viernes, 27 de diciembre de 2019

Los libros que se van...


Mañana,  sábado 28 de diciembre, estará abierta la biblioteca para quienes quieran venir a llevarse libros. Varia gente me ha dicho algo muy lindo, me han dicho que van a adoptar mis libros. Esa es la idea, que salgan y se vayan adonde alguien los quiera leer, adonde vuelvan a generar asombro y angustia, rabia y alegría. 
Vengan el sábado, traigan pan, y traigan vino. Encuentrense aquí, y hablemos de libros, de la historia pesada que cada cual trae, del día que lo leyeron o quisieron leerlo. De las anécdotas con los libros perdidos y los libros encontrados. Aquí hay mucho de eso. 
Están las tragedias griegas y las obras de Shakespeare. Que son las primeras cosas que leí donde mi tía Olga, cuando tenía poca edad y muchas ganas de comerme el mundo.
Está Joaquín y Fabian. Carmen Lira y Luisa González. (A ras del suelo me lo regaló el grupo de estudios sociales del colegio). Está la poesía de Lisímaco Chavarría y Brenes Mesén, Julian Marchena. A Carlos Luis Fallas ya se lo llevó mi hija Elena (donde mejor podría estar).











Latinoamérica llegó aquí, de la mano de García Marquez, bajo la guía de aquel hermoso ensayo de Benedetti (temas y problemas, creo que así se llamaba), que fue mi primera orientación para buscar libros con algún sentido, con menos caos. Benedetti, vean ustedes, hablaba de Yolanda Oreamuno, y por eso la leí. No solo tengo (o tuve) "La ruta de su evasión", sino aquel hermoso libro que no van a encontrar en ninguna librería: "A lo largo del corto camino". Me lo robé hace mucho tiempo. Con una alevosía visionaria de cual no me arrepiento.
Los libros de aventuras llegaron en complicidad con mi primo Alexander Godínez. Leíamos como descosidos y comprobamos libros con la poca plata que uno podía tener en aquellos viejos años de Puriscal y San Isidro de Perez Zeledón. La biblioteca de sus abuelos nos dio refugio. Y me llené de Stevenson, de Melville, de J.M. Barrie. En Marcos Ramírez, Carlos Luis Fallas me llevó de la mano (primer ventana cósmica) a la literatura de Salgari, a la combinación entre la ciencia y la fantasía. En una escena de la novela de Fallas, me encontré con Sandokán.
El espacio de Cortázar no lo voy a abrir aquí. Porque esos libros están vedados. Se los llevarán Elena, Gabriel, Sofía y Eva. Pero debo decir que la segunda ventana cósmica fue la conexión entre Cien Años de Soledad y Rayuela. Cuando Gabriel se escapa de Macondo y llega a Paris, donde la Maga, para ver a Rocamadour morir. Y claro, mi biblioteca se llenó de Cortázar, de García Marquez, de Borges. Se inundó de Bryce Echenique y de la nostálgica razón de ser de Haroldo Conti, y todo su sacrificio.
En uno de mis relatos hablé del día que la música de Serrat llegó a mi casa. Cuando en la radio solo se escuchaban los gemidos desgarradores y cursis de Camilo Sesto y Julio Iglesias. Serrat "y la poesía de Machado". Entonces, gente, Machado, las generaciones del 98 y del 27, el "Marinero en Tierra" de Alberti, mi libro, mi hermoso y viejo libro (que ya no es más mío) con toda la poesía de Miguel Hernández. Incluso los borradores de sus poemas. La forma como se encontró este orden "llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida" .













El mundo se mudó a mi casa. Tolstoi, Anatole France, Mishima, Tony Morrison, Silvia Plath, Susan Sontag.
Cuando llegó Simone de Beauvoir lo hizo de la forma más inesperada. Ninguno de sus más famosos libros, sino uno que marcaría otro montón de ventanas cósmicas: "Todos los hombres son mortales". Conectó con Borges y el viejo Homero sin memoria, con Amado Nervo (Mencia), con Giovanni Papini, y con el vampiro de Bram Stoker, ese himno a la soledad de la no muerte. 
La Biblioteca de Babel no se va. Pero sí las colecciones de Silvina Ocampo, Bioy Casares y Borges. Las clarividencia de Julio Verne, y la estética de filigrana que me trajo Umberto Eco.
No puedo hablar de todos mis libros, porque esto solo era una invitación a venir el sábado. Siempre que cuento las historias de mis libros me doy cuenta que me extiendo y quizás la gente se aburre. O no. 
Gracias Nena DuránAlejandra Valverde Alfaro y Patricia Rivera, por ayudarme a vivir con tanta intensidad ese primer momento. Lo disfrutamos, pero no trajeron vino.
Último, por fin. A quienes vengan y se lleven libros, solo les pido que no les quiten mi nombre.
--------------------------------------- Luis Rolando Durán Vargas América Latuanis

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