
Caminando descalzo por esos pasadizos y altares, donde el oro y las flores se desbordan y sobresalen, por su belleza y no por su precio, se siente la presión del tiempo. Hay una sensación apabullante de misticismo, el silencio sobrecogedor se impone por sobre los clicks de las cámaras y el babel de lenguas que se manifiestan asombradas, o que enuncian su plegaria.
Nada más contradictorio o contrastante con la situación política del
último siglo, que viene recién a cambiar. En la historia de esta civilización,
pareciera que el momento que se vive representa apenas uno entre los miles de
escalones o los cientos de altares de este templo.
Myanmar es un hermoso país, lleno de contradicciones. Yangón, la antigua ciudad capital, transpira los recuerdos acumulados de cultura y tradición, una arquitectura poblada de espirales en reproducción fractal, de un dorado que resplandece y compite con los rabiosos colores que tienen los atardeceres. Los cursos de agua cruzan por todas partes, con tonalidades de verde y azul, reflejando a la perfección una naturaleza que se cuela entre los edificios, como arena entre los dedos. También reflejan la infraestructura que se levanta a paso veloz, urbanizando el espacio vertical que antes dominaban los templos.
Nay Pyi Taw, la ciudad capital,
fue construida desde cero por el gobierno militar. A escondidas, sin que nadie
lo supiera formalmente, levantaron esta ciudad teórica, llena de espacios
diseñados por una población y una dinámica urbana que aún no ha llegado y que
se encuentran vacíos. Carreteras de 8 carriles esperan con desesperación el
parque vehicular, pero lo único que se ve es algún que otro carro que se pierde
entre el espacio disponible. Al igual que Brasilia, fue construida con una
estructura organizada, de flujos calculados hasta el mínimo detalle. Como en la añorada Brasilia, uno se siente perdido entre una organización que no refleja la forma
como la historia define los espacios.
Esta ciudad atestigua esa
contradicción tan profunda: De la combinación majestuosa y milenaria de una
cultura compleja asentada entre el caos sabroso, del trópico asiático, que se
puede ver en Rangún, a la construcción impuesta de una urbe teórica y
disciplinada, pero vacía.
Con solo unos días de haber
llegado a este país, no puedo pretender una comprensión del momento que aquí se vive, y de las razones históricas que lo crearon. Lo que si puedo
decir, al conversar un poco con su gente, es que se vive un punto de inflexión,
con una elevada expectativa por el cambio, un desafío mayúsculo para quienes
lucharon por él y que hoy - sin la tranquilizadora experiencia en la administración pública - deben gestionarlo. Con un parlamento que por constitución tiene un cupo inamovible del viejo régimen (25% de militares) la necesidad de negociación y la paciencia, parecen ingredientes imprescindibles.
Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis