domingo, 22 de diciembre de 2013

Nasca: naturaleza y cultura dibujantes


En la pampa desértica de Nasca, desde que uno sale de los cortes a plomo de la cerros costeños, se observa un enrevesado paisaje de colores y formas. Hay unos cerros de rojo violento que parecen islas cromáticas, contrastando con el suelo blanco de arena, donde el sílice pone a brillar una red dendítrica de drenajes que se cruzan entre ellos mismos. Miles de hilos donde algún día pasó el agua y marcó senderos, más viejos que cualquier civilización.

Circulando por la Panamericana se puede observar claramente la cordillera costeña, paralela al rumbo de la carretera. Una cordillera seca y rocosa, que impide la llegada al mar de la gran mayoría de drenajes que viene de la sierra húmeda y constituye una sombra de lluvia. Como una ancha espalda que descarga en su orografía el aire húmedo, y deja pasar un viento seco, que solo arrastra con él los residuos de cenizas volcánicas que ayudan aún más a secar las llanuras de Ica y Nazca: la pampa que se derrama en el mar con una vocación de mistisismo y lentitud. Solo el río Grande de Nasca se escapa y discurre a lo largo de la planicie aluvial, sembrando el valle de verde sandía, verde cactus y tuna, verde palta o aguacate, ver frijol, verde esperanza y verde sueños.
La sierra árida y el valle lleno de verde


En este mapa de formas naturales, hace dos mil años, la cultura Nasca dibujó el desierto y sacó de sus entrañas de arena y roca una historia que solo ha podido ser contada con la paciencia de los años, en un periodo largo de incertidumbre que aún no ha terminado. Nombres importantes, como Toribio Mejía Xesspe, arqueólogo peruano que desencadenó el interés científico por los símbolos de la llanura o María Reiche, un ícono de la ciencia y el respeto por el desarrollo científico de los antepasados, y muchas otras personas o instituciones que han ayudado a desentrañar una historia que no es exclusiva de esta zona de aridez alucinante, sino de toda la humanidad y su búsqueda inacabable por entender y resonar con la naturaleza que le alberga.

Vine a Nasca en un viaje maquinado por Melissa y mi familia Allemant y Mongilardi. Con la ayuda de Giuliana, hija irrenunciable de Nasca y su historia reciente, pude ver esta ciudad desde adentro, desde lo cotidiano del patio solariego, del conflicto por la tierra, de la calidez del valle proveedor que se quedó en la fotografía de familia; desde la historia que circunda con risas y tragedias; desde lo que Milton Santos llamó rugosidades, pedazos de recuerdo que se quedan en el territorio, como remembranza, como trozo de realidad grabado entre calles, patios y cochas para el regadío.

Con Melissa volamos sobre las líneas de Nasca, y ahí todo fue inmenso. Figuras antropomorfas, recostadas en una loma o descansando sin tiempo sobre la pampa. Los cerros rojos y negros, llenos de hierro y de minerales que se mezclaron cuando la tierra se levantó en los lejanos tiempos del cuaternario. Cerros esparcidos y rotos por el martilleo del viento y del tiempo. Los chorros de arena y material volcánico bajando por las estribaciones, con sus huellas de aluvión, pintando de blanco los ribetes de las rocas y la ancha extensión de la pampa.




Filigranas de la naturaleza, presagian la aparición de las formas humanas y animales


Un colibrí, un mono, un trapecio, un pez, una línea recta rompiendo los dibujos humanos y naturales. Hasta ahí se puede ver el conflicto por el espacio, las imposiciones de una cultura sobre otra, el respeto o el desprecio por lo natural. La cultura geométrica y lineal que ganó la batalla y cruzó con rectángulos y trapecios sobre la belleza naturalista, la carretera que corta, como un latigazo de desprecio moderno, la cola de una lagartija de 180 metros.

Colibrí, recostado en una meseta

Araña, el animal que avisa la llegada de lluvia y buenos tiempos


El valle, verde y poblado, donde la lucha de hoy, al igual que hace 2000 años, sigue siendo por el agua. Los Nascas supieron traerla de la sierra, en una impresionante obra de ingenieria: los puquios. Una red de canales o pozos horizontales que manejan milimetricamente la gravedad, para llevar el agua a los depósitos (cochas) y de ahí garantizar el regadío y el consumo humano. La civilización de hoy, con la tecnología solitaria y excluyente, no ha logrado resolver, y miles de pozos extraen, sin plan ni concierto, las reservas del acuífero.

Bajando por la espiral del puquio



Los atardeceres de Nasca son violentos, sin término medio. El sol desparrama rojos y naranjas sobre el celeste reverberante de este desierto, lleno de sabiduría, de ejemplo, de esfuerzo y belleza. 


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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis













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