domingo, 5 de mayo de 2013

Relatórios de viagem: Apuntes sobre Brasilia.


Brasilia nacía, brotada de una galera mágica, en medio del desierto donde los indios no conocían ni la existencia de la rueda (E. Galeano, las venas abiertas de América Latina).

El Brasil estrena nueva capital. Nace Brasilia, súbita, en el centro de una cruz trazada sobre polvo rojo del desierto, muy lejos de la costa, muy lejos de todo (E. Galeano, El Siglo del Viento).

Vuelvo a Brasilia después de casi 10 años de haberla visitado por primera vez. Con sólo llegar, vuelve de nuevo la sensación de estar en una ciudad diferente, en un ritmo diferente en una estructura que no ha surgido de la relación espontánea y caótica entre habitantes y urbe que caracteriza las ciudades de América Latina. Ninguna como Brasilia, ni la Buenos Aires de obelisco central, arquitectura nostálgica y librerías, ni Santiago, de estructura ordenada, bohemia rebelde, trazos rectos y super carreteras eficientes y ajenas. Brasilia es la ciudad donde las actividades tienen un sitio del que no se pueden salir y donde los grandes y bellos edificios muestran con sabroso descaro la curva femenina, el trazo sensual no invitado, infiltrado por Niemayer en aquellos años 60. La catedral de Brasilia tiene las líneas mareadoras de alguna garota que arrancó suspiros y sudores en alguna playa de Río de Janeiro.



Durante tres años este fue un hormiguero donde los obreros y los técnicos trabajaron hombro a hombro, noche y día, compartiendo la tarea y el plato y el techo... Pero cuando Brasilia queda terminada, termina la fugaz ilusión de la fraternidad. Se cierran de golpe las puertas: la ciudad no sirve a los sirvientes.

 (E. Galeano, El siglo del viento).

Una de las preguntas clásicas, que no por eso hay que dejar de preguntar, es lo que siente la gente de Brasilia. Los que vinieron y los que nacieron aquí. Como puede ser que un país conocido por su sabor, su ritmo y su alegría bullanguera, acepte los límites de la norma, que se expresan aquí en la letra de la ley, pero también en la estructura del suelo en que se vive y se mueve todos los días.


–    -   Bom dia senhor. Vamos para o restorante Coco Bambu – preguntamos en un animoso portoñol.

Raudo, el taxista nos lleva por las calles semidesiertas del domingo. Inevitablemente alguien le pregunta si es de aquí. Y en el lapso de 14 minutos, Ely, el taxista, nos cuenta su vida y milagros. Su llegada a Brasilia, hace décadas, como ingresó desde muy joven en la policía, y así viajó por el país, llegó a Goias hace como 30 años, para terminar finalmente en Brasilia. Su pasión era la tropa, su mujer y su familia. Para demostrarlo, haciendo el milagro de estirar el tiempo de viaje, nos enseño las fotos, hasta de su matrimonio. Pero en la policía logró cumplir con el sueño de su vida: ingresar en la banda del comando en Brasilia. Tocaba el instrumento que lleva el ritmo de la banda, nos dijo, mientras enseñaba orgulloso su foto en uniforme. Ely nos habló de muchas cosas, menos de la ciudad.

Ely, orgulloso músico de la banda militar


Como él, la mayoría de las historias de Brasilia son de alguien que llegó y añora el caos y el frenesí de Río, o la seca alegría del baile de forró en Minas Gerai so en el Nordeste, o bien, la rotunda densidad urbana de la avenida paulista. Otra persona nos cuenta: su abuelo fue un candongero, de la gente que estuvo en la construcción de Brasilia. Sus papás son Brasilienses, como se conoce a los poquísimos habitantes que tienen más de una generación ahí. Siempre que cuenta su origen es vista con extrañeza, por ser de ahí. Un taxista, extrañamente parco, lo único que nos dijo fue Yo soy de Goias, que es lo mismo, y tardo cuarenta minutos para llegar a la ciudad.

