Saliendo
de Luanda para Malanje, hacia el centro de Angola, nos zambullimos en el caos
diario de claxon, polvo y arrepentimiento. Tomar la carretera a Catete, para
salir de la capital y enrumbarse hacia el este. Tratar de llegar pronto al
Morro (cerro) de Binda, donde comienza el cambio de altitud y el entorno se modifica. La
sabana de árboles dispersos, extensa y mineral, irá cediendo conforme comienza la subida, la carretera se pone sinuosa y las curvas peligrosas, o
mejor dicho, los carros que suben y bajan. Varias horas después aparece el
altiplano de Malanje. Ya estamos ahí.
En el
camino, poco después de la salida de Luanda, probablemente a partir del
conurbado de Viana, aparecen cientos o miles de fantasmas, de caminantes congelados
en el tiempo, de especies cuaternarias que quedaron inmóviles por algún
embrujo. Es como si el Bolshoi se quedará un día paralizado en pleno ballet,
con figuras suspendidas en un movimiento, una cadencia, un pas de deux. Así es
un bosque de baobabs o imbondeiros. Un testimonio del movimiento, una
convocatoria al asombro.
Arriba,
en el altiplano de Malanje la temperatura es más fresca. Son unos 1200 metros
de altitud y la vegetación tropical es tupida y muy verde. Sobre todo ahora que
las lluvias han regresado después de una larga y azarosa sequía. Cerca de la
bella ciudad, con edificios “de cor de rosa” de la antigua colonia portuguesa,
se encuentran las cataratas de Kalandula Lucala, las segundas en altura en
África. La belleza natural es apabullante, ruda.
Estar
en África es como un recordatorio, o una premonición. Una forma de mirar al
mundo desde adentro, desde el útero que lo parió.
Sin
embargo, hoy, otra vez, África evoca temores y fantasmas. Con el virus del
Ébola matando miles en el África Occidental, el imaginario del mundo condena este
continente con la doble moral de la lástima y el rechazo. A veces por puro
prejuicio, o por un natural temor a lo desconocido. No importa si estás entre
las arenas del Sahara o el Kalahari, en el Mar Rojo o el Índico, estar en
África o venir de ahí levanta suspicacias. Claro que las preguntas son muchas y el impacto de la epidemia es brutal. En solo 10 meses la cantidad de muertos casi triplica las que hubo en 36 años.
Esta nueva epidemia de ébola se convirtió en un fenómeno global, que está poniendo en evidencia la fragilidad de los sistemas de
salud en el mundo entero, la capacidad absurda de politizar lo humano, de comercializarlo, de
ponerlo en la góndola para la venta o en el prime time.
Ojalá que los
esfuerzos, además de enfocarse en contener y resolver la crisis actual, crucen
la frontera de lo coyuntural y aborden de verdad las causas. Para que el ébola
no sea un episodio más de la memoria corta, que se va tan rápido como cambiar
de canal.
Malanje, Angola. Octubre 2014
Luis Rolando Durán Vargas
América Latuanis
Un hermoso video: