lunes, 18 de mayo de 2009

A la muerte de Benedetti


Marzo de 2009.

Ha muerto Mario Benedetti.

No puedo dejar de pensar en La Tregua. En Laura Avellaneda, esa singular mujer que a él le dio la absolución y que le permitió un momento de vida, un espacio para respirar, una alegría que duró un suspiro y que valió la pena.

Y lo hizo para todos nosotros, los que pedimos ese tiempo y los que no, los que aún no se han dado cuenta que necesitan el impulso que solo puede dar una mujer, los que aún no saben que "Una mujer desnuda y en lo oscuro tiene una claridad que nos alumbra... ".

Gracias, Laura, por otorgarnos la tregua de la vida.

Tampoco puedo dejar de pensar en aquel hombre preso que miraba a su hijo. Y que lo sigue mirando aún hoy, cuando Benedetti ya no está. En ese botija, que también éramos nosotros, que debimos confesar un día que también creíamos que libertad era solo una palabra aguda. ¡Que bien que se te olvidaron las tablas y que puteaste como un loco, que como bien dijiste, es una linda forma de callar! Con sus poemas vino la historia estúpida de la tortura, pero también de la decencia y de la lucha que acaba.

No quiero dejar de pensar en la pareja de formales, que tiritaban de amor, y que pasaron inocentes por el café, por el teatro y por la confidencia, hasta que que los grandes temas y los pequeños problemas que tan dulcemente reseñó Benedetti, en una banca, en una mesa de café en su Montevideo o en alguna de sus tierras del exilio, se quedaron a dormir el sueño que no durmieron ellos.
Foto tomada en la mesa adonde siempre tomaba un café, en su Montevideo. Bar San Rafael.


Y la borra del café, y el buzón del tiempo que se quedó esperando, por debajo de sus andamios. Y su noche de gloria, cuando recitó sus poemas en alemán, para regocijo de todas las que vivieron en su noche.

Y su cariño y solidaridad con los poetas, de quienes no tuvo ambages para aprender. Como Roque Dalton, quien según Benedetti llegó temprano al ron fraterno, a las revoluciones y sobre todo llegó temprano, demasiado temprano a la muerte ....

... a la muerte, esa que también con Mario Benedetti, hoy no sabrá que hacer con tanta vida.




El Café de Misiones. Donde Martín Santomé vino a buscar a Laura. La tregua.



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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis

viernes, 8 de mayo de 2009



y eso... Lucho Mella de Chile, un trotamundos que sabía amar

He pensado mucho como terminar estos relatos del viaje a Mozambique, porque hubo muchos episodios que me pusieron a pensar, con ganas de escribir. Sin embargo, algo que me acompañó en todos los momentos de este viaje fue el tono de voz de un viajero de vocación, de un hombre que sabía mirar, decir y cantar. 

Mucho puedo tratar de decir de Lucho Mella, un amigo entrañable, que murió el 22 de octubre pasado, pero la verdad sería un intento vano, porque Lucho fue una persona vasta, de esas que no se puede atrapar en un concepto o en una figuración sencilla. Hoy tomaba una guitarra para cantar esas canciones que llevaba incrustadas en su alma de revolucionario místico, o bien escribía en su blog una nota sobre el tango o nos hablaba de su improbable experiencia de vida en las minas cobreras del norte de Chile.

Lucho sabía y quería amar. Eso, quizás, es lo que quiero recordar y decir. Es lo que traía siempre, cuando se aparecía como un viejo fantasma, alegre de su destino errante. Siempre que lo vi, en su Chile, en Panamá, en Costa Rica o en Perú, siempre hablaba de amor. Siempre llevaba una pena que quería sacar a fuerza de cariño, siempre la había cagado con algo, siempre lo había reparado, o no. Siempre intentando querer y diciéndonos a todos, que no hay que dejar que se vaya la vida sin hacer el esfuerzo de amar, de romperse el corazón, como en el bolero, o la ranchera cursi que cantamos a escondidas cuando nos duele tanto el alma que no queda más que mirar a la luna, a los charcos o los espejos, y buscar una silueta, una mirada, o una asomo de sonrisa que nos de el calorcito sabrozón de la esperanza. 

Eso le agradezco a Lucho, compañero de viaje, de este viaje largo que nos lleva por los recovecos supuestamente intransitables de nuestra propia vida, del destino que no quedaba lejos, sino adentro de uno.

Quiero recordar el inicio del cuaderno que Lucho abrió para todos, y que llamaba trutruka. Quizás porque en el fondo sabía que estaba hablando de él mismo:

Trutruka convoca a la ceremonia, anima la fiesta, ahuyenta a los espíritus vengativos, invita al baile... 
Porque trutruka se las trae. 
Porque trutruka la lleva.
Trutruka porque rima con ruca, pantruca, luca, xuxuca, nuca y cuca. 
Y, por su desinencia, con diuca.
Le trae poesía, cuento, pinturas, ensayos y de un cuanto hay..."