viernes, 10 de octubre de 2014

Por el camino de los baobabs


Saliendo de Luanda para Malanje, hacia el centro de Angola, nos zambullimos en el caos diario de claxon, polvo y arrepentimiento. Tomar la carretera a Catete, para salir de la capital y enrumbarse hacia el este. Tratar de llegar pronto al Morro (cerro) de Binda, donde comienza el cambio de altitud y el entorno se modifica. La sabana de árboles dispersos, extensa y mineral, irá cediendo conforme comienza la subida, la carretera se pone sinuosa y las curvas peligrosas, o mejor dicho, los carros que suben y bajan. Varias horas después aparece el altiplano de Malanje. Ya estamos ahí.

En el camino, poco después de la salida de Luanda, probablemente a partir del conurbado de Viana, aparecen cientos o miles de fantasmas, de caminantes congelados en el tiempo, de especies cuaternarias que quedaron inmóviles por algún embrujo. Es como si el Bolshoi se quedará un día paralizado en pleno ballet, con figuras suspendidas en un movimiento, una cadencia, un pas de deux. Así es un bosque de baobabs o imbondeiros. Un testimonio del movimiento, una convocatoria al asombro.


Arriba, en el altiplano de Malanje la temperatura es más fresca. Son unos 1200 metros de altitud y la vegetación tropical es tupida y muy verde. Sobre todo ahora que las lluvias han regresado después de una larga y azarosa sequía. Cerca de la bella ciudad, con edificios “de cor de rosa” de la antigua colonia portuguesa, se encuentran las cataratas de Kalandula Lucala, las segundas en altura en África. La belleza natural es apabullante, ruda.




Estar en África es como un recordatorio, o una premonición. Una forma de mirar al mundo desde adentro, desde el útero que lo parió.

Sin embargo, hoy, otra vez, África evoca temores y fantasmas. Con el virus del Ébola matando miles en el África Occidental, el imaginario del mundo condena este continente con la doble moral de la lástima y el rechazo. A veces por puro prejuicio, o por un natural temor a lo desconocido. No importa si estás entre las arenas del Sahara o el Kalahari, en el Mar Rojo o el Índico, estar en África o venir de ahí levanta suspicacias. Claro que las preguntas son muchas y el impacto de la epidemia es brutal. En solo 10 meses la cantidad de muertos casi triplica las que hubo en 36 años.

Esta nueva epidemia de ébola se convirtió en un fenómeno global, que está poniendo en evidencia la fragilidad de los sistemas de salud en el mundo entero, la capacidad absurda de politizar lo humano, de comercializarlo, de ponerlo en la góndola para la venta o en el prime time.

Ojalá que los esfuerzos, además de enfocarse en contener y resolver la crisis actual, crucen la frontera de lo coyuntural y aborden de verdad las causas. Para que el ébola no sea un episodio más de la memoria corta, que se va tan rápido como cambiar de canal.





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Malanje, Angola.  Octubre 2014
Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

Un hermoso video:



domingo, 20 de abril de 2014

Un señor muy viejo, llevado por las mariposas


Comenzaba el segundo lustro de los años 70 y yo me había encontrado un tesoro literario en la biblioteca de mis tíos, en San Rafael de Puriscal. Shakespeare y las tragedias griegas, el romancero español, y los cuentos de caballerías andantes. Todo eso lo leí varias veces durante aquel año de lluvia y fantasía.

Cuando acabé lo que había, me hundí en la otra parte de la biblioteca. Estaba llena de revistas y libros de autoayuda, con títulos como “el vendedor más grande del mundo” o “el poder del pensamiento tenaz”.  Me resistí muchas veces y volví a Penas por amor perdidas”, el mercader de Venecia y otros por estilo. Hasta que un día pudo más el deseo de leer algo nuevo y, al azar, saqué uno de los libros con título sospechoso: “cien años de soledad”. Imaginaba un manual para sentirse bien, o un set de consejos, como los que abundan en la literatura urbana de hoy.

La portada era extraña y tenía una “e” al revés. La primera frase decía “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” Hoy, igual que entonces, la frase me estremeció. La tarde remota sería para mí el primer binomio donde el adjetivo, aparentemente sencillo y cotidiano, convocaría sombras, nostalgias y deseos.


No paré hasta terminar el libro, que me llevó temprano por un territorio que habría de conocer de cerca mucho después: América Latina. También me llevó por una de las certezas más rotundas: que la magia si existe, porque la llevamos por dentro; que solo basta mirar, con ojos abiertos e imaginación impune. Siguió después La Hojarasca, los escritos periodísticos, la Mala Hora… los cuentos infinitos que llenarían muchas tardes tan calurosas como la que atravesaron la mujer y la niña en la siesta del martes.

