miércoles, 16 de mayo de 2018

Anotaciones desde Sierra Leona



Para llegar a Sierra Leona tomé un vuelo de Lillongwe hacia Nairobi. De ahí volamos a Accra, luego a Monrovia en Liberia, para finalmente aterrizar, como 10 horas más tarde, en una isla frente a la ciudad de Freetown. La sorpresa fue tener que salir del aeropuerto a una terminal de buses, para de ahí tomar un ferry que nos llevaría a la ciudad.

Navegando frente a la ciudad -junto a mi colega Sumati Rajput, quien venía ya por segunda vez y me había salvado de la incertidumbre y la sorpresa del proceso de llegada - apareció frente a nosotros una geografía abrupta, rota. 

Desde ese mar picado que nos daba la bienvenida, pudimos ver los cerros poblados de bosque o forrados de una cobertura urbana caótica, intensa, aferrada al declive, como esperando el momento en que la gravedad acabara por resolver el conflicto entre el suelo y la sociedad. La línea de costa y sus playas de arena blanca, se miraba despoblada, con algunos botes de pescadores moviéndose al vaivén de las olas. Una sensación de soledad y ausencia parecía asentada en la tierra y el mar. 

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Hace solo tres años el virus del ébola se extendió por el país.  “…el brote comenzó de forma lenta y silenciosa, y se acumuló gradualmente hasta una explosión de casos a fines de mayo y principios de junio de 2015. Los casos luego aumentaron exponencialmente en el último trimestre del año, y noviembre alcanzó el salto más espectacular” reportaba la Organización Mundial de la Salud.

Médicos sin Fronteras (MSF) abrió un centro de tratamiento del Ébola en la zona Kailahun y un coordinador de emergencia de la organización diría, "Llegamos demasiado tarde cuando las aldeas ya tenían docenas de casos. No sabemos dónde están teniendo lugar todas las cadenas de transmisión ".

A fines de diciembre, Sierra Leona, con una población de tan solo 6,2 millones de habitantes, había registrado más de 9,000 casos de ébola y se supone que la cantidad llegó a 15.000, con casi 4.000 muertos y más de 4.000 supervivientes registrados.

En marzo de 2016 la epidemia se dio por finalizada, luego de un arduo y eficiente trabajo coordinado entre el gobierno, la OMS y la cooperación internacional.


En Agosto de 2017, después de tres días de intensas lluvias, se generaron inundaciones repentinas y un derrumbe masivo en la capital Freetown y sus alrededores. El desastre más severo ocurrió en los distritos de Regent y Lumley con un masivo deslizamiento de lodo de 6 kilómetros que sumergió y arrasó con más de 300 casas a lo largo de las orillas del río Juba. Las inundaciones repentinas también afectaron al menos otras cuatro comunidades en otras partes de Freetown (reporte de ReliefWeb). 


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La noche llegó y se pobló de muertos, sepultados bajo toneladas de barro y grandes rocas que rodaron como guijarros en un juego de Micromegas. No hubo alerta, porque no había, ni hay hoy todavía, una capacidad institucional de vigilancia e información de los fenómenos naturales, que permita, al menos, avisar a la población con tiempo. El desafío mayor, de reducir una vulnerabilidad social, económica y ambiental, claramente asentadas a lo largo del país, es aún largo e incierto. 











































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Llegué a Sierra Leona, junto a un grupo de colegas de varios países, para apoyar el proceso de reforma normativa e institucional, que permita mejorar la capacidad del país para reducir el riesgo, adaptarse, y mejorar la respuesta a desastres.

Cuando llegué a Freetown no podía dejar de pensar que este era un país lleno de muerte y dolor.  Caminando en la zona del deslizamiento era imposible no pensar que lo hacia sobre decenas o cientos de personas muertas, que aún se encuentran bajo toneladas de escombros. ¿Cómo será para una sociedad tener que levantarse de tanto dolor, de tanta pérdida?



Venir a Sierra Leona es casi un estigma. Viajar con su sello en el pasaporte es sinónimo de espera en los aeropuertos, de reportes al área de salud, de miradas sospechosas y a veces de terror. Una situación comprensible, pero que da esa rabia impotente cuando se atestigua la injusticia y el prejuicio, con un país que ha pagado con sufrimiento, y que sigue enfrentando el desprecio y la lástima temporal, que tanto se parecen.

Las epidemias, las sequías y los desastres en general, son fenómenos producidos desde la pobreza, la exclusión, la falta de cobertura de servicios, la urbanización caótica que lleva a la población rural a dejar el campo para caer encima de espacios sobrecargados y completamente desbordados. Ese reto sigue casi intacto aquí en Africa y en muchos países de nuestra América Latina.

Desde la cooperación internacional los desafíos éticos, políticos y técnicos siguen estando centrados en la comprensión y aceptación de la diferencia, de las razones históricas y culturales que han llevado a una desigualdad explosiva. Esto de ninguna manera debe implicar una disculpa a la clase política o los procesos nacionales que han acentuado la vulnerabilidad de la población, por el contrario. 

Debo decir que Sierra Leona, en esta visita tan corta, me ha llenado de sorpresas. Gente que no parece mirar desde la realidad esa que el prejuicio tan gratuitamente teje. Todo lo contrario, encontré una profunda esperanza, un gran deseo de cambio y de mejoría. La alcaldesa electa de Freetown, voluntarios y voluntarias de la Cruz Roja, técnicos y líderes institucionales, autoridades políticas, gente llena de energía contagiosa y, sobre todo, de un convencimiento movilizador.




Con la gente de la Cruz Roja en Freetown




Este vídeo muestra de una manera hermosa esa fuerza esperanzadora de la población de Sierra Leona
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Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis