lunes, 23 de marzo de 2020

La cajita del piso 6.


Soy diabético e hipertenso, o sea, como muchísima gente más, población de alto riesgo, en estos días que corren. Estoy en confinamiento en mi apartamento en un 12 piso, aquí en Lima. Todos los días hago al menos una sesión de Tai Chi y subo y bajo las escaleras de los 12 pisos, conste, sin tocar los pasamanos ni paredes.



Diariamente me encuentro con esta cajita en el piso 6. El primer día pensé que era mejor no tocarla, por "infecto-precaución". Una suerte de temor atávico por la cajita blanca como un potencial artilugio. Al día siguiente me dio curiosidad, me acerqué y me pareció que había algo de primor, de sentimiento en la cajita. Cada día, cuando subo y bajo, me imagino historias, cercanías, llantos, olvidos. ¿Una pasión escondida en las escaleras desiertas? ¿Un embrujo de amor? ¿habrá alguien esperando a que pase la cuarentena, para venirla a buscar? ¿alguien que la recibió y hoy no se perdona haberla olvidado?

La cajita blanca en el piso 6, del edificio en aislamiento social obligatorio, se ha compartido en una compañía, una promesa, una conexión con un mundo acuartelado en soledad y empatía, en esta resistencia primitiva, tan llena de pequeñ
as cosas.


Recordé aquella hermosa canción de Damián Sánchez / José Pedroni, que canta Mercedes Sosa (ver enlace en los comentarios)


Cuando estoy triste
lijo mi cajita de música
no lo hago para nadie
sólo porque me gusta.
Hay quien escribe cartas,
quien sale a ver la luna
para olvidar yo elijo
mi cajita de música.

Amarga es la madera
de palo santo
pero es como el amor
que no duele y perfuma. 

Cuando estoy triste
elijo mi cajita de música
pero te vas y vuelves: 
no he de acabarla nunca.
Te espero mi tristeza
huele a ti y es menuda
tengo las manos verdes
esta noche de lluvia.

Cuando estoy triste
lijo mi cajita de música
no lo hago para nadie

sólo porque me gusta.

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Luis Rolando Durán Vargas 
América Latuanis

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