Durante mucho tiempo, hacía una visita anual a Cien años, para leerlo despacio, haciendo rayuela, como recomendó Julio. Saltando entre mariposas amarillas y palabras en sánscrito colgando del alambre de tender la ropa,  encontré el pasaje cósmico donde Gabriel, emigrado de Macondo, visita el cuarto donde vive la Maga en París. Cada vez que visito esa puerta entre Rayuela y Cien Años, entre Gabo y Cortázar, vuelvo a constatar que es la literatura la que nos hace humanos.

Cuando me enteré de la ida de Gabo recordé pasajes, anécdotas (una con él desde lejos), me volví a asombrar con el tren cargado con miles de muertos. Recordé que a mi hijo le puse su nombre. Pensé en sus amigos, los que le acompañaron alevosamente, cuando Gabriel se zambulló en su propia novela y nos llevó por su Cartagena, donde escribió al amparo del silencio generoso del segundo piso en una casa de putas.

Quiero enumerar algunas señas y coincidencias que me ha dejado este hijo ilustre de las aliteraciones, que nació en un pueblo que parece recitado por un papagayo, Aracataca:

  •        Melquíades, con su sombrero alado, cargando su atanor y sus pergaminos. Tantas veces muerto. Pienso en él como en Merlín, si es que no fueron el mismo: un viejo mago, tejedor de casualidades con sabor a conjuro. Un errante inmortal, condenado a patear esta tierra, hasta que solo queden ellos.
  •        El sabio catalán. Yo tuve el mío. Llegó un día a Santiago de Puriscal, cargado de libros viejos. Abrió una tienda de compra y venta que me quedaba justo en el camino entre el colegio y la casa. Pasé tardes inumerables, ahí metido, leyéndole libros sin pagar y comprando alguno que otro, de vez en cuando.
  •        El palacio del  Otoño del patriarca, donde “vimos las oficinas y las salas oficiales en ruinas por donde andaban las vacas impávidas comiéndose las cortinas de terciopelo….” Me lo encontré en Puerto Príncipe, Haití, a fines de los 90 cuando el país empezaba a despertar del primer golpe de Estado contra el inefable Aristide. En el hermoso palacio presidencial que dominaba el Champ de Mars todo estaba vacío. En las salas deshabitadas, con esporádicos muebles rasgados, solo me encontré con un perro, dormía a pierna suelta en el centro de la habitación. El tiempo parecía detenido en esos salones que presenciaron los desmanes de uno de los dictadores que inspiraron a Carpentier y al Gabo: François Duvalier.
  •        La cándida Eréndira. Hace muchos años, una joven, ansiosa de saber y de leer, me pidió prestado ese libro. En la edición de Oveja Negra, la portada trae a la triste Cándida desnuda. Su madre encontró el libro y lo rompió, mientras la insultaba, por blasfema.  Me devolvió el libro, mártir como la cándida, roto por la incomprensión y el desprecio… el libro lo conservé como a un héroe y el mundo ganó una lectora apasionada.

  •        El amor en los tiempos del cólera: Pedro estaba enamorado de Lourdes y necesitaba instalársele en el alma, a como diera lugar. Yo estaba terminando de leer la primera edición del nuevo libro de García Márquez, corría 1985 u 86. Pedro miró la portada amarilla con el barco negro y entonces lo supo – Mae, me dijo, los libros son del que los necesita. Y se llevó el libro, y se casaron y los quise mucho. Cuando Pedro murió fui a visitar por última vez su legendaria biblioteca. Despacio, peregriné por los lomos hasta que lo encontré. Estaba ahí, atestiguando que para el amor no hay tiempo ni límites.
  •        Gracias al Gabo, leí Todos estábamos a la espera de Alvaro Cepeda Samudio, un libro que él califica como “el mejor libro de cuentos que se ha publicado en Colombia”. También conocí y profundicé la literatura de su amigo Alvaro Mutis, quien también partió recientemente.
  •        Con tiempo de morir la película de Alí Triana con guión y diálogos de García Márquez y Carlos Fuentes, el realismo mágico se manifestó, no solo en el lento mecer del tiempo que llevó a Juan Sáyago y al hijo de Esteban Trueba a un duelo medieval, sino en las bellas y trágicas locaciones, en la ciudad de Armero, poco antes de que desapareciera bajo la avalancha del Volcán Nevado del Ruiz.


Sería de nunca acabar, talvez porque uno no le quiere decir adiós. Así que no se lo digo. Quizás, como Remedios la Bella, solamente se envolvió en las sábanas y dejó que se lo llevara el viento.



El espacio del Gabo en mi biblioteca
  


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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

sábado, 8 de marzo de 2014

La magia de las librerías: Librería el Prado en Madrid.



Diálogo escuchado mientras miro con hambre la fantástica colección literaria que hay en esta pequeña librería, en el Barrio de las Letras en Madrid:

-       ¿y Borges?
-       Ahí, donde estás
-       ¿Sabes que ya terminé la colección?

Por un buen rato había estado escuchando la sabrosa conversación entre la dueña de la librería y un cliente, que parecía ser alguien muy especial. Hablaban de libros, de ediciones que fueron y que no fueron, de la Editorial Aguilar, un histórico actor de las letras españoles, con publicaciones hermosas y muy cuidadas. En este punto, no me quedo más que interrumpir.

-       Disculpen que me meta en su conversación. Pero ¿se refiere a la Biblioteca de Babel, la colección de literatura fantástica de Borges? – pregunté
-       Pues sí a es misma
-       … entonces ya la terminó! porque a mi me falta un libro.
-       En realidad es la segunda, la de mi esposa, porque a mi me las daba el editor a como iban saliendo.

Pues resulta que se trataba de Luis Alberto de Cuenca, traductor de cuatro de los libros de la famosa colección de Siruela, que he venido coleccionando hace más de 20 años.

Hoy, después de un largo tránstito por librerías en medio mundo, he llegado casi al final. Pero el libro que falta es un misterio, que cuesta mucho encontrar. Solo en listas descatalogadas desde hace muchos años.

-       ¿y cual te falta?
-       El Libro de Los Sueños, de Borges. Me puse en lista en Iberlibro, pero aún no aparece.
-       A lo mejor el que llegó te lo quité yo mismo – me dijo

Con el amigo Luis Alberto de Cuenca
Conversamos un buen rato sobre la colección, ediciones anteriores y posteriores, el intento fallido de Borges y Ricci de editarla en Argentina (tengo uno de esos libros, que extrañamente para mi, hasta ahora, tenía el mismo número que otro título. O sea, tengo dos número 4 con título distinto).

Cuenca, un amenísimo y generoso conversador, me hizo pasar un rato excepcional en mis horas en Madrid, igual que la gente de la librería El Prado. Compré libros y recibí la promesa del traductor de “Las Mil y Una Noches según Galland” y de “El diablo enamorado” de que si encontraba el Libro de los Sueños me ayudaría a conseguirlo.

Al rato, recordé que el plan original era ir al Museo del Prado. Salí de la Librería satisfecho, y convencido de que muchas veces volveré a cruzar esa puerta.




Con mi Biblioteca de Babel


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Madrid, 2014
Luis Rolando Durán
Vargas América Latuanis

sábado, 1 de marzo de 2014

Migración y fronteras, la línea divisoria de los sueños.

Triple valla de Melilla que separa la ciudad autónoma de Marruecos.
Fotografía: J. Blasco de Avellaneda.

15 personas muertas en las costas españolas. “Subsaharianos” como dice la prensa, tratando de inmigrar a España. Ahogados, arañando con la punta de los pies el territorio soñado. Aunque al principio lo negaron, la policía les disparó balas de goma mientras se aproximaban nadando, "para disuadirlos". Pánico mortal, en una figura que se repite en muchas fronteras en el mundo.
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Rumbo a Angola, llegué al puesto de migración en Barajas, aeropuerto de Madrid. En menos de un minuto había cruzado la Frontera Española, y por tanto, la frontera europea Schengen. A mi lado, una pareja de sudamericanos no tenía tanta suerte. Evidentemente tenían un buen rato de estar explicando al oficial de migración las razones por las cuales llegaban a la " Madre patria". Probablemente mi pasaporte lleno de sellos y visas me sirvió de garantía de que no tenía interés de inmigrar y no me tocó ese calvario de preguntas tontas que debés responder con seriedad. Si bien los puertos de entrada en Europa no tienen ninguna comparación con lo que sucede en los Estados Unidos, o incluso en países más inesperados como México o Panamá, cada vez es más común encontrar este tipo de situación de este lado del Atlántico,  sobre todo en Portugal y España (Al menos en mi experiencia).

Una vez más, observar este tipo de situaciones me lleva reflexionar sobre la migración; sobre las promesas de una tierra nueva de oportunidades y éxito que ha deslumbrado o llenado de ilusiones a personas a lo largo y ancho de la historia y la geografía. Sobre las razones que llevan a tanta gente, de uno u otro origen, a jugarse todo para cruzar. Para cruzar el río, para cruzar el estrecho, para saltar un muro, para lanzarse a mar abierta o a desierto abierto, para meterse en el baúl de un carro o un camión cisterna y cruzar esa línea imaginaria al borde de la asfixia O bien perecer en ella, dejando atrás lo que se quiere, en su nombre.