En las opiniones de la gente casi siempre hay añoranza, por las cosas que no pueden encontrar en esta Brasilia que parecen criticar, pero que de alguna manera les ha dado albergue y entonces también quieren. Algo tiene Brasilia, dicen siempre.

A veces siento que me asfixio. Nada parece ser casualidad aquí. Cuando comentamos que un hotel está bien ubicado, resulta que el comentario es inservible, porque todos los hoteles están en la misma zona. También los restaurantes. No podés simplemente salir a caminar y esperar que la sorpresa caiga. Caminar Brasilia no es una buena idea, y si no llamás un taxi a tiempo, las posibilidades pueden ser complicadas. Todo está planeado. Todo es muy bello y práctico. Sospechosamente práctico.
El complejo nacional y la plaza de los tres poderes son una joya, llena de símbolos y de sorpresas. El equilibro geométrico entre las cámaras, las curvas que suavizan el palacio de Planalto y la casa de Gobierno, la silueta de los ministerios todos iguales, o casi iguales, distribuidos en dos líneas que protegen grandes espacios y maravillas como la Catedral o el Museo Nacional.

Sin embargo, los días permiten ver las excepciones, las rupturas al orden, que uno esperaría ver siempre. Camino a la oficina donde vamos, un poco lejos del ojo escrutador, alguien levantó los bloques de cemento, y un atajo ahorrador sobrevive y sirve a quienes no quieren tener que ir hasta la carretera a dar una larga vuelta. También, los límites de la planificación se comienzan a hacer visibles y la gente comenta los problemas que crecen en una ciudad que no se puede dar el lujo de crecer así nomás, porque su identidad y su origen son también su jaula.

¿Será que la ciudad de la utopía, que se imaginó el presidente Kubitschek, ha llegado a su límite? ¿Será que un lugar planificado se puede mantener respirando al margen del espacio que lo genera, del talante y el ritmo de aquellos y aquellas a quienes debe servir? Queda mucho por ver en el futuro de esta ciudad, sin duda un símbolo y una visita obligada para quienes creen en la planificación y organización del territorio.

Conversando con Jucelino Kubitschek. 


Por último, una anécdota:

Como tico, hastiado ya de las preguntas infaltables y previsibles, sobre las direcciones en mi país, (¿cómo llegan? ¿cómo saben adonde queda el cine, o el árbol, o el sitio que ya no está?) siempre estoy mirando como funcionan las direcciones en el trópico, en la latitud latinoamericana. En general, siempre he podido ver las excepciones, los números que se saltan, el número 9 que se encuentra entre el 18 y el 20, o las calles que tienen dos nombres, según el municipio de donde usted venga. Y entonces, añoro nuestro sistema, tan viejito y sencillo, del punto de referencia y los metros al sur o al norte. Pues bien, suponía que la organizada Brasilia sería la excepción.

El día feriado salimos en busca de una dirección de coleccionista: Area x, Quadra y, Bloco z. El taxista puso ojos raros, pero con mucho estoicismo salimos en busca de las coordenadas tan poco ilustrativas, pero supuestamente tan precisas. 45 minutos después, con una cuenta de muchos dólares a cuesta, apenas habíamos logrado localizar el área x. Al preguntar, un tipo nos dice: tiene dos opciones, una es a la izquierda, sigue luego dobla, etc. La otra es a la derecha, sigue, luego dobla. Otro nos dice, es cerca del edificio de la policía nacional. Pero resulta que son como 20, porque justo estamos en el área de organizaciones policiales. ¡hasta la clínica dental de la policía nacional estaba ahí! Con mucha angustia, descubrimos que algunos colegas brasileños también estaban perdidos. Al final, después de muchas llamadas y muchas vueltas el avispado taxista encontró el lugar, apenas marcado. Al llegar otro de los colegas dice:

-  ¡Pero yo llegué muy bien! La dirección que me dieron funcionó.
-       Y ¿cuál fue?
-       Del semáforo de los bomberos doblar a la derecha, contar cinco cuadras, luego a la izquierda, y después media cuadra a la derecha…





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Luis Rolando Durán Vargas América Latuanis

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