lluvia inunda. Contundente, sin miramientos, sin esperar a que los satélites y los políticos se pongan de acuerdo. Cerca de ahí, el 29 abril del 2003, se inundó Santa Fe. Esta ciudad – otra mesopotamia, sin nomenclatura – está flanqueada por el río Salado y el Paraná. Todo el mundo estaba esperando un desborde del Paraná, para el cual ya habían diques y otras obras, pero nadie le puso atención al río que tenían a su espalda. 100.000 personas tuvieron que salir huyendo, los que pudieron. Un tramo nunca terminado del dique permitió la entrada del agua, y después, las viejas obras de protección no la dejaron salir. Una cuarta parte de la ciudad quedó anegada, y hubo que dinamitar los diques para que saliera. Por primera vez en mucho tiempo, la Argentina debió pedir asistencia internacional humanitaria. Los satélites ya lo sabían.

Una investigadora (Ofelia Tujchneider) relata: No teníamos datos hidrológicos, ni programas de monitoreo, las obras de defensa estaban inconclusas pero aún así se asumió una situación de seguridad inexistente,  carecemos de regulaciones, control y planes de contingencia.

Algunos estudios de la época, como el de indicadores de Riesgo y Gestión del riesgo, elaborado por el BID y la Universidad Nacional de Colombia, muestran como el Indice de Vulnerabilidad Prevalente se ha reducido en la mayoría de países de la región, excepto en la Argentina, donde ha aumentado significativamente.

La falta de resilencia de las comunidades y un bajo nivel de capacidad institucional para manejar el riesgo aparecen entre las explicaciones determinantes (por ejemplo, el 72% de los hospitales o no tiene o no practica planes de contingencia y el 80% no tiene estudios de su vulnerabilidad estructural).

En la Cruz Roja Argentina se hablaba de un 35% de la población bajo el nivel de indigencia. El PNUD indica que la población viviendo bajo la línea de pobreza extrema aumentó más del triple entre 2000 y 2003. De la Patagonia para abajo, los impactos de las heladas y tormentas de nieve, casi no se pueden cuantificar. Personal en la cancillería argentina de entonces manifestaba, sin ambages: ¡sabemos que muchos indios son afectados, pero no sabemos cuantos!

Como dijo Sabina, sobran los motivos!

Estar ahí, atestiguando la desidia y el impacto de los desastres concentrados en quienes menos tiene,  me hacía recordar aquella canción de Eduardo Falú que decía:


El islero siente resignadamente
que su pobre vida
queda acorralada como su ranchada
sobre un albardón,
su suerte está echada en esta anegada
soledad perdida,
en donde la lluvia de invierno diluvia
y la sudestada mantiene empacada
la furia inocente de la inundación.

Juanito Laguna, mirando la luna
que se hizo con agua
y las crestonadas que al norte en bandadas
emigrando van,
en su barro tierno de dolor eterno,
medroso presiente
que en aquel invierno vendrá la creciente
dejando sin rancho, desnuda la gente,
sembrando en las islas la devastación.



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Luis Rolando Durán
América Latuanis

domingo, 1 de julio de 2007

Una vez me encontré con ... un periodista bajito, con una historia sorprendente

Corrían los días de a fines de guerra. En Managua el ambiente era festivo. Llegué el día de la manifestación de la juventud sandinista. Era el año 89 o el 90 y todo el mundo se preparaba para unas elecciones que prometían “caudalosos ríos de leche y miel” como pregonaban el libro del Exodo y el himno sandinista de entonces.

Llegué donde un amigo del alma - Pedro González, un tipo tan terco que decidió morirse antes de tiempo – y me instalé en su oficina. De ahí nos fuimos directo, como era nuestra costumbre, a buscar un bar para tomar cerveza y conversar sobre el futuro venturoso de las revoluciones.

Nos instalamos en el Ranchón Salvadoreño, frente al hotel Intercontinental y con mirada hacia el teatro Rubén Darío y al lago de Managua. El bar pertenecía al Partido Comunista Salvadoreño, según me contó Pedrito en el más absoluto de los secretos (como Pedro tenía voz de barítono, sus comentarios secretos siempre se esparcían años luz a la redonda). Pensé que volvería muchas veces a ese lugar.

El caso es que hacía calor, la muchachada venía regresando de la plaza y el ambiento festivo se esparcía por esa Managua, de quien Cortázar dijo un  día:

“de pie entre ruinas, bella en sus baldíos, pobre como las armas combatientes rica como la sangre de sus hijos
Ya ves, viajero, está su puerta abierta, todo el país es una inmensa casa”

Al dia siguiente me fui a trabajar con esta ONG salvadoreña, cuyo nombre no recuerdo. Trabajo intenso y mucho sudor, pero siempre con mucha alegría. La compa que coordinaba el proyecto, Silvia, era una mujer de mucho empuje y entusiasmo. Su compañero era un hombre pequeñito y taciturno que se aparecía de vez en cuando y me decía “gordo, una cervecita. Y así, a punta de toñas (la cerveza nica, pues) e historias de todo tipo, se pasaba el tiempo.

Un día, con mi compañero de andanzas, el flaco, decidimos invitarlo a tomar unos tragos, y por supuesto, caímos en el Ranchón Salvadoreño, donde una gran imagen de Farabundo Martí le daba a uno la bienvenida. Entre birras y bocas, la conversación se puso intensa, llena de planes y grandilocuencia, como corresponde a todo borracho que se tenga el más mínimo respeto. Muy avanzada la noche, nuestro amigo tenía su cabeza en un ángulo imposible, casi recostado en la mesa, pero manteniendo aún el mínimo de vertical que te exige el decoro. Desde ahí nos dijo:

- Yo le dije a Silvio Rodríguez adonde estaba el Unicornio Azul.
- Ya guón. Tuanis.
- ¡Puta chero, estoy hablando en serio!
- Como no, guón, todo el mundo tiene una historia sobre el Unicornio Azul.
- Si – dijo el flaco – que era un bluyín, que la novia, que una fumada …
- Bueno – dice el compa – busquen el disco y lean la contratapa.

Lo siguiente  fue muy complicado, porque Juan José en ese momento dio por terminada su relación con el equilibrio y comenzó a roncar en la mesa. El flaco y yo lo sacamos del bar, lo subimos a su Lada Samara, y partimos para la casa, donde quedó a buen recaudo.

Tiempo después, hice una de esas visitas que después de tantos años se vuelve peregrinación: llegué a la Librería de Lalo Montecinos, un librero de esos en peligro de extinción. Lalo, en mi época de recién llegado al barrio universitario en San Pedro, me hacía buen precio, me daba fiado y sobre todo me daba consejos y conversación. Pues bien, en esa época Lalo también tenía “long plays” de música latinoamericana, muy difíciles de conseguir en tiendas corrientes de música. Hurgando entre ellos me encontré con el disco original del Unicornio Azul, ese que tiene una portada toda bucólica y medieval. 

Pues bien, dando el beneficio de la duda lo abrí y miré la contratapa; fechado “La Habana, abril de 1982”  venía una prólogo de Silvio a su disco, donde decía:

“Quiero acusar públicamente el recibo de una noticia sumamente legítima. Todo empezó por un amigo muy querido que tuve, un salvadoreño llamado Roque Dalton, quien además de haber sido un magnífico poeta fue un gran revolucionario, compromiso que le hizo perder la vida cuando era combatiente clandestino. 

El caso es que Roque tuvo varios hijos; entre ellos Roquito -el que hace tiempo se encuentra prisionero y del que no se sabe suerte-, y Juan José, que jovencito y delgado como es fue guerrillero, herido y capturado y torturado. A este último fue a quien encontré hace poco y me contó que allá, en las montañas de El Salvador, andando con la aguerrida tropa de los humildes, trotaba un caballito azul con un cuerno”.

- ¡Juan José! ¡Guanaco de mierda, tenías razón!
Pues sí, era verdad, el entonces Juan José García, compañero de tragos por la ajetreada Managua le había dicho a Silvio Rodríguez por donde andaba el Unicornio Azul. Allá, en su tierra, esa,  de la cual Silvio también dijo “por quien merece amor”. 

Regresando varias veces a Managua y una última vez en el San Salvador de la posguerra,  tuve muchas conversaciones con Juan José: porqué no usaba su apellido, su papel entonces en Salpress, la agencia de noticias del FMLN, su familia, sus andanzas, su tiempo en la cárcel y su manera de sobrevivir a la tortura.  Como Roque, su tata, un sobreviviente (¡que una vez eludió la sentencia de muerte que podría ser su apellido diciendo que se llamaba Tom Jones!). 

¿Cuanta profundidad y maravilla se nos habrá quedado anónima por no querer escuchar, por no querer mirar más allá de los párpados? Tanto que nos quejamos de que nada emocionante nos pasa y es simplemente por la terca miopía que nos impide comprender que lo excepcional está siempre alrededor y que somos nosotros y nadie más, responsables de invocarlo.

Quiero terminar esta historia con una anécdota chistosa (pienso yo):

El día antes de las elección del 90, estábamos Juan José, el flaco y yo, circulando por Managua. Había un ambiente victorioso - que luego se volvió sepulcral, pero esa no es la historia – y nosotros estábamos quemando el tiempo para escuchar noticias de los conteos de votos.

En varias carreteras habían unas banderas rojineras gigantescas y a nosotros se nos ocurrió robarnos una para llevarla de souvenir. Juan José nos dijo: - yo sé donde no pasa nadie, vamos allá y la conseguimos. Listo pues, vámonos.

Llegamos a una parte de la carretera, donde había muy poca luz. El flaco llevaba su inseparable cuchilla suiza y se subió en mis hombros para cortar la bandera. 

Estamos en esa posición exacta, cuando escuchamos miles de sirenas. De pronto, toda la carretera se iluminó, pasaron cuatro motos de la policía, dos vehículos de seguridad, cuatro vehículos blancos del grupo de verificación de la OEA, dos más de ONUCA, y  otro montón de motorizados que cerraban el cortejo. Los policías nos miraban con una cara de sorpresa indescriptible, y el flaco además se había quedado paralizado allá arriba. 

- Cabrón, bajáte, que nos van a sacar a mierda – le decía Juan José.
Probablemente, la velocidad de la caravana y lo prioritario de su misión, le impidió a la policía ponernos más atención. El flaco cortó la bandera y finalmente pudimos regresar. 

A tomarnos un trago, por supuesto, que un susto así se tiene que celebrar.



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Luis Rolando Durán Vargas América Latuanis