Justamente el día que he llegado a España me encuentro con una serie de noticias sobre el enclave español insertado en el continente africano, donde también existe un muro del que se habla poco. No es tan famoso ni tan mediático como el muro israelita en Palestina o el muro gringo en la frontera con México. Pero es también un muro contra la humanidad, contra la necesidad de quienes un día fueron explotados y  colonizados y que hoy tienen la osadía de intentar ingresar - en una menor escala pero con apremiante necesidad - en el territorio sin permiso, tal como lo hicieron ellos hace algunos siglos y lo siguen haciendo hoy con formas más sofisticadas de utilizar el suelo que no les es propio y de sacar provecho de una población que solo les interesa lejos de sus fronteras.

Cientos de personas llegan diariamente a Ceuta y Melilla, territorio del continente africano, que le pertenece aún a España, para intentar saltar la valla que divide África con Europa. Para intentar patear la geografía política y romper con las fronteras encaramandose en esa pared de 6 metros de alto y cruzando el mar Mediterráneo sobre la frágil ilusión de una patera. La guardia civil española, guardiana de la sacrosanta integridad europea se las ve a palitos para parar las olas de inmigrantes que se juegan una suerte de lotería si logran caer al otro lado. 

Un reportaje de El Mundo (publicación digital 21/2/14) narra como John Tomsy, un joven sierraleonés, lleva cinco años varado en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), junto con más de 1000 personas. Su hijo de cuatro años nació en esa tierra sin nación. Al igual que cualquier cárcel del tercer mundo, el CETI esta superpoblado, a más del 300% de su capacidad original. Valga decir, para no caer una crítica unilateral desinformada, que es una situación que llena de angustia y presión tanto a los internos, como a la gente que se esfuerza por atenderles.

Hace poco, la guardia civil disparó a las personas que trataban de llegar a nado a la costa española de Ceuta y el resultado de esto fue 15 personas muertas. Ahogadas al borde de sus sueños. Cuando probablemente sus pulmones estaban llenos de alegría de acabar la odisea que les llevó a cruzar el desierto del Sahara, a pasar días y meses caminando o esperando, agazapados entre el follaje, esperando el momento propicio para saltar.  Hoy, cuando la realidad de las potencias europeas está generando migración económica de Portugal, España o Grecia, hacia países latinoaméricanos y africanos, uno se pregunta, ¿que pasaría si fueran recibidos igual?

Hace unos años me encontré en el aeropuerto de Johanesburgo con un portugués que trataba desesperadamente de alcanzar un vuelo de conexión, pero no lograba comunicarse en inglés, con una oficial de la policía sudafricana. El tipo sudaba y casi lloraba porque no se quería quedar en esa etapa del viaje. Le ayudé como interprete y la pregunta que insistentemente le hacían era precisamente adonde iba, justo lo que el también preguntaba en portugués. Se puso muy nervioso cuando dijo que iba para Namibia, pero finalmente lo orientaron y consiguió continuar su viaje. Luego, un angolano que me ayudaba con unos trámites, me contó que la ruta Johannesburgo-Namibia se estaba usando como ruta de tránsito ilegal: llegan a la frontera de Namibia con Cunene, y ahí la prometida Angola, donde todo el mundo gana mucho dinero. ¡Europeos entrando ilegales en África! La economía del mundo al revés, como diría Eduardo Galeano. La historia demostrando como el mundo da vueltas, sobre una humanidad que se empeña en repetir sus mismos errores.

Recuerdo también el libro el Dorado, de autor Laurent Guadé, que me regaló hace unos años mi amigo Michel Matera. Dos historias en simultánea: dos jóvenes hermanos inmigrantes de Sudán y una mujer y su bebé, quienes realizan un viaje fatal en un barco carnicero de los que lleva hacinados a los inmigrantes que tratan de entrar en Italia. La historia de desesperación, desconsuelo imponderable e injusticia golpea el pecho con la fuerza de la literatura y precisamente a través de ella, golpea doble, al saber que son historias que se repiten una y otra vez en diferentes puntos del mundo.


Estas historias no sólo reiteran la tragedia personal de quienes probablemente morirán en el camino, sin nombre ni tumba, sino que recuerdan lo lejos que está aún la humanidad de aceptarse así misma y de entender que sólo la consideración igualitaria nos podría convertir en una especie que merezca sobrevivir.



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Una bella canción de Ismael Lo:



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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis